Torturando al torturador, por Omar Pineda
Twitter: @omapin
Me saluda por whatsaap desde Arequipa, y tras un instante de vacilación acabo por recordarlo ya que coincidimos en dos de los periódicos de Caracas donde trabajamos. A propósito de un breve relato que publiqué acerca del demente a quien en mi barrio los más jodedores azotaban con gritos desde los pisos altos y los balcones de los edificios, el Chino me refiere que en los bloques de La Vega donde residió hasta hace poco, ocurre algo similar pero con un funcionario de la Dirección de Contrainteligencia Militar, que no está loco y se apellida Zabaleta.
Me cuenta el Chino que el militar ha sido denunciado en no pocas ocasiones por diversas ONG debido a su actuación como implacable torturador de opositores a quienes el régimen de Nicolás Maduro manda a apresar y encierra en los calabozos del Sebin.
El mérito de Zabaleta, un hombre seco, poco dado a los afectos, corpulento, velludo y cuya mirada por si sola infunde temor, consiste en interrogar a los detenidos por los nombres que figuran en sus teléfonos, a fin de involucrarlos en hechos inventados por el Sebin –y refrendados por ese fiscal de mentira– aunque sea a la fuerza, en conspiraciones y atentados e implicarlos en las pesquisas policiales que sorprenden y aterran a las víctimas. Si el detenido titubea o no responde lo que él quisiera escuchar le da unos batazos por las piernas. Tras las torturas, Zabaleta se queja de su mayor frustración: no haber continuado jugando beisbol.
Mi amigo el Chino puede contarlo ahora bajo un clima de libertad, porque hace dos años abandonó el país con su familia y recaló en Perú, donde ha luchado por sobrevivir, montando un modesto negocio de comida a domicilio, pese al absurdo clima hostil que pervive en ese país contra la inmigración venezolana.
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Retoma el tema del sargento Zabaleta y me dice que el hombre tiende a subir a pie por la calle principal –porque el motor de su carro colapsó y no halla las piezas para arreglarlo– y entonces salen voces desde los bloques que resuenan: “Zabaleta, asesino… torturador”, y el militar intenta reaccionar como si no fuera con él, aunque se sabe que tales gritos le irritan y hace esfuerzos para caminar displicente, entre nervioso y arrecho, rumbo a su casa. Recuerda que incluso le gritan de noche, cuando hay apagones en los bloques.
“Cuando todavía vivía allá, un sábado me lo encontré en la carnicería, y me preguntó si sospechaba de quién podía ser el que le lanzaba esos gritos, ya que le hacen pasar tremenda vergüenza delante de su niña cuando regresa a casa y le toca pasar a buscarla en la escuela”, recuerda el Chino, quien afirma que siempre le respondía que no sabía nada de que le hablaba, porque él volvía del trabajo a eso de las ocho de la noche. “Lo que ignoraba ese coño de madre es que el de los gritos era yo y un gocho del bloque dos, a quien cuando le anuncié que me iba del país, casi se pone a llorar, me abrazó y me preguntó ¿coño, y qué hacemos con Zabaleta?”.
Antes de que le haga la misma pregunta, el Chino me tranquiliza y lo resume con un final, no sé si feliz: el pana se consiguió a cuatro más que esperan a Zabaleta que suba por la calle y entre todos le gritan “Zabaleta asesino… torturador”. O, como dicen ellos mismos: lo dejamos en la calle. “Es tanta la arrechera que agarra que no te extraña que una tarde de estas caiga tendido por en el suelo por un infarto”, me escribe el Chino, enterado de todo cuanto le refiere el gocho del bloque dos cuando gozan torturando al torturador.
Omar Pineda es periodista venezolano. Reside en Barcelona, España