To vote or not to vote: Esa es la cuestión. Carta a Simón Pestana

Querido Simón:
Te escribo esta carta porque, de cara a las elecciones del domingo y a las disyuntivas éticas que frente a ellas se presentan, luego de sopesar opciones me dije: “Ultimadamente, chico, yo voy a terminar votando por Simón”. No me ha resultado fácil tomar esta decisión, compañero. En primer lugar, porque hasta el sol de hoy nadie ha logrado convencerme de que no hubo fraude en el revocatorio. Tú comprenderás que con esta premisa como punto de partida, ir a votar el próximo domingo es, como diría Carlos Andrés, “un autosuicidio de uno mismo”. Pues bien, yo he decidido suicidarme políticamente este 31 de octubre. Vengo de un debate interno desgarrador, de una dramática lucha hamletiana –tú sabes de esto, pues eres un buen actor– que me ha puesto a dudar, contemplando mi propia calavera: “to vote or not to vote: that is the question”.
Primero sopesé, cuidadosamente, los argumentos a favor y en contra de acudir a los comicios. No me resultaba razonable que alguien me diga que las elecciones son un fraude y, acto seguido, me invite a votar, pero tampoco me resulta lógico que se le entregue todo a Chávez en bandeja de plata. Pero después me dije: ¿Cómo que se le entregue todo? ¿Es que ya no se lo cogió? ¿O no? ¿Si voto dejo pruebas que inculpen a Jorge o legitimo a Chávez?
Si nadie fuese a votar, quedaría muy claro quiénes exactamente votaron por el “Sí” en el revocatorio, pues votarían sólo los partidarios de la opción del “No”, pero eso no va a suceder. Por otro lado, si votamos todos y pierden los que no pueden perder, quedaría ya evidenciado muy clarisisisisisisisímamente, esta vez sí que sí, de todas todas recontrasí, que hubo fraude. Como me dijo un maracucho: “¿Vos queréis saber si en verdad hubo fraude en las elecciones regionales? Si vos veis que el domingo perdió Rosales, en esta verga hubo fraude, anotalo”.
Seguía yo, Simón, en este padecer hasta que me dije a mí mismo: Mí mismo, sólo hay una manera en la que puedes saber lo que debes hacer: Examina con cuidado lo que le conviene al gobierno y haz exactamente lo contrario. Al gobierno le conviene que vote, hay cuñas del gobierno (¡está bien, pues!, ¡del CNE!) invitándonos a sufragar cada media hora, luego, al gobierno le conviene que yo vote, razón por la cual no voy a hacerlo. Pero después pensé –como a este régimen no le concedo la más mínima buena fe–, que seguramente al gobierno le conviene que no vote y está tratando de hacerme creer que le conviene que yo vote, para que yo, por llevarle la contraria, tome la decisión de no votar; entonces, mejor voto. ¿Y si no me está engañando? ¿Y si en verdad le conviene que vote? La vaina es como para volverse loco, Simón.
Busqué, entonces, otra vía, la del alma: Acabo de leer dos libros magníficos que relatan las angustias de sus autores en Auschwitz. Uno de Primo Levi, Si esto es un hombre, y otro de Víctor Frankl, El hombre en busca de sentido. La recomendación de estos dos supervivientes del exterminio nazi en los campos de concentración es, fundamentalmente, la misma: Hay que mantener la esperanza. No se puede dejar de comer, aunque la sopa que te sirvan esté podrida y te produzca diarrea. No se puede deprimir uno frente a los insultos del capataz del barracón, porque se te bajan las defensas, agarras una fiebre y te mueres, así de simple.
En definitiva, amigo Simón, y aquí es donde entras tú, decidí ir a votar. Sólo para recordar, parafraseando a Primo Levi, que soy un hombre. Entonces, como voy a actuar mi voto haciendo el papel de ciudadano, sólo para no perder la esperanza de que más tarde que temprano encontremos rumbo, qué mejor –ya que vivo en Baruta– que votar por un actor. Fue así, querido Simón, como decidí votar por ti, sólo que, como es actuación, voy a hacerlo apretando el botón en el que aparece la cara de Henrique Capriles Radonski. Pero no te angusties, alguien se encargará de que ese voto te llegue. Ya te lo dije: yo voy a terminar votando por ti