Sin velo ni corona, por Carolina Espada
Angelita fue la primera en irse. Tras un golpe de Estado fallido nos dijo: “Esto se va a poner piche y segurito que se pone peor. No miamor, yo me voy de aquí”. Y, visionaria esclarecida, resolvió lo de su tercer divorcio y se fue para Madrid.
Tenía 33 años y nada la ataba a Venezuela. Cada vez que le daba “morriña” y “saudade”, como ahora decía, y le entraba una añoranza de El Ávila y se cansaba de comer vieras con trufa, jamón serrano, cochinillo de Segovia y queso manchego, le mandábamos Toddy, Torontos, Cheez Whiz, Diablitos y hasta hojas de hallaca de contrabando. A los españoles no les gustaba esa bola de maíz rellena de un guiso en donde se cocían las alcaparras y las aceitunas, pero ya Angelita se había casado por cuarta vez y el andaluz abnegado se las zampaba con fingido entusiasmo.
De ser la única venezolana en su vecindario, al cabo de 27 años pasó a ser “la señora con acento raro a quien los venezolanos le caemos de pinga”. Sí, así decían. Nadie sospechaba que ella era caraqueñísima y Angelita se reía.
Tuvo un quinto matrimonio y del andaluz querendón pasó a un a gallego amargado. “¡El único gallego resentido y me lo tenía que conseguir yo!”. Como era de esperarse, al tiempo se divorció. Le dije que no se fuera a casar por sexta vez, que ésas habían sido cosas de Enrique VIII y en Inglaterra. Convino y se consiguió un novio catalán que le salió muy bueno, pues le duró más que los cinco maridos juntos.
Siguieron pasando los años y esto se puso realmente “piche” como Angelita había previsto de forma preclara. A mí se me fue muriendo todo el mundo y los que no se murieron, se fueron de aquí. Canadá, gélido cubito-de-hielo; Miami que es como un estacionamiento anodino; México en dónde lo que hay es comida mexicana con picante; Panamá y Perú y gente que no nos quiere para nada; y Perth, Australia, tan lejos tan lejos, que si alguien llega a ir no regresa nunca más. Y uno envejece y se fractura un pie y sólo puede contar con “la caridad de los extraños”, igualito a Blanche DuBois al final de “Un tranvía llamado Deseo”. Depresión suicida entre los planes a mediano plazo. Angelita, que se lo imaginó, me llamó un miércoles a las tres de la tarde.
- Oye, sabes que había convencido a la pareja de Froilán para que se casara contigo y te dieran la residencia en el Reino de España y olé.
- Angelita, te lo repito, no me voy a casar con un niño que tiene la edad para ser mi hijo. Y si lo hiciera, se darían cuenta rapidito de que es súper gay. Las autoridades españolas no son tontas.
- Bueno, tranquila, que Froilán y Borja terminaron, como aquí los homosexuales se pueden casar, Froilán insistióinsistióinsistió E insistió y Borja lo terminó dejando por un francés. La cosa es que se me ocurrió algo mejor.
- ¡Ay, qué miedo, Angelita! ¿A saber?
- ¿Te quieres casar conmigo?
Me voy dentro de un mes. Me caso por el civil con Angelita. Por el civil, pues ya ella se casó por la iglesia con el primero, venezolano él de Punto Fijo, creo. Casarme de nuevo… juré no hacerlo tras mi divorcio de aquel hombre tan afortunado, pero esta vez es con una mujer. Nunca pensé que volvería a sería feliz.