Supervivencia infantil, por Gisela Ortega
Durante el siglo XX se lograron importantes avances en la mejora de la calidad y el alcance de la atención primaria de la salud, y esto ha contribuido a reducir las muertes entre niños y niñas menores de cinco años y mejorar su situación sanitaria y nutricional. En 1960, alrededor de 20 millones de recién nacidos no llegaban a cumplir los cinco años; en 2006, la tasa anual de muertes infantiles en el mundo fue inferior a los 10 millones, situándose en los 9,7 millones por primera vez desde que se registran estas estadísticas.
Las actividades concertadas de los gobiernos, los donantes, los organismos internacionales y los profesionales de la salud han llevado a la erradicación de la viruela y al logro de importantes reducciones de otras enfermedades como el sarampión y la poliomielitis. Mayores esfuerzos encaminados a garantizar una buena alimentación a los niños han impulsado drásticas reducciones de la desnutrición en muchos países. La mejora del agua, el saneamiento y las prácticas relacionadas con la higiene han contribuido a reducir la incidencia de enfermedades diarreicas.
Los avances logrados en los últimos años en la prestación de servicios esenciales y la promoción de prácticas de comportamientos sanos permiten el optimismo. Por ejemplo, la cobertura de los niños y niñas de seis a 59 meses,por lo menos una dosis de suplementos de vitamina A al año ha aumentado en un 50% desde 1999.
La vacunación contra el sarampión y las campañas de seguimiento han contribuido a un descenso de un 60% de las muertes por sarampión en el mundo y una reducción de un 75% en África subsahariana entre 1999 y 2005. La lactancia materna exclusiva ha aumentado considerablemente en muchos países de África subsahariana durante los últimos 10 años.
Además, se han producido avances para evitar la transmisión del VIH de madre a hijo; proporcionar tratamiento pediátrico contra el SIDA, evitar y tratar el paludismo por medio de la ampliación de la cobertura de los mosquiteros tratados con insecticidas y la adopción de la terapia combinada basada en la artemisinina, y un aumento del consumo de sal yodada, entre otras intervenciones. Estas medidas están comprobadas y son eficaces y costeables. El desafío es ampliar la escala en las tasas de cobertura en éstas y otras intervenciones esenciales, sobre todo en aquellos países –especialmentede África subsahariana y Asia meridional- y comunidades donde la prestación es todavía limitada.
Las enfermedades diarreicas producen alrededor de dos millones de defunciones anuales entre los menores de cinco años, y el tratamiento recomendado –terapia de rehidratación oral o un aumento en los fluidos al tiempo que se mantiene la alimentación- aumentó considerablemente entre 1995 y 2005, solamente alrededor de una tercera parte de los niños y niñas del mundo en desarrollo con este trastorno reciben el tratamiento apropiado.
Vencer la desnutrición sigue siendo una importante preocupación, ya que este problema está asociado con hasta un 50% de las muertes en la infancia.
Otra exigencia es ampliar la escala de la prestación de servicios esenciales a madres e hijos durante el embarazo y parto, en el periodo postnatal y en la primera infancia. En los países y territorios en desarrollo, una de cada 4 mujeres embarazadas no recibe atención postnatal y más del 40% da a luz sin la asistencia de un agente capacitado. Casi un 40% de todas las defunciones de menores de cinco años se producen durante el periodo neonatal, es decir, primeros 28 días de vida, debido a diversas complicaciones.
En el mundo entero mueren diariamente, como promedio, más de 26.000 niños menores de cinco años, y casi todos esos fallecimientos ocurren precisamente, en 60 naciones en vías de desarrollo. Aunque la mitad de las regiones del mundo están bien encaminadas, muchos países han quedado rezagados.
Los notables progresos en materia de reducción de la mortalidad en la infancia que realizaron muchos países en desarrollo durante las últimas décadas son motivo de optimismo. Las causas de la defunción en la infancia, al igual que las soluciones, son bien conocidas. Ya existen intervenciones sencillas, asequibles y con la capacidad de salvar las vidas de millones de niños.
El desafió consiste en beneficiar esas intervenciones –en el marco de un proceso de atención continua de la salud materna, neonatal e infantil- a los millones de niños y familias que, hasta ahora, no han tenido acceso a ellas.
Lea también: Desenlace, por Américo Martín
El informe de UNICEF, “El estado mundial de la infancia 2006” consignó que América Latina y el Caribe es la región del mundo con mayor desigualdad en los ingresos familiares. Precisaba la investigación que los 56 millones de niños pobres en América Latina desbancaban al África en materia de desigualdad social.
Esto indicaba que un porcentaje alto de riquezas se concentraba en un sector pequeño y los demás en los grandes sectores de la población: 96 millones de personas vivían en pobreza extrema, de las que 41 millones eran niños y niñas entre 0 y 12 años, y 15 millones adolescentes entre 13 y 19 años.
Nada permite suponer que la tendencia, en lo fundamental, haya variado desde entonces, salvo esfuerzos que, con regular suerte, vienen realizando algunos países americanos.