Todos los muertos son de todos, por Teodoro Petkoff
Peor no pudo haber comenzado este año. La muerte y el plomo se nos están volviendo parte del paisaje. Así como también la manipulación tendenciosa, y hasta obscena, de la muerte para halar la brasa hacia la sardina propia. El saldo de la que fue llamada «la gran batalla» (la oposición asume la terminología militar del chavismo), fue desolador: dos muertos en las filas del pueblo gubernamental y varios heridos de bala en el pueblo opositor, que son, por suerte, sobrevivientes. Terrible, doloroso. Las romerías luctuosas hacia los cementerios se repiten con triste regularidad. Duras imprecaciones de venganza resuenan ominosamente, mientras la locura se desata ya casi fuera de control. En un confuso incidente en las proximidades de la funeraria donde se velaba a los fallecidos del 3 de enero, se produjo una balacera que dejó dos policías metropolitanos heridos. Frente a la Radio Nacional, partidarios del gobierno fueron abaleados desde un auto que pasó a alta velocidad. Un herido grave. En los días navideños, un grupo que caceroleaba en Macaracuay fue también abaleado desde un auto veloz. Un muerto, el general retirado Alvaro Barboza. Este es el balance negro de los días navideños y de la entrada del nuevo año. Varias veces hemos recordado la guerra civil española. Lo que todavía diferencia los días que corren en nuestro país de los que antecedieron, en 1936, a la horrenda conflagración ibérica es la inexistencia, hasta ahora, del intercambio de asesinatos políticos de figuras conocidas de ambos bandos. Falta poco, porque la carrera armamentista marcha viento en popa y la decisión de usar las armas se expresa con aterradora determinación en los activistas de lado y lado.
Ahora bien, el principal garante de la paz interna es y debe ser el gobierno. En momentos tan duros y peligrosos como estos, el gobierno no puede actuar como cabeza sectaria de una facción política y su lenguaje no debería ser el de ensanchar la brecha que divide a los venezolanos. Sin embargo, Chávez anoche asumió este rol. No se puede olvidar que mientras a propósito del crimen de Altamira expresó la peregrina «teoría» de que un asesino convicto, capturado con la pistola humeante en las manos y visto por decenas de testigos, ni aun si confesara (cosa que hizo Gouveia) podría ser considerado culpable, anoche, sin que haya mediado ninguna investigación, sin pruebas, ya Chávez señaló a los responsables de las muertes: la PM. El presidente ya juzgó y condenó. Mala señal. El discurso de anoche fue como si la Mesa de Negociación no existiera. Chávez la puso en el limbo.
Pero la paz interna es también asunto que atañe a la oposición. Ya no es escuálida sino un poderoso movimiento de masas que tiene al gobierno en jaque, de modo que sus responsabilidades no son menores que las del gobierno. Sus actos tienen consecuencias de gran alcance. Su conducta también tendría que abrir perspectivas de solución y no de bloqueo del juego. No puede andar inventando cada cierto tiempo un nuevo motivo para escalar el conflicto, que ya es suficientemente intenso y alto. Esa absurda «desobediencia tributaria», por inviable, decidida sin consulta alguna, es otra manera de colocarse en situaciones sin salida, difíciles de desescalar, pero que además contribuyen a hacer aún más precaria la subsistencia de la Mesa de Negociación. Ya ninguna de las dos partes tiene nada que demostrar desde el punto de vista de su fuerza. Ahora sería bueno que dejen un espacio a la inteligencia porque de lo contrario este juego será «suma cero»: perdemos todos.