Últimas noticias del periodismo, por Teodoro Petkoff

En “el canal de todos los venezolanos”, es decir, VTV, el periodista venezolano (de origen uruguayo), Walter Martínez fue castigado, sacando del aire su programa Dossier, porque emitió unas opiniones críticas sobre el modo como se manejó la comparecencia de Chávez en la ONU e hizo acusaciones generales sobre la corrupción del régimen. “Estamos hartos”, dijo, “de gente que se pone la cachucha roja para robar”. Posteriormente se le pidió, como condición para restablecer el programa, que se retractara públicamente.
Su respuesta fue: “Señor ministro… lo que usted quiere decir es que si yo no rectifico o me como mis palabras no puedo salir al aire. Muy bien, entonces mi opinión es que yo no rectifico nada y no iré entonces al aire”. El canal 8, pues, al menos ya no es de Walter Martínez… y tampoco es de “todos los venezolanos”. Fue privatizado: es de Chávez.
Martínez es un periodista identificado con el gobierno pero se le aplica el ácido precisamente por eso; porque de los suyos Chávez espera obediencia absoluta y cualquier postura crítica es inadmisible. De hecho, se la califica de traición. Esta es la palabra favorita de la intolerancia supuestamente revolucionaria. La divergencia de pareceres con el jefe es “traición”. Un partidario tiene que aceptar la infalibilidad del jefe; cuestionarla es traicionarla. Walter Martínez cometió ese “delito”. Pero la intolerancia y el fundamentalismo tienen sus ritos: si el pecador reconoce sus pecados y se retracta, queda purificado. Si Walter Martínez hubiera reconocido que lo suyo fue habladera de pendejadas, ya Dossier estaría en el aire. No lo hizo y paga por su “traición”.
Pero la gangrena se extiende. Recientemente, en un acto en el Panteón Nacional, unas señoras, devotas de Yo El Supremo, pero que no entienden que Bush quiere matarlo y que ahora ya no está para amapuches, quisieron acercársele para saludarlo. El anillo militar de protección las maltrató físicamente. Un fotógrafo de Ultimas Noticias captó la escena. Los militares quisieron arrebatarle la cámara. El fotógrafo corrió y se refugió en el diario. Tres militares armados subieron al piso 5 y exigieron la entrega de las fotos. Otro fotógrafo las borró. La Dirección del diario intentó minimizar el incidente y este sólo se hizo público por la protesta de los trabajadores.
Según la Dirección, unos militares golpeando a unas señoras, en un acto del Presidente, no era noticia. El diario no creyó digno de denuncia ese abuso de fuerza y no publicó nada sobre tal atropello. Unos militares intentando decomisar las fotos, dentro de la sede del periódico, aun en el supuesto de que lo hubieran hecho cortésmente, no fue considerado como un atropello a los derechos del ciudadano fotógrafo ni una lesión a la libertad de expresión.
Mal signo. Si los abusos, arbitrariedades y atropellos que se cometen en nombre de la “revolución”, o amparándose en ella, no los denuncia y enfrenta, primero que nadie, quien se diga revolucionario, no se quejen después de que la fe y la esperanza popular que los acompañaron al comienzo se vayan desvaneciendo.