TalCual, una historia personal, por Omar Pineda
Twitter: @omapin
Dedicado a Gloria Villamizar
Para esos días, yo respiraba cierta frustración y no poco desaliento. Había una razón. Meses antes El Universal me había echado a la calle, junto a 17 compañeros de redacción por razones aún inexplicables, al menos para mí porque entonces disfrutaba de mis vacaciones y la empresa estaba comprometida en discusiones con la representación sindical en torno al contrato colectivo, lo que le impedía legalmente apretar el botón de los despidos.
Lo triste era que yo me sentía tan bien en El Universal de esos años que no hubo rincón donde no rumirara mi despecho, aunque semanas después me llegaron ofertas laborales que rechacé, ya que provenían del gobierno con el cual Hugo Chávez empezaría a diseñar –siguiendo instrucciones de un teórico argentino de apellido Ceresole– la forma más expedita de acabar con los cimientos democráticos del país.
Fue ahí cuando me llamó Teodoro, y yo supuse que cocinaba algún proyecto editorial ya que precisamente Petkoff había salido de la dirección del vespertino El Mundo por presiones del ministro del Interior Luis Miquilena contra Miguel Ángel Capriles, hijo.
Meses antes, una amplia mayoría de la dirección nacional del MAS hizo caso omiso a su tesis de que el partido que fundó con Pompeyo, Argelia Laya, Víctor Hugo D’Paola y Freddy Muñoz, entre otros, se lanzaría al precipicio si respaldaba la candidatura del militar golpista. Fue así como al renunciar al MAS que fundó, Petkoff halló en el periodismo una trinchera para advertir lo que estaba por venir con un gobierno encabezado por un gorila autoritario, que el mismo día de su investidura irrespetó la normas democráticas que reconocieron como presidente. Lo de la ineptitud para gobernar y el ladronismo sin control de ministros, parlamentarios y la famia Chávez vendría luego y todavía no ha cesado.
—¿Qué estás haciendo?, me preguntó Teodoro en una llamada telefónica, con esa voz tronante que siempre sonaba a regaño.
—¿Por qué… qué tienes por ahí?, le respondí.
Al día siguiente tocaba a la puerta de una pequeña oficina en Sabana Grande, donde ya estaban otros colegas con quienes se venía conformando el equipo que echaría adelante el supuesto vespertino. Sonreí porque aprecié que Teodoro había permanecido aguijoneado desde su salida abrupta de El Mundo y que la idea de volver a tomar las riendas de un proyecto periodístico le urgía ahora más que nunca.
En esas jornadas de reuniones, el mismo Teodoro asomó el nombre del periódico, mientras Eduardo Orozco diseñó el logo que, junto con Orlando Luna, conformarían la portada y el diseño de las páginas del diario que debía salir lo más pronto posible, aunque sopesaba la angustia de la obtención de los recursos financieros para arrancar.
Desde el primer momento se estableció que Juan Carlos Zapata y Javier Conde asumieran la jefatura de redacción y la de información, respectivamente. Más adelante fueron incorporados los nombres de los coordinadores de las distintas secciones. A mí me asignaron la coordinación de edición y estilo. Posteriormente pasé a la página web que creada ese mismo año por iniciativa de Infotech y los hermanos Salama.
Entonces nació TalCual, un lunes de principios de ese abril lluvioso que no olvido. Muchos de los que empezamos a conocernos sentimos de pronto ese fervor por el periodismo que cada quien mantenía oculto como un sueño imposible y postergado. Esa mañana inaugural, el director dio a conocer su contundente visión de lo que él entendía debía ser el periodismo para los tiempos de nubarrones políticos que se avecinaban.
Recuerdo que Teodoro se apoyó en el texto de un libro de su amigo Tomás Eloy Martínez y que no tuvimos la ocasión de conservar ni copiar, a través del cual expresaba vivamente lo que Petkoff anhelaba como periódico serio, valiente y responsable, que lograra contrastar informaciones y opiniones en una misma edición, que no mostrara en la contraportada los cuerpos de chicas en bikini —como entonces algunos medios publicaban para ganar más lectores— e hizo énfasis en el empleo del vocabulario respetuoso hacia la mujer y de los ciudadanos de otras nacionalidades y evitar la especulaciones.
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La novedad de entonces lo constituyó el Editorial en portada, en oposición a la tradicional apertura del gran titular o la gráfica del momento. Alguien definió entonces a TalCual como «un periódico de autor», pero nada más alejado de tal condición, ya que Petkoff apostó por el diario colectivo, hecho por periodistas comprometidos con ese país que votó mayoritariamente por Hugo Chávez y que años más tarde padeció en carne propia los errores en política económica, el irrespeto a las instituciones, la violencia represiva y en particular el vicio de la corrupción que, a 23 años de la entrada de Hugo Chávez en la presidencia, ese mismo vicio se erigió en el huésped privilegiado del Palacio de Miraflores.
Puertas adentro TalCual funcionó no solo como un equipo de gente comprometida en la búsqueda de las mejores informaciones sino que hizo de plaza pública por cuyos pasillos desfilaban columnistas, escritores y personalidades vinculadas a la cultura democrática de Venezuela. Asimismo muchos profesionales agradecieron tener en TalCual su primera oportunidad para escribir con entera libertad.
En el interior de su redacción vibraba siempre el entusiasmo y el compañerismo que aún lo tomamos con ese apego que sienten las familias unidas.
Entre tantas anécdotas recojo una insignificante, pero reveladora de ese ambiente. El Seniat envió de forma exclusiva a un auditor para cotejar con estricto celo los movimientos financieros del periódico. El propósito no era otro que hallar alguna falta que sirviera de excusa para penalizar a TalCual o provocar su cierre. Entonces, la dirección le asignó un local al funcionario del Seniat quien estuvo casi un año revisando cuanta factura llegaba a la administración hasta que el día de su cumpleaños nos aparecimos con la torta y unas botellas de vino. El auditor se emocionó hasta llegar a las lágrimas sin que por ello dejara de cumplir con la misión que le habían encomendado.
Ese era el espíritu de TalCual. Personalmente yo había pasado por El Nacional, Economía Hoy, El Mundo, El Globo y El Universal, y pocas veces sentí ese grado de compromiso con el oficio como fue la experiencia en TalCual, y no creo equivocarme si una gran mayoría de los jóvenes, pasantes y profesionales, que estuvieron en la sala de redacción del «periódico de Teodoro» experimentaron igual satisfacción, la emoción de que laboraban en un medio que, a decir verdad, no pagaba buenos salarios pero que sí inyectaba el fervor por buscar la mejor noticia, escribir y hacerle seguimiento a noticias que otros medios habían echado a un lado.
Fue así como, sin desearlo, TalCual se pareció más a una escuela que a un diario y sirvió para cincelar el oficio en los recién egresados de las universidades, tal y como los equipos de beisbol de triple A logran moldear la calidad profesional de quien más tarde será un grande liga. En este caso, muchos de los periodistas que pasaron por TalCual acabaron siendo buenos profesionales, más experimentados, provistos de ideas propias y con la suficiente capacidad analítica para dar a conocer sus propios criterios.
Por eso, cuando yo digo TalCual, inevitablemente siento la presencia de un Teodoro Petkoff que supo afrontar sin ambages sus errores políticos, pero que jamás se vanaglorió de sus triunfos personales, de esa incorruptible condición del intelectual y hombre de acción, que no solamente luchó contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez sino que durante el periodo democrático que Hugo Chávez denominó la cuarta república se erigió en un parlamentario que denunció la corrupción y la mala gestión de los gobiernos. Hasta llegar al momento aciago del periodo chavista y las consecuencias funestas para Venezuela.
Entonces, uno abre los ojos y recuerda a Teodoro emocionado, entregado a sus editoriales, elevando sus denuncias y protestas contra los responsables de las dos décadas perdidas. Uno entraba a su oficina, saludaba a la incondicional Azucena Correa, tocaba a la puerta y Teodoro alzaba la vista de la pantalla, nos veía todo serio y saludaba «¿qué hubo?».
Omar Pineda es periodista venezolano. Reside en Barcelona, España