Trámites en un Registro Inmobiliario o los cuentos de la cripta, por Tulio Ramírez
Twitter: @tulioramirezc
Todos hemos tenido experiencias terribles. Desde que tenemos uso de razón transitamos por esos momentos espeluznantes. Cuando sucede, rogamos despertar pronto cual si fueran pesadillas a lo Freddy Krueger. Lo peor es que esas experiencias se anclan en nuestra memoria como una maldición, y no hay manera de que se desvanezcan con el tiempo. Son nuestros cuentos de la cripta personales.
Por ejemplo, cómo olvidar cuando, a los 9 años y estudiando 2do grado, la maestra Beatriz me sorprendió in fraganti husmeando debajo de las escaleras de la escuela para ver las piernas de mis condiscípulas. Fue de terror. Me llevaron a la Dirección y citaron a mi madre. Trágame tierra, que pena.
*Lea: Joseíto, por Tulio Ramírez
Igual sucedió aquella vez que mi profesor de física de tercer año de bachillerato, me sorprendió copiando unas fórmulas de un pañuelo que usaba como consecuencia de un «resfriado». El muy insensible me llamó la atención frente a todos y me sacó del examen. Qué pena con mis compañeros. Nuevamente, trágame tierra.
Otras situaciones espeluznantes fueron vividas en mi juventud. Recuerdo haber sido detenido por los cuerpos de seguridad del Estado junto a mis panas Martín, Horacio y Alexander, bajo la acusación de conspirar para hacer caer el gobierno. Me amenazaban con detener a toda mi familia si no delataba el plan conspirativo. Como ese plan no existía sino solo en la imaginación de los policías, no había información que dar.
Por mi silencio asumieron que era un guerrillero irreductible. Esto hizo que las amenazas fueran cada vez más serias. Les juro que no pude dormir durante los siete días con sus noches que estuve detenido. Mi compañera de celda, Teodorica, una cucaracha que aparecía siempre a la misma hora de la madrugada, hacía más tensa la situación.
Y así transcurre la vida, entre situaciones de terror vamos creciendo y templándonos. Puedo contar muchas anécdotas desagradables, pero creo que ninguna ha sido tan horrible como la que viví recientemente en un registro inmobiliario de Caracas. Fue como atravesar la puerta del closet que conduce a Narnia, pero en esta oportunidad entraba al infierno de Dante.
Lo primero que te encuentras es que no hay información visible por ninguna parte sobre los requisitos que debes consignar para cada trámite. Todo es por tradición oral. Un funcionario te dice lo que debes traer y cuando por fin reúnes los recaudos, otro funcionario te dice que falta uno. Cuando te dedicas a buscarlo se te vencen las solvencias que ya habías sacado y comienza nuevamente el proceso.
Regresas al registro y pierdes la mañana, porque «ay mi amol, lo siento, hoy no hay sistema». Regresas al día siguiente, pierdes la mañana por «ay mi amol, la que te recibe esos papeles no viene hoy. Llamó y dijo que le había llegado el agua y va a aprovechar para lavar. Tú sabes cómo es». Van dos días perdidos.
En la tercera oportunidad logras que te reciban los papeles y cuando vas a pagar los aranceles de registro, sorpresa, «mi corazón, no hay punto, tienes que pagar en el banco y traerme el bouche». Cuando lo haces y regresas te dicen «¿no me trajiste tres copias?, tendrás que venir mañana porque ya la taquilla cierra». Uff.
Eres fuerte y quieres salir de eso. Regresas al día siguiente, te reciben la copia, te devuelven las otras dos copias, «esto es suyo, no lo necesito» (grrrr). Mientras estas en el registro esperando una eternidad para entregar las benditas copias, te remolcan el carro con la carpeta que contiene las solvencias. Recuperas el carro pagando 40 dólares y una multa de 2 bolívares.
Al día siguiente logras llegar al registro a mediodía. Crees que con el favor de Dios, lo vas a lograr. Pues no. Después de esperar tres horas la chica te dice, «mi rey, pero aquí faltan los impuestos de la gobernación», tu respondes, «eso no me lo dijeron, me aseguraron que todos los papeles están completos». «Pues no mi amol, tienes que ir al banco, pagarlos y venir después». No hay tiempo, el banco está cerrado.
Ya al borde de la desesperación y después de ocho días perdidos, logras pagar todo e introducir los documentos. Te asignan el día de la firma. Vas contento con los vendedores a finiquitar todo. Amaneces, llegas a las 8:00 am, pero te atienden a las 2:30 pm, porque primero pasan los «gestores».
Por fin te llaman. Horror, no hay firma. Ya sin fuerzas pregunto, «¿Ahora qué pasa?, ese documento ha sido revisado por todos los funcionarios y todas las oficinas, ¿pero qué falta ahora?». La chica me extiende la carpeta y desviando la mirada hacia un «gestor» que le hace señas, me informa: «Mi amol, en la última línea hay tres espacios vacios, no está completa. Debes colocar tres puntitos, eso no puede quedar vacío. Llévaselo al abogado para que se los ponga y vente mañana». Lo peor es que para el día siguiente se vencen tres de las solvencias. A le fecha de aparecer este artículo, la firma no se ha logrado. Así estamos.
Tulio Ramírez es abogado, sociólogo y Doctor en Educación. Director del Doctorado en Educación UCAB. Profesor en UCAB, UCV y UPEL
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo