«Silencio por diseño»: la represión a la palabra genera una olla de presión social
El politólogo Benigno Alarcón advierte que en Venezuela se impone un “silencio por diseño”: desconfianza, delación y castigos ejemplarizantes inhiben la protesta y desarticulan el tejido social. Ese circuito de miedo, dice, empuja a la gente a adaptarse para sobrevivir o a emigrar, mientras la represión se vuelve cada vez más dependiente de sí misma
El politólogo Benigno Alarcón advierte que en Venezuela se impone un clima de silencios, desconfianza y castigos ejemplarizantes que inhiben la protesta y desarticulan el tejido social. A su juicio, no es un fenómeno accidental sino “de diseño”, que busca que la gente “se adapte para sobrevivir” o se vaya del país.
En conversación con Víctor Amaya en Noche D, Alarcón describió una sociedad “expectante, pero silenciosa”, donde “la gente podría decir muchas cosas y hablar de sus expectativas, pero prefiere no hacerlo”. Esa autocensura se ancla en la desconfianza generalizada, que “tiene un efecto demoledor sobre el tejido social” y reduce la capacidad de coordinación para defender derechos o reclamar servicios.
El académico subraya que el cuadro actual no ocurre por azar: “Esto no sucede por accidente. Esto sucede por diseño”. Cita como ejemplo el uso de canales de delación vecinal a través de aplicaciones oficiales: “Se genera un ambiente extraordinariamente tóxico… un llamado con recompensa insinuada para que se ‘sape’ a quien dice algo contrario a los intereses del gobierno”.
La consecuencia, afirma, es una inhibición extendida: “La mejor represión es la que no tienes que ejercer”. Según Alarcón, castigos desproporcionados y casos “quirúrgicos” contra líderes comunitarios o ciudadanos que reclaman por causas sociales buscan evitar estallidos mayores: “Si por el miedo al castigo la gente deja de protestar, tienes la represión más efectiva”.
Ese cierre de válvulas, advierte, acumula presión: “Si no se libera en pequeños actos, en pequeñas formas de expresar descontento, esto va creciendo y puede tener consecuencias mucho mayores”. Lo compara con una “olla de presión” o con la energía telúrica que se acumula antes de un terremoto. Por eso ve dos salidas recurrentes cuando la población no encuentra vías institucionales: “adaptarse para sobrevivir” o emigrar.
La imprevisibilidad sobre qué temas “molestan” agrava la autocensura. Aun en asuntos económicos, dice, la sobrerreacción oficial no borra la realidad cotidiana: “Cuando la gente va al supermercado no necesita que el economista le diga lo que está pasando, impedir que se hable termina operando en contra porque la realidad está allí”.
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El efecto también golpea al periodismo y a la credibilidad de la información, con el recurso cada vez más frecuente al anonimato de fuentes: “Es muy difícil darle credibilidad a un contenido cuando ni siquiera sé quién lo está diciendo”. En paralelo, familiares de presos políticos se inhiben de denunciar abusos por temor a represalias: “Es como un chantaje, el abuso pasa bajo cuerda porque no puedes denunciarlo”.
Sobre el argumento de “conservar espacios” en ámbitos políticos, académicos o mediáticos, Alarcón matiza: “Puede ser valioso solo si esos espacios son útiles y tienen valor. De poco sirve un medio noticioso que no da noticias, o una academia que no investiga ni publica con libertad”.
Para el politólogo, el régimen entra en un “círculo vicioso”: “En la medida que yo reprimo, pierdo legitimidad; y en la medida que pierdo legitimidad, me hago más dependiente de la represión”. Por eso recurre a castigos ejemplarizantes para inhibir a la mayoría y evitar tener que reprimir a gran escala.
Al situar el fenómeno en tendencias globales, recuerda el retroceso democrático: “Hoy en día las autocracias son más numerosas que las democracias”. Y reivindica el papel ciudadano: “La democracia no se sostiene a sí misma, se sostiene por un esfuerzo permanente de los ciudadanos por fortalecerla y mantenerla en el tiempo”.
*El periodismo en Venezuela se ejerce en un entorno hostil para la prensa con decenas de instrumentos jurídicos dispuestos para el castigo de la palabra, especialmente las leyes «contra el odio», «contra el fascismo» y «contra el bloqueo». Este contenido fue escrito tomando en consideración las amenazas y límites que, en consecuencia, se han impuesto a la divulgación de informaciones desde dentro del país.
                                                            




