TalCual, el sueño de un hombre de acción, por Omar Pineda
Hace 22 años, un hombre sesentón, de complexión normal, movimientos acelerados y una mirada que cortaba el aire, emergió entusiasta de la pequeña oficina que ocupaba ante la confluencia muy diversa de periodistas, fotógrafos, empleados de administración, columnistas y personal de servicio espaciado en la redacción para anunciar que con el primer número del vespertino que agitaba en su mano nacía TalCual.
Ese lunes subimos muy temprano hacia la segunda planta del edificio donde unos meses antes funcionó El Diario de Caracas. Había cierto aire de misterio y nerviosismo, como ocurre con los niños en el primer día de clases. El país se rehusaba a entrar al siglo XXI mientras el resto del planeta ya tenía boleto en el tren de los avances que no han parado hasta hoy.
Ese año saldría Windows 2000, sistema operativo para empresas y ejecución de servidores en red, y en Venezuela la única noticia era la nueva Constitución de la República Bolivariana, con el estreno en Miraflores de un Presidente que asomaba ya su versión autoritaria, lo que prendió las alarmas en empresarios e intelectuales. Contra esa naciente expresión de militarismo oculto bajo un gobierno civil que empezó por mandar al carajo a los partidos políticos –incluso a sus organizaciones aliadas– y se mofaba de la libertad de expresión fue cuando Teodoro Petkoff creyó en la urgencia de seguir dando la pelea esta vez desde las trincheras del periodismo serio e independiente.
Imposible olvidar ese 3 de abril. Muchos éramos colegas que volvíamos a saludarnos, ya que veníamos de diversos medios, pero otros no se conocían entre sí, de modo que asumimos las presentaciones, con la ventaja de haber estado en el grupo inicial que meses antes se reunió en una oficina en Sabana Grande, donde escuché por primera vez mencionar a TalCual, una tarde en que se barajaba el nombre del periódico y se decidió por los colores rojo y negro que aún nos identifica.
Así que, tras superar escollos de inversión, logística y muchos números cero, salimos a la calle. Ese primer día Teodoro nos convocó, emocionado como un adolescente, sin abandonar el ceño fruncido que empleaba para hablar y que se prestaba a confundir a quien no le conocía tomándole por un amargado, un tipo de malas pulgas. Recuerdo verlo abrir un libro de Tomás Eloy Martínez y leer un párrafo que nos indujo a comprender mejor lo que se proponía fuese TalCual.
Pero él quería más de nosotros (todos ahí, atentos y en silencio, esparcidos en la redacción, incluso de pie, otros sentados en el suelo). Petkoff aspiraba a ofrecerle al país un diario serio, con independencia de criterios, que comprobara las denuncias e invitara a quien lo leyera a la reflexión. Un diario, en fin, que no fuese genuflexo con los poderes políticos y económicos.
En esa corta bienvenida nos alertó de que vendrían tiempos difíciles para Venezuela con un Hugo Chávez que ya empezaba a predicar una revolución bolivariana que hasta el sol de hoy no ha hecho sino relegarnos a los últimos lugares de los países con la mayor inflación, la más alta inseguridad y campeona en materia de corrupción gubernamental.
Es lo que evoco al cumplirse ahora 22 años de la salida del vespertino que nunca renunció a un periodismo útil, valiente, responsable, apelando a editoriales y análisis certeros a través de los cuales se auscultara la realidad, y con el desafío por delante de buscar la noticia para interpretarla sin artilugios ni falsedades. Un diario para informar claro y raspao, como el tábano volando en el lomo del poder que continuó en la llamada quinta república; en fin, un medio para el combate, en defensa de la democracia y las libertades de los ciudadanos.
Es verdad que desde aquel “Hola Hugo” con el que Teodoro Petkoff editorializó el 3 de abril de 2000, mucha agua ha corrido bajo los puentes de esta Venezuela todavía a la deriva. Pero también TalCual se convirtió en un lugar para la convivencia entre sus trabajadores. Pasamos de los días azules con ingresos propios a los días rojos, cuando no había dinero para cancelar las utilidades de diciembre, pero nunca perdimos la condición de talcualeros, a mi juicio sinónimo de trabajo en camaradería, con entusiasmo e inteligencia por encima de las dificultades.
Tampoco exagero si afirmo que TalCual sirvió de escuela para reaprender el periodismo, aunque algunos ese día se estrenaban en el oficio o venían de otras salas de redacción. Teodoro fue claro: no deseaba que TalCual fuera el mejor periódico sino que dijera las cosas de manera diferente. Cada uno sumó su entusiasmo y su experiencia, y eso hizo que el aporte de todos, más los Editoriales, los artículos de Laureano Márquez y las ilustraciones de Kees y Roberto Weil marcaran la diferencia. Gracias a esa calidez en la que nos reconocíamos, TalCual fue también una familia de acogida para jóvenes talentos que ahora están en otros medios y no renuncian a denunciar la corrupción del chavismo, oculta hoy en esa degradación moral que representa el madurismo.
El camino no ha sido fácil. Para eso TalCual ha debido hacerle frente a ocho demandas judiciales y a la negativa de suministro de papel lo que decretó el cierre del impreso, amén de auditorías del Seniat en búsqueda de excusas para cerrarlo.
Ahora Teodoro no está, pero TalCual sobrevive como lo hace el resto de la prensa. Como lo hacen a diario los venezolanos sin electricidad, sin agua, sin internet, sin medicamentos, sin hospitales que les aseguren la vida. Por eso, en medio de tanta oscuridad, celebramos que TalCual no haya renunciado al sueño.