Trabajadores del Estado y eficacia, por Rafael A. Sanabria M.
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“Han robado un millón de cajas del Clap”
Nicolás Maduro M., 15-02-2018
En Venezuela tenemos larga tradición del empleado del Estado que no se conduce a favor del público. Los empleados públicos, en general, maltratan a los más débiles, no guían al ciudadano por entre los vericuetos burocráticos, más bien entorpecen.
He oído decir al público ultrajado: “Les hace falta un curso de relaciones públicas”. ¿Será verdad? ¿Esto sucede por falta de algún curso o conocimiento? Desde hace años llegó al país la luz eléctrica, las oficinas se computarizaron, el mobiliario es otro y los empleados promedian un nivel de instrucción más alto, pero el empleado público sigue contumaz en su actitud.
La cuestión va más allá de egos maltratados. Es una situación que genera problemas de índole material. El público no asiste a las oficinas públicas por diversión, va para hacer un trámite, es decir, quienes acuden son personas activas que, seguramente, pertenecen a esa minoría que aún intenta producir por el país.
Muchos contratan un gestor, quien conoce los entresijos de los trámites, la multiplicidad de planillas y tiene aceitadas las bisagras de la gestión, recibe atención expresa en las taquillas y cuenta con más seguridad de aprobación del trámite. El gestor recibe un estipendio que gotea hasta el empleado remolón, convirtiéndolo en lo que debería ser.
La (des)atención de los empleados públicos produce aumento de costos y reduce las iniciativas productivas. Insisto que esto no es un mero problema personal de sonrisas y saludos, es un meollo vital para el desarrollo.
Muchos empleados públicos tienen una puerta para ser eficaces: el soborno. Con él el empleado cerril revierte su actitud, para ser eficaz y colaborador. Ellos consideran que eso es de “vivos” aunque en verdad lo es del atraso.
Un italiano escribió que en Sicilia, si ibas a hacer un trámite y no metías entre los papeles el dinero de “la mascada” la gestión buscada no procedería. En cambio, si la solicitud la hacías en el norte, digamos Milán, y ponías ese dinero entre los papeles, el empleado te diría: espere un momento, y saldría a buscar a la policía. Era la gran diferencia entre el subdesarrollado y pobre sur y el boyante norte.
En el Ministerio de Educación pedir unas notas de secundaria, ajustar un dato erróneo, o cualquier otro trámite se hace largo y sinuoso. Igual en las misiones.
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Conocí una promoción completa de bachilleres de Misión Ribas que no podían continuar en Misión Sucre porque no tenían el título de secundaria que tardaba ya más de un año. Para comparar, refiero a un prestigioso instituto tecnológico de EE. UU. donde estudió un amigo. Ellos finalizan el año lectivo un día jueves de mayo y el sábado por la mañana, dos días después, es la ceremonia de toga y birrete donde reciben su título ya notariado. El lunes pueden comenzar su vida profesional.
Ese amigo tuvo que regresar de improviso al país, llamó a la dirección de cada escuela (pública) donde estudiaban sus hijos y al mediodía llegaron todos con su boleta de salida bien conformada. ¿No podemos mejorar lo que hacemos o no queremos?
Por cierto, a ese mismo amigo le sucedió que un profesor (quien en los veranos era profesor de postgrado en Venezuela) contó, al auditorio de la clase, que él nunca tenía contratiempos para entrar a nuestro país, simplemente en el pasaporte ponía el adecuado billete verde y todo fluía admirablemente. Sí, la ineficacia y la corrupción están del mismo lado.
La administración pública del área de salud se caracteriza por su indiferencia, que algunas veces raya en el sadismo (mención aparte merecen las soeces agresiones a las parturientas, en horrible práctica muy extendida).
En los centros de salud, en las llamadas “cuarta” y “quinta”, de oposición y oficialistas, hay gran pérdida detectada de insumos y equipos. La pérdida no detectada se calcula aun mayor. Hemos encontrado personal insensible con los pacientes, pero muy amables con los amigos a quienes proveen de jeringas y medicinas, que abundan en su casa.
Las administraciones estadales y municipales, ejecutiva y legislativa, son hueco negro de cuantiosos recursos. Éstas gozan de un gran biombo para disponer de los alimentos subsidiados destinados al pueblo, el gas dolarizado y vehículos tempranamente inservibles, listos para donar a extrañas fundaciones. Se olvidaron de la entrega anual de cuentas, aunque la ley es taxativa. Pero también se olvidaron que existen leyes.
Eso sin hablar de la dolarizada gasolina “protegida” por los militares, del apostillamiento de documentos para los emigrantes y del costoso suplicio para el pasaporte. Y miles más.
Rafael Sanabria es Profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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