Tres maestros, tres historias, por Tulio Ramírez
Autor: Tulio Ramírez | @tulioramirezc
El 15 de enero pasado fue el Día del Maestro. Los horribles sucesos ocurridos en El Junquito ese mismo día, desviaron la atención de toda Venezuela. Ver en vivo y directo el asesinato de cinco hombres y una mujer embarazada que se entregaban a viva voz a una treintena de funcionarios y paramilitares armados hasta los dientes, no es cosa de todos los días. Evidentemente el Día del Maestro pasó a un segundo plano. Aunque, como ha sucedido en los últimos 18 años de gobierno chavista, no había motivo alguno para que el gremio docente celebrara. Tampoco hubo espacio para dar a conocer las precarias condiciones en que se encuentran nuestros educadores.
La autocensura cómplice de algunos medios no solo silenció la hoy denominada Masacre del Junquito, sino también los actos de protestas de los maestros. Solo tuvo cobertura la presentación de la “Memoria y Cuenta” ante la impresentable Asamblea Nacional Constituyente donde se anunció, entre otras cosas, el aumento de sueldo a los educadores, el reconocimiento de deudas derivadas del contrato colectivo y el aporte para mejorar servicios de un Ipasme, que hace años se convirtió en un elefante rojo. O sea, curitas usadas para crear la sensación de que el enfermo ahora si mejorará.
Ante la imposibilidad de que en la Venezuela revolucionaria y socialista los maestros puedan dar a conocer los motivos por los cuales están dejando las aulas para irse a otros oficios o marcharse definitivamente a tierras extranjeras, dedicar el espacio para presentar tres breves historias de maestras y maestros que se vieron en la imperiosa necesidad de renunciar a sus puestos de trabajo para ir en búsqueda de mejores oportunidades. Son tres historias que pueden resumir el drama que viven cientos de miles de educadores en un país donde el solo anuncio de un aumento de sueldo, se convierte más en una amenaza que en una buena noticia.
Son tres historias que pueden resumir el drama que viven cientos de miles de educadores en un país donde el solo anuncio de un aumento de sueldo, se convierte más en una amenaza que en una buena noticia
La primera historia es la de Martha (obvio que es un nombre ficticio). Sus 23 años como maestra en una escuela pública en Petare, la convirtieron en un ser muy querido en el humilde Barrio donde imparte el magisterio. Un día dejó de asistir a clases. La contactaron y esto fue lo que contó: “vivo en la Urb. Paulo VI cerca de El Llanito, la buseta me cobra 1000 bs hasta la Redoma de Petare y de allí debo pagar 2000 Bs. al jeep que me lleva hasta la escuela. Igual monto pago para regresar, eso hace que gaste 6.000 Bs. diarios en pasajes, o sea 120.000 Bs al mes. Yo cobro con los descuentos 98.000 Bs al mes. Aunque quisiera, no tengo como ir a trabajar”.
Ramón (otro seudónimo) es profesor de química en un Colegio privado, es una referencia en ese colegio por los años de servicio, su don de gente y su calidad docente. El lunes 8 de enero con el inicio de clases se presentó en la Dirección y anuncio que trabajaba hasta el día 11 de enero. La Directora quedó en shock. Conseguir un profesor de química ya es difícil, y bueno como Ramón, casi imposible. El argumento de Ramón fue el siguiente: “Ante todo soy un caballero y me apena colocarla en este trance, pero tengo esposa y 3 hijos, y en diciembre no pude comprarles estreno, ni hacer hallacas, ni visitar familiares, y me cansé de poner excusas para que no me visitaran por no tener nada que ofrecer. El 5 de enero me pagaron la quincena y cobré 28 mil bolívares. Dígame, ¿usted, en las mismas condiciones, no renunciaría?”.
Ingrid (tampoco es su verdadero nombre), ha pasado 12 años como maestra de 3er grado en una escuela pública. Sufre de la tensión y no consigue las medicinas. Le trajeron unas pastillas de Colombia y se la están cobrando en dólares o en bolívares al cambio del innombrable. Está obligada a comprarlas y el monto es de 9 millones de Bs. Fue al ministerio a solicitar adelanto de sus prestaciones y no ha tenido respuesta, el Ipasme no puede ayudarla. Tomó la decisión de renunciar e irse a Colombia a trabajar “en lo que sea”. Durmió con sus hijas en un terminal de autobuses en Cúcuta y llegó a Medellín a emplearse como doméstica. En un correo le comentó a una colega: “Nunca pensé hacer esto, pero me obligaron a escoger entre mi vocación y mi vida, escogí por mi vida”. Son tres maestros, tres historias.
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