Sindicalismo sangriento, por Simón Boccanegra
El sindicalismo, sobre todo en el área de la industria de la construcción, se ha venido gangsterizando progresivamente. En lo que va de año han sido asesinados 28 dirigentes sindicales a lo largo y ancho del país. 24 de ellos precisamente en el sector de la construcción. Un promedio de 5 son ultimados cada mes. Por cierto, podemos felicitarnos de que este año la cifra es relativamente baja, comparada con la de años anteriores, y que en este primer semestre hubo siete asesinatos menos que en el mismo lapso de 2013. El procedimiento es uniforme: sicarios pagados se encargan de la «tarea». Este año los estados más violentos, en este sentido, van siendo Aragua, donde ha habido cinco muertos, Anzoátegui, Miranda y Monagas. Las dos y casi únicas causas de esta terrible realidad son el paralelismo sindical y la venta de cupos de trabajo. La primera, el paralelismo, se da cuando en un sector o empresa funciona un sindicato y de pronto se le crea otro al lado, paralelo.
No faltan las ocasiones en que las diferencias entre ambos son resueltas en el «campo de honor». Buena parte de los enfrentamientos tienen su origen en las disputas por el manejo del contrato colectivo. La segunda, la venta de cupos, se da porque los sindicatos tienen el control del enganche de personal; ellos deciden quienes «pegan».
Naturalmente, ese poder de decisión es usualmente contestado o defendido con unos plomazos. Esto que ocurre en el sindicalismo es un reflejo del país.
La descomposición de la vida social venezolana encuentra una de sus expresiones (no es la única) precisamente en el área sindical. Lo singular es que la casi totalidad de estos crímenes permanecen impunes, a pesar de que sus autores no son difíciles de identificar. Tal impunidad, lógicamente, favorece la expansión de esa práctica delictiva.