Sin participación política, no hay democracia, por Juan D Villa Romero
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El primer flagelo de la humanidad es el hambre, derivado de la pobreza. De él se desprenden la mayor parte de los demás problemas que nos azotan. Es inadmisible que en pleno siglo XXI millones de venezolanos pasen penurias para comer. Es doloroso que contemos con petróleo, gas y 15 minerales explotables, y a pesar de ello millones de compatriotas hayan tenido que emigrar por la miseria en que vivimos, manteniendo separadas a un sin número de familias.
Sin duda alguna, urge volver a unir la mesa familiar, superar los estragos que ha hecho el hambre y terminar esta lógica perversa de una economía infectada por una corrupción que gira en torno a la codicia, la maldad, vicios y desorganización.
Tanto el hambre, como la deficiencia en la prestación de los servicios públicos, los niveles de pobreza e indigencia que resistimos, sumado a el covid-19, entre otros males, nos obligan a unirnos responsablemente para remover los obstáculos que se han puesto desde «las cúpulas» contra el voto y la negociación, porque los abusos contra las organizaciones políticas y el electorado no pueden seguir siendo la norma, ni la inacción a través de una abstención pasiva y confrontación, pueden seguir siendo la respuesta.
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Nuestro país demanda reformas estructurales, sensatez y cesiones, que nos lleven a recomponer progresivamente nuestro tejido social, poner en marcha nuestro aparato productivo e iniciar un justo proceso de redemocratización que brinde confianza a nuestros inversionistas y aliados internacionales.
Desde Unidad Visión Venezuela aplaudimos con beneplácito el comunicado suscrito el pasado 12 de agosto por la Conferencia Episcopal Venezolana, donde se insta a defender nuestro derecho a contar con representantes probos en la Asamblea Nacional. Parafraseando a Isaac Newton, le decimos a los actores del conflicto, que dejen de construir muros y se avoquen a instalar más puentes, ya que el odio es un sentimiento paralizante que solo cabe donde no existe la inteligencia.
También aprovecho esta oportunidad para preguntarles a los abstencionistas y enemigos del diálogo ¿Qué se pierde con dialogar? Tiempo. ¿Cuál tiempo? El que se despilfarra esperando una invasión extranjera que nunca llegará. ¿El ofrecimiento de recompensas contra Diosdado y otros que solo quedó en palabrerías? ¿La salida «rápida» que ensaya la Comunidad Internacional que es más lenta que un morrocoy? ¿El dictamen del Tribunal de la Haya contra Maduro?
En fin, tienen que reflexionar, poner los pies sobre la tierra y canalizar esto desde la realidad. Igualmente coincidimos con esta frase del gran Arístides Calvani que enuncia lo siguiente: “La democracia hay que establecerla donde no existe, fortalecerla donde es débil y consolidarla donde ya está presente».
Indicaba en mí artículo anterior que el odio nos ha quebrado como sociedad y este ha engendrado a un hijo sumamente malo que lleva por nombre «difamación». Ahora les tocó a los hermanos de la Iglesia Católica ser víctimas de quienes injustamente nos profieren epítetos injuriosos como: “Alacranes”, “colaboracionistas”, “vendidos”, “corruptos”, etc; por el simple hecho de hablar ante el país con sinceridad y honestidad.
Secretario Juvenil Caracas
Unidad Visión Venezuela
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