¿Todas las opciones sobre la mesa?, por Fernando Luis Egaña
Cuando observo que un vocero reconocido o muy principal de nuestra oposición política, de pronto afirma que «todas las opciones (léase, todas las rutas para buscar una salida a la tragedia venezolana), se encuentran sobre la mesa» (léase, son igualmente válidas y pertinentes), entonces no me queda más remedio que pensar que se pierde otra oportunidad de lucha efectiva. Porque, sencillamente, la realidad no es así. El dibujo libre puede llevar a la conclusión de que la negociación, el camino «perfectamente» democrático, la movilización popular, y el derecho a rebelión, son esencialmente lo mismo. Pero no. No lo son. Y el dibujo libre en el combate político, bien se sabe, sólo lleva a la nada.
No es demasiado complicado tratar de entender lo importante que es fijarse un fin, establecer unos medios legítimos para alcanzar el fin, y perseverar en ese camino. Desde luego que perseverar es una cosa y suicidarse otra. Por eso es tan exigente la tarea de definir los medios legítimos para alcanzar el fin. Acá no se puede improvisar, ni tampoco dejarse arrollar por los vaivenes de la opinión pública, o más bien publicada. Hay que tener los pies sobre la tierra, el amparo de la Constitución y el compromiso de seguir adelante, a sabiendas de las inevitables incomprensiones.
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Parece que el «fin» está relativamente establecido. La salida de Maduro y los suyos, y el comienzo de un proceso de reconstrucción integral de Venezuela. Repito la palabra: «relativamente», porque nunca faltan los que, desde una supuesta oposición a la hegemonía, no están de acuerdo con eso, o no consideran que sea viable. No obstante, la abrumadora mayoría de los venezolanos lo espera, o más aún, lo ansía. Y esto no es una suposición personal o grupal, sino lo que vienen reflejando las mediciones serias de la opinión nacional. Y sí, aunque sea difícil de creer, todavía quedan mediciones serias de la opinión nacional…
En cuanto a los «medios» hay un escenario muy negativo: que se coloquen todos juntos en igualdad de condiciones. Tal situación suscita una gran confusión, de la que se deriva la parálisis y hasta la resignación. Al menos por un tiempo. En una clima de ese tipo, nada afirmativo puede prosperar. Es el clima que las ejecutorias y la propaganda de la hegemonía se esmeran en generar. Y hasta el presente, con un éxito que sería absurdo regatear. Tal éxito, por cierto, no es obra exclusiva del oficialismo, sino que una parte de los que se sitúan en la acera de enfrente, también tienen su «mérito» al respecto.
El medio por excelencia, en mi modesto parecer, es la movilización popular, no sólo consagrada sino requerida por la Constitución cuando la democracia es aplastada por el poder. Y para que la movilización popular se despliegue con potencial de triunfo, vale decir, de cambio real, es indispensable que haya una conducción política comprometida sin repliegues. Sin lo segundo es harto improbable lo primero. La hegemonía ha intentado estigmatizar a «la calle». Y sería ingenuo sostener que han fallado en su objetivo.
No son pocos los demócratas venezolanos que se sonríen con cierto o mucho desprecio cuando oyen hablar del asunto. Es lamentable
En este sentido, lo que hemos tenido en materia de «medios» es muy diferente. Cierto que ha habido episodios de movilización popular, pero acompañados de iniciativas de referendo revocatorio, simulaciones de diálogo, declaratoria de abandono del cargo, planteamientos de elecciones adelantadas y otros mecanismos de similar tenor, que enredan tanto que ya no se sabe por dónde hay que ir.
Y encima de todo, la afirmación ominosa de que «todas las opciones deben estar sobre la mesa». Un craso error, porque hay opciones que aniquilan a otras opciones. No pueden coexistir, y menos si lo que se desea es negociar para apagar los ánimos, o lo que algunos politólogos denominan la «normalización». ¿Quién se beneficia? La respuesta es obvia.
Hay que salirse de ese círculo vicioso. De esas trampajaulas que desnortan y desalientan. No es imposible hacerlo. Pero hay que quererlo hacer. Vale decir, no como un saludo a la bandera, sino como la bandera de lucha.