Trump quiere ir de “shopping” (I), por Carlos M. Montenegro
Se dice que “ir de compras” es bueno, que ayuda a mejorar el ánimo decaído y eleva la autoestima, que puede tener un impacto positivo en el buen humor, que hace que el cerebro produzca serotonina y dopamina, las mismas sustancias contenidas en el chocolate, por eso debe ser que hay tantos adictos a ir de compras, o “shopaholic” como dicen “los que están en algo”.
Para la mayoría de nosotros, por ahora, en este país lo de ir de compras no es más que una nostálgica remembranza de aquellas compras navideñas, a escondidas de los niños en almacenes o centros comerciales; de los fantásticos “malls” en los viajes al exterior cuando el “tá barato, dame dos”, o los paseos en busca de regalos para la gente querida en cumpleaños o efemérides. Hasta en los estratos más populares se podía ir de compras a mercados y tiendas de descuento modelo “pepegangas”. Para qué seguir.
Hoy se trata de escribir sobre compras a lo grande, pero a lo grande, grande. Claro que para eso hay que poder. Hay muchos que pueden, simplemente porque tienen con qué; pero no crean, que hasta entre los verdaderos “tycoons”, los que salen en Forbes y Fortune, hay clases y niveles diferenciadores.
Pero además de los magnates hay otra clase de individuos que suelen ir de compras a lo grande sin gastar de su dinero: son los políticos. Y también entre ellos hay diferencias cualitativas considerables. Los políticos que más gastan sin meter la mano en sus bolsillos son los electos democráticamente como presidentes, primeros ministros y jefes de gobierno, además de los dictadores, tiranos, autócratas y usurpadores.
Todos hacen grandes compras, pero con el dinero del Estado que es quien provee el dinero a los presupuestos de los gobiernos, para que gasten en lo que consideren preciso y que ellos administran
Lo que establece la diferencia entre ambos grupos es que los primeros, los demócratas, suelen hacer las compras con el fin de satisfacer las necesidades de la sociedad que el país requiera. Y los segundos, a los que me gusta llamar “guisocratas”, porque con mucha frecuencia gastan sin control para hacerse ricos y hacer ricos a los testaferros y acólitos que les ayudan en la tarea.
Ahora bien, lo que nunca cambia es que el dinero que ambos emplean procede invariablemente de los contribuyentes. Permítanme tratar sobre el primer grupo, que es el que prefiero, ya que al otro lo único que le concedo es que existen, y que son demasiados.
En efecto los presidentes y jefes de gobierno, sean jefes de Estado o no, son los que disponen de más recursos y cuando salen de compras no paran hasta que se acaba lo presupuestado y a veces más, pues se endeudan. Gastan en armas, carreteras, puertos, aeropuertos, barcos, aviones, represas y en fin todo lo que se les ponga por delante y que les sirva, obviamente. Por supuesto cuanto más poderoso es el país, más puede comprar quien lo preside; hoy voy a referirme a uno en particular.
Como habrán supuesto se trata de Donald Trump, el 45º presidente de los EEUU, ese insólito personaje que, desde joven, mucho antes de pensar en hacerse político, ya era un magnate de los bienes raíces y figura en el 113º lugar de los mil millonarios según Forbes. Como empresario, construyó, reformó y gerenció en EEUU innumerables edificios de oficinas y rascacielos, y campos de golf, casinos y hoteles de gran lujo alrededor del mundo como la cadena Trump International Towers & Hotels.
Se hizo una estrella de la televisión como conductor de su propio reality show, The Apprentice, durante 12 temporadas para la NBC; además fue el dueño de los concursos de belleza Miss USA y Miss Universo a lo largo de 19 años. Como se ve, a Trump parece que siempre le gustaron las cosas buenas y a lo grande.
Pues ya siendo presidente de los EEUU, hace un par de semanas amaneció con ganas de ir de compras, se reunió con sus asesores y debió dejarlos atónitos cuando les pidió que investigaran cuánto costaría Groenlandia, porque quería comprarla. Pudo parecer una broma, como evocando aquellas épocas en que emperadores y reyes conquistaban territorios y naciones, y después, como si tales cosas las vendían, cambiaban o regalaban con habitantes incluidos.
Es probable que algún asesor de confianza le preguntara algo así como: “señor presidente, ¿la quiere comprar para usted o tiene otra idea en mente?”. Puede parecer chiste, pero dada la trayectoria del personaje todo cabe.
Por su origen, Trump pudiera tener querencia isleña. Su madre fue una inmigrante nacida en la Isla de Lewis en el norte de las Isla Hébridas, pertenecientes a Escocia, y él mismo es oriundo de otra isla, la de Long Island, frente a la de Manhattan.
Chanzas aparte, según The New York Times, en realidad Trump habría mostrado por primera vez su interés en comprar Groenlandia, en la primavera de 2018 durante una reunión en el Despacho Oval, inquiriendo a sus asistentes sobre la posibilidad legal de realizar la compra. Estos, según el Times, habrían evitado comentar su escepticismo al jefe y aceptaron investigar la viabilidad del plan del presidente.
El resultado fue que la idea de Trump ni siquiera en términos legales lucía descabellada. Desde una perspectiva histórica existen precedentes de compraventa de territorios en el mundo y EEUU no ha sido ajeno a esas operaciones, pues desde su independencia ha triplicado prácticamente su territorio, yendo simplemente de compras y sin gastar mucho.
Aunque Groenlandia exporta su pescado, es lo que encierra en sus entrañas lo que suscita el interés de las potencias extranjeras: el subsuelo groenlandés contiene minerales preciosos como oro, rubíes, uranio, olivino etc. y nada desdeñables reservas petroleras y de gas.
En resumen, al parecer EE.UU. tiene mejores razones para codiciar Groenlandia que, como se dice, hacer campos de golf o levantar hoteles con casino en la nieve
El valor estratégico de Groenlandia parece estar en alza. El creciente cambio climático global hace que rutas hasta ahora impracticables por estar congeladas, comienzan a ser navegables, comunicando el Atlántico con el Pacífico a través del Ártico; rutas que antiguos navegantes buscaron sin éxito, ahora pueden ser utilizadas ahorrando hasta un 40% de tiempo y dinero al transportar mercancías que debían dar grandes rodeos por Suez o Panamá.
Aunque el gobierno danés, antes incluso de recibir formalmente una oferta de Trump, ha cerrado toda posibilidad de venta de su territorio americano, el juego aún no está trancado ni mucho menos.