Si quiere hacer un sancocho a lo oriental necesita real en cantidad…
A juzgar por la nutrida afluencia en las pescaderías, la tradición se atrevió a desafiar a la hiperinflación, espanto del presente al que no detienen oraciones, ni sabe de pena ni de luto religioso. Claro, una cosa es que la desafíe y otra que salga bien parada de ese match
Autor: Gregorio Salazar @goyosalazar
Si quiere hacer un sancocho, un sancocho a lo oriental… acérquese a Quinta Crespo, pero con real en cantidad…
La tradición irrumpe hecha bullicio cada Semana Santa en las pescaderías de los mercados de Caracas. Viene seguramente desde antes que la ciudad tuviera los techos rojos y siguió cuando estos cubrieron las viejas casonas coloniales. Desde La Guaira, por el Camino de los Españoles, llegaban regularmente y todavía frescas las especies marinas a los habitantes del valle.
Se dice que el urbanismo y las luz eléctrica se llevó de la capital los espantos, “la sayona”, “la mula maniá y “la mano pelúa”, aunque de este último tipo nunca han terminado de irse y las vemos hoy más reales, con más reales y más poderosas que nunca.
Murió también la vieja conseja de que quienes hacían el amor en Semana Santa se quedaban pegados. Muy probablemente porque no se conociera ni se denunciara ningún caso. Es verdad, pero la tradición gastronómica, afincada por la religión cristiana, de excluir la carne roja de la mesa en los días santos ha traspasado incólume los umbrales de los siglos y del primer milenio.
La Semana Santa venezolana, pues, sabe a pescado, fresco, salado o en conserva, y también a frutos de mar, moluscos y mariscos.
La ingesta de pescado sube o subía exponencialmente por estas fechas. Muchos no saben de dónde viene la costumbre ni por qué lo hacen, pero siguen obedientemente lo aprendido en familia y se despiden por esos días de la carne, aunque esos lapsos se han ido alargando demasiado en el presente y no por necesidad de ayuno religioso.
Verbigracia, en la única nevera que ayer tenía algo de carne molida, pues el área de las carnicerías prácticamente cerró con la regulación, se vendía a Bs. 520 el kilogramo, una pensión completa, y la chuleta de res a Bs. 570.000.
Entonces, verdaderamente poderosa debe ser la fuerza de la tradición, pues si juzgáramos por la afluencia de este Jueves Santo en las pescaderías del popular mercado del centro caraqueño, el de Quinta Crespo, dijéramos que este año se atrevió a desafiar a la hiperinflación, espanto del presente al que no detienen oraciones, ni sabe de pena ni de luto religioso. Claro, una cosa es que la desafíe y otra que salga bien parada de ese match.
Gran afluencia, pues, mucha gente apiñada frente a los vidrios de los grandes frigoríficos efectuando sus compras y era difícil desplazarse por el área donde funcionan unas ocho pescaderías. Por los extremos se hicieron largas colas donde se estiraba la paciencia para la cancelación en los puntos de venta.
Devuélveme mi Coro-coro
Para quienes acostumbramos a remediarnos con las especies más módicas, la ausencia más lamentada fue la del coro-coro, un pececito de muy buen sabor que se luce tanto frito, como en sancocho o asado. A comienzos de año lo vendían a poco más de 200 mil bolívares, pero ahora ha desaparecido. ¿La causa? Lo agarró la señora regulación, que a lo que le pone la vista lo desaparece como mago de televisión.
Vayamos a lo grueso. La curvina se montó en un millón 298 mil el kilo y es la aristócrata de la nevera, junto con el lomo de atún rojo, que se cotizó a Bs. 1.198.000 y el muy preciado mero a Bs. 1.240.000. La sierra sin cabeza, excelente para un sancocho como el que popularizaron Luis Mariano y Gualberto, estaba a Bs. 649.900.
Más abajo estaban los robalitos, aparentemente frescos por lo relucientes, que marcaban Bs. 798.000 el kilo. A la par estaba el cazón, especial para los mojitos, y a Bs. 484.000 la raya, que se sirve también desmenuzada, pero cuyo precio es un verdadero engreimiento.
Con igual síndrome se puede considerar al espinoso bocachico, a Bs. 409.000 y el humilde bagre, tan vilipendiando pero nutritivo y excelente en guiso o en sancocho, con sus Bs. 478.000. En la parte más baja de la escala estaban la palometa y el chicharro, a Bs. 280.00 ambos.
La sardina es la opción de los pobres y sin embargo ha saltado de 30 mil a 60 mil bolívares el kilo. A ese precio las voceaban desde un camión a las afueras del mercado, pero se agotaron temprano. Les quedaba atún a Bs. 400.000.
Qué buena jaiba…
Los precios de las neveras de moluscos y mariscos la mencionaremos muy de pasadita porque la sola lectura hiere la vista. Pulpo Bs. 2.400.000; Camarón grande y pelado Bs. 1.600.00, chiquito y sin pelar Bs. 850.000; langostino Bs. 1.300.000; las almejas a Bs. 600.000 y las jaibas o cangrejas hechas las tontas andaban por los Bs. 250. 000.
Si se toma en serio lo del sancocho y sigue la receta cantada, tome también en cuenta que la verdura surtida llegó a los Bs. 100.000, lo mismo que el ají dulce, infaltable para tener un caldo bien gustoso. Otros dos ingredientes, la cebolla se ubicó en Bs. 120.000 y el kilo de ajo en Bs. 300.000.
¿Alternativas de carne blanca? El pollo a Bs. 430.000 y sus patas, de las que hacen un consomé para subir las plaquetas en caso de dengue, nada menos que en 300.000, como para bajarles a cualquiera las defensas y hasta la tensión. Es casos como esos es cuando los consumidores se dicen “patitas pa´qué te tengo…”.