Top Gun: Maverick, imperdible blockbuster que vuela por encima de la nostalgia
Top Gun: Maverick nunca deja de avanzar, en su historia, en su épica, en su drama, en la evolución de sus personajes y, también, en su propia actualización. Es una película que muestra varias historias al mismo tiempo: la de su trama, la de Tom Cruise, la del cine blockbuster y hasta la de Val Kilmer.
La cinta vuela a toda velocidad sin nunca perder la mirada del retrovisor, que los F18 SuperHornet protagonistas tienen en la cabina como los viejos pero legendarios F14 Tomcat que hicieron vibrar la entrega original de 1986. Un compromiso con el pasado que el director Joseph Kosinski se toma a pecho desde el primer segundo del metraje, replicando la secuencia inicial que entonces dirigió el ya fallecido Tony Scott con su la tipografía, su «aviation porn», la composición de Harold Faltermeyer o la «Danger zone» de Kenny Loggins.
Es un claro homenaje a la obra de 1986 que se convirtió en un clásico del séptimo arte moderno que mostró el resultado de 15 millones de dólares invertidos en la visión de un realizador que venía de la publicidad y que lo dio todo por lograr una estética específica, una realidad alterada y unos atardeceres tan dorados como artificiales: pagó de su bolsillo 26.000 dólares para voltear un portaaviones militar y captar el ángulo de sol que buscaba para un encuadre determinado.
Pero no se queda solo en la nostalgia. Al contrario, hace buen uso de ella para fijar el espectáculo en el presente -hasta la fotografía cambia-, donde un aún activo Pete «Maverick» Mitchell es presentado estancado en el rango de Capitán, oscurecido por su continuo andar al filo de la navaja con la autoridad naval pero lleno de victorias en distintas guerras, desde la fría que lo puso a volar en los años 80 pasando por las operaciones militares en Irak y Bosnia.
Un veterano con récords no igualados (e inigualables en una era que dejó atrás el «dogfight») que nunca hizo familia, no ascendió en la cadena de mando que requiere dejar de volar y coquetear con la política, como lo deja claro el almirante Chester Cain (Ed Harris), ni tampoco es conocido por sus sucesores. Pero también un hombre que ha logrado escapar de cuanto castigo le pueda traer su arrojo y atrevimientos gracias al manto protector de Tom «Iceman» Kazansky (Val Kilmer), ahora un condecorado Almirante que se mantuvo en contacto con su rival/amigo por décadas mientras ascendía desde su coronación como el mejor piloto de Top Gun en su cohorte. Una suerte de Alain Prost para Ayrton Senna.
De allí parte esta vez su historia, de abajo hacia arriba. De las pruebas de aviones nuevos al encargo de entrenar a una nueva generación de pilotos, los mejores del momento pero con poca acción «real» en un mundo lleno de drones para acometer una arriesgada e improbable misión de combate. Para ello debe «bajarlos de la nube» de saberse buenos y conducirlos a reconocer los instintos más que los manuales. Todo ello mientras navega su propia turbulencia personal con «Rooster» (Miles Teller»), a quien reconocemos de inmediato gracias al bigote rojizo que completa un outfit calcado de tres décadas atrás.
Maverick tendrá por tanto que enfrentar sus propios límites, su paternidad vicaria y fracasada, sus amores de cantina sin vela, y también su última gran maniobra, porque en la película de Kosinski tanto Cruise como la audiencia nos metemos en los ojos del suboficial Bernie «Hondo» Coleman (Basir Slahuddin) para decir adioses. Su misión, que decide aceptarla, es armonizar cada una de esas vidas.
Al mismo tiempo Tom Cruise desafía las nociones del cine contemporáneo, cargado de efectos computarizados, con repartos corales e historias adaptadas. Aquí volvemos al esquema de la «star driven movie», con el histrión de casi 60 años en el centro del proscenio en todo momento, y las tramas siempre girando en torno a él. Mitchell es el vehículo para que Cruise le recuerde al mundo que alguna vez los títulos triunfaron en pantalla a partir del nombre que encabezaba el cartel; una época de la que quizá es él mismo el último héroe.
Curiosamente, así como en el filme los drones son la amenaza de los pilotos estrella, en la vida real pudieron serlo para el propio protagonista. En 2010 Tony Scott aceptaba dirigir el proyecto, a solicitud del estudio Paramount, y quería enfocarse en cómo la guerra aérea ahora es robotizada, con Maverick apareciendo en un papel secundario. Su muerte en 2013 abrió la puerta a cambiar esos planes, que terminaron de ser derribados cuando Tom Cruise se incorporó de lleno.
El intérprete tomó el mando de la producción que ya adelantaba Jerry Bruckheimer, partícipe de la Top Gun original. Su subida al portaaviones ocurrió gracias a las gestiones de Kosinski, quien lo dirigió en Oblivion (2013). Entonces se aseguró de que su aliado Christopher McQuarrie -escritor y/o director de siete cintas protagonizadas por la estrella- cerrara el último libreto que finalmente incorporó el trabajo de cinco guionistas.
Con Cruise también llegó el deseo de hacer una «película de verdad», limitando al máximo los efectos digitales. Es allí donde más brilla Top Gun: Maverick gracias a sus escenas de aviones reales haciendo acrobacias reales, con los actores dentro de las cabinas y ocupándose de las cámaras, el maquillaje y el sonido en pleno vuelo (entrenaron con Tom Cruise, consumado piloto) y el uso de espacios militares verdaderos (se usaron dos portaaviones y una base aérea oficial al obtener el visto bueno del Pentágono).
Asimismo, permitió la confirmación de que Val Kilmer estaría de nuevo frente a la cámara, a pesar de que no pueda hablar debido al cáncer que le arruinó la voz desde hace un lustro. Un escollo para el que sí se usó tecnología digital gracias a la compañía británica Sonantic, en una escena que también mezcla realidad con ficción.
Top Gun: Maverick no se distrae en política. En 1986, en plena era Reagan, el combate era contra la Unión Soviética, con todo y estrella roja. En 2022 el enemigo es difuso: un «Estado renegado» que tiene una planta de uranio y aviones de última generación. Una suerte de mashup entre Rusia e Irán, que cuenta con aviones Sukhoi Su-57 (el nombre no es dicho en ningún momento) como el primero, y un puñado de F14 aún en servicio, como el segundo (EEUU los retiró en 2006).
El libreto afirma que la Armada de Estados Unidos no tiene capacidad para enfrentar a esos aviones de quinta generación, aunque es una licencia dramática pues los Su-57 no están operativos: Rusia tiene solo 10 prototipos activos desde 2018 y la intención de completar sus primeros tres escuadrones en 2028. Entretanto, en EEUU los cazas furtivos F22 y F35A están en uso desde 2005 y 2015, respectivamente, aunque ciertamente los portaaviones norteamericanos aún esperan por el F35C.
La falta de identificación política hace de Top Gun: Maverick una cinta más aséptica y pensada para la polarizada audiencia estadounidense y el amplio público global de la era de Internet, a la que se le ofrece un espectáculo visual, emociones en primer plano, una historia llana que convence, una combinación de acción, humor y frases que buscan «pegar»; y un protagonista que reimpulsa el imaginario congelado de la generación boomer para completar las formas de esta cinta pensada para viejos y nuevos seguidores.
Quien haya visto Top Gun antes reconocerá allí los guiños necesarios (incluso el personaje Penny Benjamin de Jennifer Connelly es mencionado en la original). Quien se estrene con el filme de 2022 será servido con la información necesaria para disfrutar del show que al fin proporcionan sus 152 millones de dólares de presupuesto invertidos en la cinta que se prometió inicialmente para 2019 y luego para 2020.
Top Gun: Maverick es un espectáculo enorme hecho para la gran pantalla (no se estrenará en streaming), para aferrarse al borde de la butaca, para dejarse seducir por la mirada y la sonrisa de su protagonista, para soltar alguna lágrima y para mirar cómo se vuela más alto que la primera vez.
Una película que comienza con un llamado al pasado, se atreve a construir un inesperado cuarto acto de alas extendidas (estas sí hechas en computadora) y se despide con un último vuelo que sale de cuadro con el insustituible Cruise al mando de un avión que mantiene en su garage personal.