Tema del traidor y del héroe, por Ángel R. Lombardi Boscán
Lo que fue el Realismo Mágico para la literatura latinoamericana lo es el mito para la historia. Y mucho más en un medio como el nuestro plagado de héroes inventados y traidores solapados. ¿Cómo entender que Francisco Paula de Santander, autor intelectual del magnicidio contra Bolívar en septiembre de 1828, sea considerado el padre de la patria de la Colombia actual? ¿O el general Flores, padre de la patria del Ecuador, y principal sospechoso en instigar la emboscada en Berruecos en contra del mariscal Sucre? No desdeñamos la apariencia y sustancia pecadora intrínseca en el ser humano, los momentos de debilidad y las caídas irremediables, lo que cuestionamos es la persistencia del mito sobre una memoria ultrajada al servicio del poder oficial. El recuerdo conveniente que encubre realidades abominables junto a los sacerdotes del culto supremo: historiadores al servicio del Estado, en realidad, panegiristas.
Sólo intelectuales libres e inteligentes, practicantes de una autonomía creativa, son capaces en desnudar la verdad, aunque ésta siempre sea imperfecta
Quienes nos dedicamos a escribir la historia, una forma muy especial de literatura al fin y al cabo, tenemos la responsabilidad de ser precisos y justos. Con todo, el trabajar con la memoria, es lidiar con lo precario, de ahí que la ficción se confunda con la realidad: “Nosotros como seres humanos hemos desarrollado sistemas de memoria que tienen fallos, fragilidades e imperfecciones” (Oliver Sacks).
En nuestro predio no son muchos, aunque atrincherados en la Universidad libre, han podido ejercer una historia crítica a contracorriente de muy valiosa consideración. Tal es el caso de un Germán Carrera Damas (1930) y su libro paradigmático: “El culto a Bolívar” (1970) que todo estudiante de historia y ciencias sociales está obligado a leer y debatir.
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Otro autor que fue capaz en deshilachar las imposturas que hay en la historia y sus héroes fue Jorge Luis Borges (1899-1986) a través del cuento: “Tema del traidor y del héroe” que incluyó en la colección “Ficciones” del año 1944. En el cuento, el héroe revolucionario, el irlandés Fergus Kilpatrick, en su lucha contra el ocupante inglés, ordenó su propia ejecución al descubrirse que en el complot que él mismo estaba liderando había un traidor que era él mismo. Los compañeros del jefe conspirador para no abortar la causa y perder el fervor popular decidieron: “que el condenado muriera a manos de un asesino desconocido, en circunstancias deliberadamente dramáticas, que se grabaran en la imaginación popular y que apresuraran la rebelión. Kilpatrick juró colaborar en ese proyecto, que le daba ocasión de redimirse y que rubricaría su muerte”.
En Kilpatrick hubo la conjunción del héroe y del traidor, como en los casos de tantos prohombres de la estirpe de los guerreros, príncipes, sacerdotes y sátrapas como Santander, Páez, Julio César, Napoleón, algunos Papas como Alejandro VI, Petain, Juan Vicente Gómez, Stalin, Hitler, Mao, Truman, Castro, Pinochet, Chávez, Franco, Pol Pot, Idi Amin, Gadafi y centenares más cuyo recuerdo está asociado a la tragedia colectiva desde la indecencia de sus actos. Eso sí, tanto en vida como en el más allá, sus territorios son tercamente resguardados por los oficiantes y aplaudidores de turno. El mito se enseñorea en la historia, incluso, teniendo especial debilidad por los malevos.
Director del Centro de Estudios Históricos de LUZ