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Simón Rodríguez y su paideia (I), por Simón García



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Simón Rodríguez y su paideia
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Simón García | @garciasim | septiembre 23, 2025

X: @garciasim


Simón Rodríguez, como todos los próceres de la independencia, se forma como súbdito español. Eso significa vivir con ausencia de ciudadanía plena, mengua sobre la que adquiere conciencia por hechos y estudios.

La carencia cívica es inherente a la colonización de América por España: los derechos; condicionados, limitados y dictados por lo que disponga el Rey, no son universales. La supremacía del monarca se revela en la existencia de dos clases de súbditos, unos con mando parcial y otros destinados a obedecer por fidelidad.

Al servicio de Dios y el rey

Simón Rodríguez constata esta configuración de poder interno y describe la separación desigual entre «los que ayudan a mandar son amigos del que manda porque participan de su condición» y la gran masa de los obedientes que «… protege las ideas del que manda».

La observación, formulada en su obra Sociedades Americanas de 1828, retrata una relación de inferioridad real, recubierta de una apariencia de igualdad. En la sombra de la idea, se encubre que ni unos ni otros pueden dejar de ser súbditos dentro de un sistema que al reglamentar la libertad, la hace irreal.

La contradicción se representa socialmente, primero como un sentimiento de incomodidad; luego aflora como antipatía y finalmente se asienta en una toma de conciencia: el súbdito puede pensar como hombre libre, pero no puede vivir como tal. Las relaciones sociales regidas por un poder condensado en una persona, condena a pérdida perpetua de ciudadanía y castigo severo a quienes protesten tal amputación humana.

Mientras siguió los dogmas del régimen colonial, Simón Rodríguez recibe loas. En la propuesta número 27 de su Informe al Cabildo de Caracas reproduce con normalidad que «Sólo los niños blancos podrán ser admitidos…presentando certificación de su Bautismo» Resalta que los maestros deben servir a Dios, al Rey, a la patria y al Estado. Entonces la Patria era España, llamada madre patria y el Estado la monarquía.

Un reformador ilustrado

Sus reflexiones sobre la situación de la escuela pública en Caracas fundamentan el plan detallado de una reforma educativa integral. Pero algunas de sus críticas se salen de carril y lo hacen sospechoso de deslealtad al régimen. Hay solturas en sus análisis que incomodan y recomendaciones que lucen tan extravagantes para el pensar mantuano, como la de crear una escuela para niños pardos. Aún separada de la de los blancos.

La calificación de excéntrico protegió, en cierto modo, su condición de novador. Resultaba evidente que quienes no simpatizaban con sus «Reflexiones sobre el estado actual de la Escuela y nuevo establecimiento de ella» de 1794, no lo hacían porque incluyera medidas que ya se emprendían en Madrid, sino por referencias como las que hace sobre los niños pardos y morenos: «Ellos no tienen quien los instruya; a la escuela de los niños blancos no pueden concurrir: la pobreza los hace aplicar desde sus tiernos años al trabajo y en él adquieren práctica, pero no técnica».

Otros desaprueban el informe porque no consideran prioridad sustituir por escuelas y maestros con método, lo que Rodríguez califica como «escuelas fingidas» en una barbería o una pulpería en las que el niño recita en voz alta una cartilla o el Manual de forasteros.

Los más se oponen tras el pretexto de que no hay dinero para aumentar a cuatro las escuelas, llevar el sueldo de los maestros a 500 pesos anuales y el de director a 800, Rodríguez justifica el aumento de sueldo «porque la recompensa es la que anima el trabajo» y porque se requiere que los maestros «ocupen en él todo el tiempo y no les quede arbitrio para subsistir de otra cosa».

Simón Rodríguez siente la Escuela y asigna al maestro la responsabilidad de moldear con calidad, utilidad y sentido social el proceso de enseñanza aprendizaje en el que deben guiar a sus pupilos.

No es docente por profesión. Cuando el Cabildo de Caracas lo designa maestro de primeras letras, su asignación salarial anual es de 100 pesos, más las contribuciones que pudiera recibir de los padres y representantes. Tal nombramiento equivalía a un título porque no existían Escuelas Normales o Institutos Pedagógicos.

Simón Rodríguez, hijo expósito, con primeras letras cursadas y pasante de aula del maestro Pelgrom, fue su propio educador. Su pasión por aprender se revela en su solicitud a Don Feliciano Palacios, para quien trabajaba como amanuense, a que se le anticipe como sueldo el costo de una lista de libros que le traen de Madrid con un importe de 2088 reales de vellón. Es el año de 1792.

El maestro de El libertador

Don Feliciano Palacios le encomienda la formación del niño Simón Bolívar, en casa. También aparece inscrito en la Escuela pública, en la lista de alumnos de 1793, según Archivo del Concejo Municipal, con una contribución de ocho reales.

Bolívar pasa a estudiante interno en la residencia de Simón Rodríguez a consecuencia de un juicio. A los 12 años, en 1795, huye de la casa de su tutor interino, don Carlos Palacios para refugiarse en casa de su hermana María Antonia, casada con Pablo de Clemente y Francia.

Esta fuga ocasiona que don Carlos Palacios pida a la Real Audiencia de Caracas la restitución de su tutoría y que se transfiera al niño a la casa de Don Simón Rodríguez: A según, residencia amplia y cómoda, donde el pupilo podría compartir habitación con otro interno.

Pero a las 8 de la noche, cuando se presentan en casa de los Francia Bolívar, el niño Simón se resiste «asiéndose a mi, don Pablo, con gritos y lágrimas para que no permitiese que lo sacasen, en cuya vista don Carlos le echó la mano y le llevó hasta la calle arrastrando», atestiguan don Pablo Francia y María Antonia Bolívar.

El niño no quería vivir con su tutor ni asistir a la escuela. No era un alumno aplicado y más bien se reunía con malas juntas. Sin embargo en octubre de 1795, don Simón cambia de opinión; acepta volver al hogar de su tío Carlos Palacios y la escuela pública.

En el segundo encuentro en 1804 en Francia, ya ambos adultos, Simón Bolívar se reconoce como el fruto de la semilla que sembró aquel maestro severo, con mala cara y buen afecto: en su estadía europea el libertador, atendiendo algunas de las indirectas alusiones de su maestro, devora a pensadores cuya lectura y estudio le amplían entendimiento.

Veinte años después, en cama en Pativilca, el héroe Bolívar personaliza en su maestro de vida, un espléndido elogio a los educadores: «Oh mi Maestro! Oh mi amigo! Oh mi Robinson!… Sin duda es usted el hombre más extraordinario del mundo…Con qué avidez habrá seguido usted mis pasos dirigidos muy anticipadamente por usted mismo! Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso».

*Lea también: Simón Bolívar: Ícono mundial, por Omar Ávila

La paideia criolla de la independencia

Cuando el Cabildo de Caracas, en su Acta del 19 de octubre 1795, admite la renuncia de Simón Rodríguez éste experimenta un punto de inflexión. El viejo mundo va rumbo a la morgue. En Estados Unidos y Francia estallan dos revoluciones, separadas por algo más de un decenio, que abren los portones de la era contemporánea.

La radical alteración de ideas y realidades encuentra terreno fértil en un territorio joven y mestizo en el que se debilitan los pilares ideológicos del declinante imperio español. Frente a la paideia colonial insurge la paideia criolla de la independencia.

Simón Rodríguez, uno de sus artífices, parte de una pregunta: ¿Qué puede aprender de España la élite criolla que tiene un saber igual o mayor que la de allá?

Desde esta pregunta, con el amoroso cuidado del maestro que construye conocimientos, Simón Rodríguez elabora una paideia cuyo núcleo reside en la educación. Un sostenido empeño que lo acredita como maestro de América.

Un primer elemento de su paideia es la disposición a crear futuro al imaginar «Cómo serán y como podrían ser los siglos venideros… en Esto han de pensar los americanos, no en pelear unos contra otros». Este es el subtítulo en la primera edición de «Sociedades Americanas de 1828» publicada en Arequipa.

En ella señala que «a fines del siglo XV Colón descubrió un nuevo mundo para poblarlo…de esclavos i vasallos. A principios del siglo 19 la razón lo reclama para fundar una Sociedad de hombres libres sometidos a las leyes». Y concluye: «La américa es en el día, el único lugar donde convenga pensar en un gobierno VERDADERAMENTE Republicano».

Un segundo elemento es la originalidad de su pensamiento, en pleno vínculo con respuestas que se correspondan con lo específico del continente americano. En su «Extracto de la obra Educación Republicana», publicada en 1849 en Bogotá, escribe: «…los acontecimientos irán probando que es una verdad muy obvia: la América no debe imitar servilmente sino ser ORIGINAL». Para Simón Rodríguez no hay que buscar modelos en Estados Unidos o Europa, tenemos una y única disyuntiva, la cual resume en cuatro palabras: «O Inventamos o erramos».

Si se quiere hacer República, que en sur-américa están establecidas, pero no fundadas, «debemos emplear medios tan nuevos como es nueva la idea de ver por el bien de todos».

La obra de Simón Rodríguez, que es mucho más que un sistema pedagógico, tiene un norte es político y social. Su fe política es republicana «que no piensa en ninguna especie de Rey ni jefe que se le parezca».

 

Simón García es analista político. Cofundador del MAS.

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo.

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