Toma tu tomate, asere; por Simón Boccanegra
Hay que ver lo que son las cosas. Fidel Castro literalmente llamó «lambucio» a su hijo Hugo y le entró a coscorrones. Se calentó el viejo por la fascinación que demostró su «hijo» frente a Obama, lo enfurecieron las miraditas arrobadas que le echaba y la manera como calificó a la Cumbre de Trinidad que, como a Fidel no se le escapó, fue la Cumbre de Obama, y que «el hijo» la haya considerado nada menos que «casi perfecta» debe haberlo sentido como una dejación de dignidad completamente inaceptable, un insulto a Cuba. «Perfecta un cuerno», dice Fidel.
¿A quién aludía? No puede ser sino a Chacumbele, porque los elogios del Presidente de México o del Primer Ministro de Canadá a la reunión le importan un pepino; esos los da por sentado, en cambio le sacó la piedra la actitud del «hijo».
¿Dónde se ha visto que a un revolucionario se le caigan las medias cuando el emperador del mundo (porque negro y todo sigue siendo la cabeza del imperio) le da la mano? ¿Tú viste alguna vez al Che haciéndole arrumacos a los gringos en las cumbres a las que asistió? Fidel estaba furioso. Se desató en ironías sobre esa OEA a cuyo seno pedía Chacumbele que dejaran volver a Cuba. Ahora se ve clarito eso que los semiólogos llaman «metamensaje», en aquel corto párrafo de sus «Reflexiones» donde se sacudió a Lage y a Pérez Roque, y en el cual Fidel, aparentemente sin venir a cuento, se puso, de pronto, a hablar de pelota, para decir que los peloteros venezolanos no por «jóvenes y buenos» iban a poder con «los viejos peloteros cubanos». No hablaba del Clásico Mundial de Béisbol, hablaba de política venecubana. Ni siquiera dijo «veteranos» sino «viejos». Pensaba, sin duda, en el joven Chacumbele, a quien cazó «hablando mielda» con Lage y Pérez Roque de los viejos Fidel y Raúl, y aprovechó la, a sus ojos, poco digna conducta de su chamo en Trinidad, para sacarse el clavo. Toma tú tomate, acere.