¿Somos una sociedad derrotada?, por Ana Milagros Parra
Twitter: @amilagrosparra
Es fácil dejarse llevar por lo negativo que experimentamos a diario en el país, así que no me resultan ajenos los constantes comentarios peyorativos con respecto a la sociedad venezolana. Hay momentos donde la impotencia se transforma en rabia, y se canaliza hacia los ciudadanos por “no hacer nada” (¿le preguntarías a un secuestrado la razón por la cual no se ha escapado?). Esta visión es la sencilla, pero como todo en Venezuela, las cosas son mucho más complicadas de lo que se percibe a simple vista.
Los venezolanos hemos tenido momentos donde no sabemos qué camino ni a quién seguir, donde las manipulaciones desde el poder dan sus resultados, buscando quebrarnos, y lográndolo muchas veces; pero por alguna razón, siempre hay la esperanza de que “algo” va a pasar que cambie el rumbo de las circunstancias, por eso estoy segura que nuestra sociedad puede ser calificada de muchas cosas, pero no de derrotada, como he leído reiteradas veces.
Una sociedad derrotada es una que se cansó de luchar, que dejó de ver la luz al final del túnel porque simplemente se convenció que nunca la iban a alcanzar. Una sociedad derrotada es una que se rindió frente a los esfuerzos de sus captores de neutralizar cualquier deseo de luchar por su libertad, lo cual le da paso a la resignación.
El monitoreo del Observatorio Venezolano de Conflictividad Social (OVCS), registró 4.414 protestas durante el primer semestre del 2020, equivalente a unas 25 manifestaciones diarias, hemos visto también las últimas manifestaciones en varios estados, como Yaracuy y el Zulia. Esta actitud de resistencia no la tiene una sociedad derrotada; el ADN democrático todavía sigue intacto, a pesar de los esfuerzos constantes de neutralizarlo.
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Siempre he estado en contra de esa popular frase de “el problema es cultural”, porque viene con una concepción de que todo lo negativo que le ocurre al país, es inherente a nuestra historia y comportamiento. Como si los venezolanos se merecieran vivir en autoritarismo y en medio de una emergencia humanitaria compleja sin precedentes. Excluyen que la cultura es algo moldeable, manipulable, y que con los estímulos necesarios, durante el tiempo necesario y una estructura institucional que refuerza esos estímulos, la sociedad actuará de una forma que favorezca los intereses de los que están en el poder. Los humanos somos seres sociales, seres políticos, y no estamos exentos de la influencia del entorno.
La viveza criolla es un mito que ayuda a canalizar la indignación de la situación al venezolano común; una cosa es tener responsabilidad y otra la culpa.
“El venezolano es flojo”, pero son muchos los que se despiertan antes del amanecer para ir a trabajar, teniendo en cuenta la precariedad de los servicios públicos.
Hablan de la “viveza criolla”, porque los casos negativos hacen más ruido que lo positivo.
“El problema es cultural”, como si los estímulos sociales no tuviesen incidencia en el comportamiento de una sociedad, como si los que controlan el aparato del Estado no hubiesen hecho todo adrede. El fracaso no es inherente a la cultura.
Yo no veo una sociedad derrotada en los que pasan horas en una cola de la gasolina, tampoco en aquellos que madrugan para ir a trabajar por un sueldo que no le alcanza. No confundamos sobrevivir con resignación.
Ahora bien, la clase política tiene una responsabilidad gigante en esto, tanto los que buscaron someter a la ciudadanía, como los que dentro de sus intentos infructuosos, trataron de canalizar políticamente el descontento popular. Cuando no hay un camino institucional/político para expresarse, se atomiza el mensaje y falla en ejercer presión para un cambio; ahí es donde el grupo opositor debe enfocar sus esfuerzos, ya que las protestas significan un capital político latente que no se está aprovechando.
Pero saber que sigue ahí, y que no han logrado apagarnos, es motivo suficiente para mantenernos en pie.
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