Si yo fuera Leopoldo López, por Alexis Alzuru
Twitter: @aaalzuru
Comenzaría por pedir perdón a los venezolanos, pues, la ambición anuló mi capacidad reflexiva en demasiadas ocasiones. Por ejemplo, escasamente medité antes de convocar las revueltas de 2014. Una aventura que promoví de espaldas a mis socios de la MUD y despachando las expectativas del electorado, de aquellos millones que pocos meses antes se habían movilizado para acorralar con votos a los representantes municipales de Maduro. O, recientemente, cuando a la calladita pacté un gobierno paralelo con un grupo de timadores chavistas. Un gobierno que, por cierto, en mi soledad diseñé para manejarlo según mis personalísimos intereses. Pediría perdón porque nunca me permití ponderar las consecuencias humanitarias y políticas de mis actos.
Reconocería que por años entendí que en política todo está permitido, desde la traición y el paramilitarismo hasta la guerra sucia.
En realidad, pensaba que el ejercicio de lo público era una práctica empujada por la ambición antes que por la reflexión, por ese acto introspectivo que permite, además de verse a sí mismo sin trampas, autocorregirse en función del choque argumentado que a diario se mantiene con amigos, adversarios y desconocidos. De allí la reiteración de mis errores y la catastrófica herencia que dejaron mis decisiones para quienes siguen adversando al gobierno. Nunca antes la oposición estuvo tan dividida, enguerrillada, debilitada y extraviada como en estos tiempos.
Por supuesto, confesaría que la situación de la oposición no me sorprende porque es consecuencia de esa opinión según la cual la política consiste en hablar mucho, exhibirse en los medios y mantener una agenda caliente. Esta idea de que la política es activismo desprovisto de ideas y compromisos éticos fue una creencia que, he de confesar, calzaba con el crecidísimo tamaño de mi ego. Por eso, me encargué de potenciarla sin tampoco reparar en sus consecuencias. Ahora, el daño de esa visión está a la vista de todos.
De modo que si yo fuera L. López reflexionaría más y hablaría menos y, con seguridad, profundizaría la relación con mis hijos, pues la cercanía con los niños y la familia permite que el hombre se endiose menos y se reconozca como lo que es: un ser con los pies de barro. Trataría de tocar tierra. Tomaría medidas para aceptar que solo soy un venezolano más y no un genio ungido para dirigir los destinos de una nación que, según pensaba, era desdichada porque estaba llena de gente sin capacidades ni criterios.
Si yo fuera L. López enmendaría mis errores. Por ejemplo, me retiraría de la actividad política con tal que dejaran en libertad a todos aquellos que están en las cárceles porque siguieron mis correrías. Después de todo, ninguno tendría por qué pagar con su libertad los eventos que promoví. Asumiría la responsabilidad de mis fracasos.
Por eso, le exigiría a Guaidó que se retire. Le diría que aceptemos que nuestro interinato perdió todo sentido, entre otras cosas porque obstaculiza la evolución de los planes de la oposición.
Si yo fuera L. López me conformaría con advertir a los que se mantienen en la lucha que la estrategia de “máxima presión” favorecerá a Maduro. Confesaría que activar esa ruta fue otro de mis errores, pues cuando esa opción se evalúa se tiene que aceptar que una sociedad deprimida, agobiada, amenazada, desnutrida y sin escolaridad es terreno fértil para el gobierno. Una sociedad depauperada es el escenario que Maduro necesita para canjear migajas de bienestar por libertades civiles y políticas.
Si yo fuera L. López reconocería que hemos estado equivocados de cabo a rabo, pues recuperar la democracia será una guerra de largo plazo. Por lo cual, lo conveniente sería invertir en fortalecer la musculatura psíquica y física de la población, no hundirlos en un pantano de debilidad física, cognitiva y espiritual. Regresar a la democracia exigirá una población empoderada, una sociedad trocada en un ejército poderoso capaz de enfrentar al enemigo en varias guerras y por unos cuantos años.
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Si yo fuera L. López reconocería que mis equivocaciones han sido muchas y muy graves. La más reciente fue cuando al escaparme a España sin pudor declaré que era el momento para negociar con el gobierno, cuando lo cierto es que ya pasó el tiempo de diálogos y negociaciones. Esta época es para recuperar el buen vivir de los venezolanos, pues solo un pueblo recuperado de la actual debacle conquistará de nuevo su libertad.
Por lo demás, no es incompatible retonificar el cuerpo social y, a la vez, golpear al madurismo hasta sacarlos del poder. Por supuesto, para conseguir con éxito esos objetivos se requiere que no haya bloqueos, interinato ni pactos con Maduro, pero, sobre todo, que yo guarde silencio.
Alexis Alzuru es Doctor en Ciencias Políticas. Magíster y Licenciado en Filosofía. Profesor emérito UCV.
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