Sifrinería revolucionaria, por Simón Boccanegra
Este asunto sólo me importa desde un ángulo estrictamente ético. Si Chávez no se autodefiniera constantemente como un revolucionario, este tema me sería completamente indiferente. Pero como atañe a una condición que obliga, hay que pasar por encima de la frivolidad y ocuparse de él. Porque de un revolucionario que ocupa la más alta magistratura en un país donde él mismo dice que hay 80% de pobreza, debe esperarse una conducta austera y sobria, a tono con las necesidades de la mayoría de sus gobernados. Así como «nobleza obliga», también «revolución obliga». Un presidente revolucionario no se compra camisas en Charvet 28, en la exclusiva Place Vendôme de París. Clientes de esa tienda son gentes como el jeque Yamani, el propio Chirac (a lo mejor fue éste quien se la recomendó) y otras luminarias del jet set, así como reyes, príncipes y magnates. También Cecilia Matos ha pasado por allí, para comprarle camisas y corbatas a CAP. La gente de Charvet 28 trabaja con sedas de Chipre y algodones de Pakistán y sus precios son astronómicos. Es una tienda para oligarcas. O para snobs, es decir, sifrinos. La sifrinería, en un revolucionario, es imperdonable.