Tribulaciones de la ley de comunas, por Simón Boccanegra
Un diputado chavista me ha hecho una revelación asombrosa, pero nada inesperada. La razón por la cual la Ley de Comunas ha sido metida en el congelador obedece a la reacción del pueblo chavista, furibunda en algunos casos y desconcertada en otros, en las reuniones del «parlamentarismo de calle». En una de ellas, a medida que el informante explicaba la cosa, interrumpió de pronto un «compatriota» que tiene una bodeguita, haciendo una pregunta que volvió un ocho al informante. «¿Dónde está aquí mi propiedad privada?» Ante las respuestas confusas y cada vez más enredadas que se le daban, el hombre volvió a la carga: «No, no, yo no estoy hablando de Globovisión ni de Polar; a mí no me van a quitar mi bodega, que la he trabajado toda la vida». Los asistentes se sumaron al bodeguero de marras: «¿Mi rancho no es mío? ¿Cómo es eso de que la tierra es del Estado? La reunión tuvo que ser suspendida. El punto es que los arquitectos de este engendro no se han paseado por las lecciones de la historia. Atacar la pequeña propiedad privada, esa del pueblo humilde (la vivienda, la bodega, la empresita informal, el taxi, la buseta, etc.), que es parte del espíritu de superación y de sobrevivencia, es un error garrafal, que sólo pudo ser cometido en la URSS y en Cuba con base en la más feroz represión. Pero, por allí, por el comunismo, comenzó la muerte de la utopía igualitaria y justiciera que animó al socialismo decimonónico. El socialismo sólo puede ser producto de una decisión democrática, no de una imposición autoritaria. Confiemos en que la lección del parlamentarismo de calle haya sido aprendida.