Thoreau en Venezuela, por Rafael Uzcátegui
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El 28 de julio de 2024 ocurrió la jornada de desobediencia civil más importante de la historia contemporánea venezolana. Aunque Nicolás Maduro puede mostrar, por los momentos, una victoria sólo en la dimensión estrictamente militar, en el plano político, social y cultural acaba de sufrir una derrota monumental propinada por quienes quería mantener en la servidumbre.
La desobediencia fue protagonizada, en primer lugar, por quienes hasta antes de ayer eran considerados como base electoral del oficialismo. En una entrevista del 26 de julio Luis Vicente León, directivo de la firma encuestadora Datanalisis, aseguraba en el canal Globovisión que el piso electoral del oficialismo se ubicaba entre un 25 a 30% del registro electoral. Si el padrón para el proceso presidencial reciente se remontaba a 21.392.464 electores, estaríamos hablando de una supuesta votación cautiva comprendida en un rango de entre 5.348.116 millones a 6.417.739 sufragantes. ¿De dónde sale esta cifra?
Históricamente se ha considerado que el bolivarianismo arrancaba en las contiendas electorales contando, de inicio, con los votos a su favor de la nómina de empleados públicos y beneficiarios de los programas sociales. Aunque no se contaban con datos verificables, se estimaba que este número superaba los cuatro millones y medio de personas. La realidad contradijo a Vicente León.
Según el registro de las actas disponibles (83%), publicadas en https://resultadosconvzla.com/, realmente el candidato Nicolás Maduro habría obtenido 3.316.142 papeletas, una cifra bastante menor a la pronosticada. Si tomamos el dato menor y más conservador, 2.031.974 personas de la base electoral oficialista decidieron votar por la alternativa representada por Edmundo González.
Lo anterior nos ratifica el profundo malestar instalado en la sociedad venezolana. A pesar de las diferentes coacciones, así como los mecanismos de verificación impuestos por las autoridades del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), el fenómeno del «voto oculto» –personas que decían votar por una opción y finalmente decidieron hacerlo por otra–, fue trascendental en el ancho margen de diferencia entre la candidatura continuista respecto a la que prometía el cambio.
Dos millones de personas ocultaron, seguramente con estoicidad, su verdadera opinión política para expresarla en un entorno que sentían seguro: El secreto del sufragio. Afirmaron que iban a cumplir con el método 1×10, pero las personas que reportaron no tenían la intención de mantener el statu quo. A toda regla es un acto de insumisión, como lo describe Albert Camus al inicio de su libro «El hombre rebelde»: «¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre –o mujer, agregamos– que dice no. Pero si niega, no renuncia: es también un hombre –o mujer– que dice sí, desde su primer movimiento. Un esclavo, que ha recibido órdenes toda su vida, de pronto juzga inaceptable un nuevo mandato».
Un segundo sector trascendental para la adaptación endógena de las enseñanzas de Henry David Thoreau –considerado el padre de la desobediencia civil– fueron los sectores populares, que en la ecuación bolivariana también eran considerados parte de sus bastiones de apoyo. La ruptura con el chavismo fue progresiva e irreversible.
En los comicios regionales de 2021, teniendo a Barinas como caso emblemático, el deslave electoral en los antiguos territorios duros bolivarianos era constatable. En el corazón del llano ocurrió un interesante fenómeno de simulación: La gente tomó todo lo que le dieron desde arriba sin que eso mellara la indignación creciente desde abajo. Esos sectores populares, de pueblos y zonas rurales, acudieron al llamado de María Corina Machado, a sabiendas que eran observados por colectivos y consejos comunales. Y como se registró en innumerables videos, protagonizaron episodios de desafío a la autoridad en el marco de la campaña.
Desde Estados Unidos se hablaba de «empate técnico», pero quien quisiera oír podía escuchar la avalancha que avanzaba desde regiones a Caracas, de los márgenes al centro. El día después del sablazo a la voluntad popular, el país fue sitio de 210 protestas a su largo y ancho, de las cuales 47 fueron en Caracas y 163 en el resto de Venezuela, un hito en la manifestación contemporánea. Si algo evidenció la ruptura, tanto política como emocional, de los sectores populares fue el derribo de las 6 estatuas de Hugo Chávez, celebrado orgiásticamente por los indignados e indignadas en las zonas donde el clientelismo estatal creía asegurada la dominación.
En uno de los videos se observa un grupo de adolescentes, que no conocen otra realidad que la del «socialismo del siglo XXI», echar abajo la estatua de 2,10 metros de altura que las autoridades habían levantado sólo 10 meses atrás, como símbolo de la abyección. Ocurrió en el Urbanismo de la Gran Vivienda «El renacer de Tejerías» en el estado Aragua, donde siempre faltó de todo menos la simbología panóptica del poder.
El tercer grupo está constituido por el liderazgo político y social, incluyendo los sectores medios vinculados a sociedad civil. A pesar de amenazas e intimidaciones, que incluyó por lo menos 52 detenciones arbitrarias en los primeros 6 meses del año, se mantuvo contra viento y marea el foco en la participación electoral. Se asumió, contra todo riesgo, focalizar la campaña en zonas de no confort, cuando la tradición era que los actos de campaña se realizaban en territorios ganados en las urbes principales, lo que catalizó la reconfiguración del mapa político del país. Con censura y sin recursos, contra todo pronóstico, contravenir a la pulsión totalitaria transformó una campaña electoral en una gesta épica.
Bajo gobiernos autoritarios las elecciones no se ganan sólo por tener la mayoría. Lo que sucedió después del 28J puede opacar todo lo extraordinario que se hizo hasta ese día, que será objeto de discusión durante mucho tiempo en los interesados en las resistencias bajo espacios cívicos cerrados.
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Quienes luchamos por la democracia en el país somos malos pulperos, pues no alabamos el queso que tenemos, y dejamos que nuestras victorias se desdibujen por los objetivos que no se alcanzan, por el momento. Sin embargo, el fenómeno que logró vencer, de manera avasallante, la hegemonía electoral construida por el chavismo sigue ahí, para inspirar e iluminar los días que vendrán para Venezuela.
Rafael Uzcátegui es Sociólogo y Codirector de Laboratorio de Paz. Actualmente vinculado a Gobierno y Análisis Político (GAPAC) dentro de la línea de investigación «Activismo versus cooperación autoritaria en espacios cívicos restringidos»
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