¿Sorprendidos con Perú?, por Félix Arellano
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Sorpresa, confusión, incertidumbre son algunas de las palabras que están dominando las reflexiones sobre los resultados electorales en Perú y, en efecto, el país enfrenta una compleja situación política que tiene años acumulando tensiones; en consecuencia, sorprende la posición de los partidos y, en particular de los políticos, que han estado jugando a la inestabilidad. También impacta la posición de algunos críticos que, sorprendidos por los resultados de la segunda vuelta –objeto de exhaustiva revisión del Jurado Nacional de Elecciones (JNE)– plantean explicaciones simplificadoras o teorías conspirativas, que efectivamente tienen incidencia, pero por sí solas no permiten comprender la compleja situación que enfrenta Perú y la región en su conjunto.
No exageramos al decir que en Perú y, podría ocurrir en otros países de la región, se está presentando un doble voto castigo que combina, tanto el rechazo a la situación de la coyuntura, como la indignación por la profundidad de los problemas estructurales. En la coyuntura se suman varios factores, entre otros, la severa crisis política que enfrenta Perú en los últimos años, y que ha tenido como epicentro al Congreso de la República, una institución que recibe las consecuencias del desprestigio de los políticos y los partidos, y ha servido de marco para prácticas clientelares, negociados oportunistas, corrupción e impunidad.
La creciente desconfianza de la población frente a las organizaciones políticas ha estimulado, entre otras, indiferencia, rechazo y antipolítica.
Todo un conjunto de posiciones que se reflejaron claramente en la primera vuelta del actual proceso electoral, tanto por el sorprendente número de 17 candidatos participantes, que en su mayoría no contaban con mayor respaldo popular y, luego, durante el proceso electoral, con el nivel de la abstención (votos nulos y en blanco) del electorado.
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En los últimos años la institucionalidad política peruana se ha deteriorado sensiblemente, situación que se presenta en la mayoría de países de la región, pero no podríamos afirmar que es un fracaso de la democracia, en gran medida tiene que ver con las limitaciones de los actores que participan, la desconexión con la realidad y la concentración en las agendas personales. Ahora bien, la desconexión de los políticos con la sociedad, en particular con los sectores más vulnerables, es un problema que se ha tornado estructural.
En este contexto, sorprende la falta de comprensión sobre la compleja realidad que vive el Perú y, en gran medida, nuestra región. Enfrentamos una crisis multi e intersistémica, que conjuga aspectos económicos, sociales, éticos y todo se proyecta en la política. Son muchos años acumulando exclusión, intolerancia, marginalidad y, para agravar la situación, llegó la pandemia del covid-19, que ha multiplicado exponencialmente los problemas.
Al descontento social frente a los fracasos e indiferencia de los políticos y sus organizaciones, debemos sumar la deficiente administración de la pandemia y sus perversas consecuencias en los sectores más vulnerables. El descontento popular ha crecido, pero debemos tener presente que, en el caso de los sectores más vulnerables, la exclusión e indiferencia se están acumulando desde hace muchos años.
Es evidente que Perú ha logrado importantes niveles de crecimiento económico, situación que no se ha proyectado en todo el país. Conviene recordar que luego de la dictadura de militares de izquierda y su fracaso económico, situación que se arrastró por varios años, el país alcanzó un deterioro tan significativo que algunos llegaron a calificarlo como un país fallido. Luego, la adopción de una disciplina macroeconómica y la apertura comercial permitieron que Perú se transformara en una de las economías prosperas de la región.
Ahora bien, en la medida que el país fue creciendo económicamente, paralelamente se desarrolló otro problema estructural que enfrentan la gran mayoría de países de la región, lo que Fernando Fajnzylber en 1990 resumió como: «El casillero vacío: crecimiento económico, pero sin equidad social». Este problema se ha mantenido en el tiempo, se ha incrementado y con la pandemia del covid-19 se ha multiplicado. Ahora el PNUD, en el Informe de Desarrollo Humano de nuestra región, recientemente publicado, considera que estamos atrapados en una «trampa de alta desigualdad y bajo crecimiento».
Las organizaciones internacionales tienen años alertando que la región enfrenta una marcada desigualdad. Actualmente, también resaltan las graves consecuencias sociales que está generando la pandemia, con mayor rigor en los sectores más vulnerables. En tales condiciones, suficientemente analizadas durante varios años, impacta que no se pueda entender que la población vulnerable ejerza el derecho al voto, que en Perú es obligatorio, como un instrumento de castigo, para expresar su indignación por años de abandono y menosprecio.
Es obvio que los grupos populistas y radicales aprovechan la crisis estructural para manipular y atraer el descontento. La población vulnerable aspira a soluciones urgentes, que los radicales prometen con sus falsos discursos, además de cultivar el enfrentamiento social.
Como lo reconocen muchas organizaciones sociales, gran parte de los sectores vulnerables que están enfrentando hambre, desnutrición, miseria, no están en condiciones para realizar mayores reflexiones de racionalidad política.
Indiscutiblemente que los movimientos populistas y radicales tienen sus apoyos transnacionales, de hecho, el objetivo es lograr el poder y perpetuarse, destruyendo progresivamente la institucionalidad democrática y los derechos humanos. Pero, lo sorprendente es que los partidos democráticos no están haciendo bien su tarea en la mayoría de nuestros países y, en el caso de Perú, lo han hecho muy mal. Recordemos que para la segunda vuelta resultaba un lugar común la expresión: «Votar por el menor mal posible».
En Perú, como en la mayoría de países en la región, tanto la prosperidad económica, como la dinámica política han generado esquemas de burbujas, caracterizadas por la desconexión tanto demográfica como geográfica; pero no se trata de algo nuevo, por el contrario, desde hace varios años se presenta como la reproducción del modelo centro-periferia al interior de cada país. Las zonas que concentran el desarrollo productivo, industrial, modernizado, con altos nivel de competitividad, que absorbe poca mano de obra cada día más especializada; frente al resto del país, como una periferia, con altos niveles de pobreza y exclusión.
En este cuadró debemos agregar la exclusión étnica que experimentan la mayoría de los países andinos. Los sectores más vulnerables se concentran a nivel rural, en la serranía, con la mayor concentración de población indígena. En el caso del Perú esas zonas deprimidas ejercieron el voto castigo, frente al fracaso de los políticos, la ineficiencia del gobierno ante la pandemia y la exclusión ancestral.
Para la población descontenta, el voto a favor de Pedro Castillo representa su expresión de rechazo e indignación. Los movimientos radicales, como Perú Libre, están aprovechando la grave situación, la manipulan, aspiran su voto para lograr el poder, el resto del libreto ya lo conocemos; pero es lamentable que quienes defienden la democracia no asuman sus responsabilidades y, peor aún, que no adopten los cambios que exige las actuales circunstancias.
Asumir que la situación de Perú —en particular los resultados electorales— es producto exclusivamente de las maniobras del radicalismo y sus respaldos transnacionales, implica una visión limitada de la realidad social; confirma la desconexión con la dramática situación que enfrentan los sectores vulnerables y reduce la capacidad de acción para enfrentar de forma efectiva y sostenible los problemas.
Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.