Suramérica: alerta sociopolítica, por Félix Arellano
Las dramáticas consecuencias económicas y sociales de la pandemia se hace cada día más visibles. Las cifras de la crisis en términos de caída del PIB, deterioro de la producción y del comercio, cierre de empresas y desempleo son alarmantes; también impactan los recursos que se empiezan a presupuestar para el apoyo y la recuperación en las economías desarrolladas. Ahora bien, en nuestros países, las cifras del deterioro también van creciendo, pero la capacidad para enfrentar la crisis es mucho más limitada, lo que puede conllevar consecuencias sociales y políticas más complejas.
Cuando nos referimos a la inestabilidad política que puede genera la pandemia, nos concentramos en los países democráticos, donde la libertad de expresión, las organizaciones políticas y sociales, los medios de comunicación pueden ejercer un mayor escrutinio de la labor gubernamental y el desosiego social puede repercutir directamente en la dinámica de la democracia.
Por el contrario, los gobiernos autoritarios controlan la situación mediante el uso de la fuerza y, por esa vía, se mantienen en el poder.
Según los análisis que presentan los expertos en la evolución de la pandemia, su crecimiento exponencial pudiera estar empezando, con diferentes grados de intensidad, en nuestra región suramericana y, con muy contadas excepciones, nos encuentra en condiciones muy frágiles. Los temas de salud no tienden a representar áreas prioritarias en el gasto público, de tal forma que, en términos generales, existen limitadas condiciones de infraestructura, recursos humanos o dotación de recursos médicos.
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Desde la perspectiva de la población más vulnerable, la situación es acuciante, toda vez que en la mayoría de nuestros países, el trabajo informal o la economía de sobrevivencia ocupan un papel fundamental.
Para una población que sobrevive con los ingresos del día, cumplir el aislamiento social, plantea el fantasma del hambre. En países en mejores condiciones, con una mayor clase media, la pandemia también está afectando la estabilidad en las empresas o de los emprendimientos.
En nuestra región gran parte de la población no logra acceso a la salud privada costosa y elitista y solo dispone de una salud pública muy precaria. Por otra parte, cumplir con los protocolos básicos de prevención, como el permanente lavado de manos, resulta difícil, cuando un número significativo no cuenta con el acceso al preciado líquido.
Este breve inventario de calamidades, la pandemia se presenta como una “espada de Damocles” para los gobiernos democráticos de nuestra región, ya caracterizados por debilidades institucionales y bajo la constante amenaza de los grupos radicales, que aspiran llegar al poder por la vía democrática, para luego avanzar en su desmantelamiento institucional.
El covid-19 no paraliza la capacidad creativa de movimientos como el Foro Social de San Pablo o el novedoso Grupo de Puebla, todo lo contrario. Desde la perspectiva radical, la pandemia representa el fracaso del capitalismo y la necesidad de avanzar en la toma del poder, para socializar a los países democráticos. Quienes hemos vivido el libreto sabemos que socializar es destruir, empobrecer y controlar, para perpetuarse en el poder.
A los inevitables efectos de la pandemia se deben sumar las condiciones de inestabilidad política que están enfrentando varios países de la región. Con múltiples limitaciones metodológicas y, solo con el ánimo de estimular la reflexión de los sectores democráticos, nos atrevemos a organizar los países democráticos de la región en tres niveles, según la magnitud de inestabilidad política que proyectan, en el siguiente orden: i) un primer grupo de mayor sensibilidad conformado por Brasil, Bolivia y Chile; ii) un segundo grupo de mediana inestabilidad que incluye a Perú, Colombia, Paraguay y Ecuador; iii) un tercer grupo con menor sensibilidad donde ubicamos a Uruguay y Argentina.
En el primer grupo los movimientos políticos radicales se están fortaleciendo y la pandemia los puede catapultar. En Brasil, los constantes errores del Presidente Bolsonaro están estimulando, tanto la posibilidad de un juicio político, como el fortalecimiento del Partido de los Trabajadores. En Bolivia, las divisiones y personalismos en la oposición democrática podrían facilitar que en las próximas elecciones el Movimiento Al Socialismo de Evo Morales logre el triunfo en la primera vuelta. En Chile, en plena pandemia se están reactivando las protestas sociales y conviene recordar que el partido comunista no apoyó el acuerdo para efectuar una consulta popular.
En el segundo grupo, la oposición democrática se debilita y la pandemia poco les favorece. En Perú, no obstante su estabilidad económica, la oposición democrática se atomiza y el radicalismo, en estos momentos sin liderazgo, va logrando apoyo popular. En Colombia, el desasosiego social crece y es significativo que en los sectores pobres seleccionen el “trapo rojo” para manifestar su malestar. En Paraguay y Ecuador debemos recordar que sus Presidentes ya enfrentaron una fuerte presión política, que intentaba sacarlos del poder.
En el tercer grupo, proyectando mayor estabilidad democrática y la pandemia los podría consolidar, ubicamos a Uruguay, que está confirmando la tesis de ser la “Suiza de nuestra región” y Argentina, donde el peronismo y sus múltiples expresiones siempre logra mantenerse en el jugo democrático.
Como indicamos inicialmente, no hacemos referencia a los gobiernos autoritarios que están aprovechando la pandemia para fortalecer sus prácticas.