Socialismo salvaje, por Teodoro Petkoff
Cuando Chávez puso en órbita su concepto sobre el “socialismo del siglo XXI”, después de varios años de una frenética relación política con Cuba, no podía dejar de despertar entre los venezolanos -incluyendo a muchos de sus partidarios del común- la fuerte aprensión de que su idea del asunto se aproxima a lo que existe en Cuba. Cuando el venezolano de a pie oye hablar de “socialismo” inevitablemente asocia el término con Cuba y con la URSS y no con Suecia. Nadie mejor que la gente democrática de la izquierda conoce el peso negativo del prejuicio anticomunista y lo mucho que cuesta disipar la homologación que hace mucha gente entre las dictaduras totalitarias a la soviética y a la cubana y el socialismo.
Desgraciadamente, si en un juego de asociación de palabras usted dice “socialismo”, el otro responde sin pensar “Cuba”. Y Cuba, con su larga dictadura vitalicia, que ya va por 46 años, y con su aplastante fracaso económico y social, ya no entusiasma a nadie. Nadie en su sano juicio, a menos que sea un fanático que no razona, puede buscar inspiración en Cuba para un proyecto de cambio social de avanzada. De hecho, el propio Chávez en alguna que otra ocasión se ha visto obligado a decir que ni la URSS ni Cuba son modelos a copiar. Pero las palabras pueden poco ante los hechos y lo que se percibe es que la relación con la isla es tan estrecha que parece que es en Cuba en lo que piensa Chávez cada vez que habla de “socialismo”.
Pero no bastándole con esto, en sus más recientes discursos está echándole gasolina a la candela cuando se mete por los vericuetos de disquisiciones económico-sociales. Cómo si ya la famosa polémica en Cuba, entre “incentivos morales” e “incentivos materiales” para los trabajadores, como mecanismos para estimular la producción, no hubiera sido zanjada por la realidad, a favor de quienes, contra el Che Guevara, sostenían la necesidad de los segundos, Chávez ahora pretende que los cooperativistas se olviden de la ganancia, ya que “la producción no debe sumarse al torrente mercantilista” sino que las utilidades deben destinarse a retribuir a la sociedad, “incluso con donaciones”. Si estos criterios, cuya ingenua buena fe corre pareja con la ignorancia que los impregna, se impusieran, las cooperativas irían derecho a la quiebra y a la ruina de sus integrantes.
Cuando Chávez se queja de la contratación colectiva y de los sindicalistas que “lo que andan es buscando biyuyos” así como de la desmesura de las reivindicaciones salariales en las empresas del Estado, asoma la idea (de la cual ya Lenin se burlaba en su tiempo), de que la clase obrera, que sería revolucionaria per se, no puede tener contradicciones con su patrono estatal y que en nombre de la revolución los sindicatos deben representar al Estado y no a los trabajadores. El “socialismo del siglo XXI” supone, por lo que se ve, la eliminación del sindicalismo autónomo y la subordinación absoluta del movimiento obrero a los designios del Estado, del Gobierno y del Partido. Así fue la URSS, así es Cuba y ¿eso es lo que nos propone Chávez para Venezuela? Hay razones para ponerse cabezón. ¿Reflexionarán sobre esto los sindicalistas chavistas de la UNT?.