Toma y dame, por Teodoro Petkoff
No somos unos cínicos, ni unos mentirosos y mucho menos unos hitlerianos repitiendo mil veces una mentira tratando de convertirla en verdad, así que no vamos a decir que fue una pobre marcha, que la avenida Bolívar sólo estaba llena hasta la mitad o que las tomas televisadas de la marcha de ayer fueron un montaje. Esta increíble bolsería sólo Chávez se la puede creer a Juan Barreto. Porque Chávez lo cree. Tiene la personalidad del avestruz y es fácil engañarlo con esos trucos. Por nuestra parte no tenemos inconveniente en reconocer que fue una gran marcha y una tronco de concentración en la avenida Bolívar. Pero, por cierto, menor que la marcha de la oposición, aunque, repetimos, no vamos a caer en la idiotez de decir que «allí no había gente». Sí había. Y bastante.
Pero esa gente que se reunió allí no fue víctima de ninguna campaña de intimidación. Esta marcha no estuvo precedida de rumores apocalípticos, ni de la militarización de la ciudad, ni de la detención aparatosa de altos oficiales de la FAN. A nadie en la oposición se le ocurrió pagar unos pistoleros para que, protegidos por la Guardia Nacional, fueran a trancar la autopista de Valencia y la carretera del llano, en San Juan de los Morros, con los muertos y heridos que dejaron -impunemente, por lo demás. Por supuesto, esta marcha no tenía por qué provocar la soberana cagueta oficialista del jueves, que llevó a rodear Miraflores y sus alrededores con tanquetas y alambradas de púas, ni a tomar toda la avenida Baralt con soldados alineados codo con codo a todo lo largo de ella. No, nada de esto pasó. La marcha del gobierno fue tranquila, pacífica, festiva y democrática. Igual que la del jueves y la verdad es que cuando veíamos las caras sonrientes, los gritos ingeniosos, y la infinita variedad de nuestro mestizaje en ambas marchas, pensábamos que somos un único y mismo pueblo. La bandera que ondeaba en ambas marchas era el trapo tricolor que nos cobija como nación. Exactamente, ¿por qué es que tendríamos que entrarnos a plomo? Si alguna cosa demuestran los dos actos es que ambos lados son fuertes. Creímos escuchar tal aseveración al coronel Dávila (lo cual revelaría en él más sensatez que en Chávez) y la verdad es que tiene razón. Ambos lados tienen pueblo y ambos lados tienen «sus» militares (y como están las cosas hoy, este dato ya es parte del paisaje). Ninguno de los dos puede imponer nada al otro por la fuerza. Golpe o autogolpe serían el preludio de una conflagración intestina que lloraríamos durante décadas. Si en cada bando surgiera la comprensión de que el otro no es mocho, quizás podrían avenirse a hacer lo único racional que existe: sentarse a hablar y discutir una solución concertada a esta crisis, sobre cuya profundidad y peligrosidad ninguno de los dos bandos puede llamarse a engaño ni regodearse en los respectivos éxitos de masas alcanzados.
Una oposición que después de plantear una salida electoral como opción pone en boca de Ortega un ultimátum, no podía esperar de Chávez otra respuesta que la de elecciones en el 2006 o, en todo caso, referéndum revocatorio en agosto de 2003. Más dureza retórica. Los «duros» se retroalimentan mutuamente. ¿No habrá una manera de romper la infernal dinámica que nos condena a este toma y dame implacable de marchas y contramarchas?