Un millón, por Laureano Márquez
Un millón de dólares es burda de plata. Es mucho más de lo que una persona con un excelente trabajo decente puede ahorrar en toda su vida. Un millón de dólares puede resolverle la vida a cualquiera e incluso, si hay prudencia, hasta al hijo y al nieto de cualquiera.
Puedes alquilar un lujoso apartamento en Sunny Isles Blvd. de Miami durante los próximos 20 años. También puedes abrir un depósito de plazo fijo en un banco y obtener 1666,66 dólares al 2% de interés, lo que le permite vivir y siempre tener tu real y medio. Con un millón de dólares puedes gastar 3000 dólares mensuales durante 30 años.
Para la gente que sabe invertir, con un millón de dólares puede comprar acciones de empresas que produzcan rentas, comprar inmuebles y ponerlos a producir alquilándolos por Air B and B. También puedes comprarte un yate Quincy C de 27 metros de eslora de tres camarotes con capacidad para seis personas. Una villa en el lago de Como, en la exclusiva zona residencial de Mezzegra, a solo 600 metros del Lago. Un reloj Greubel Forsey Art Piece 1, con una hermosa cubierta de esfera azul y la parte trasera de la caja en zafiro, un reloj que es una obra de arte del británico Willard Wigan. En fin, la lista de lo que puede hacerse con un millón de dólares es tan larga como quiera uno hacerla en función de sus gustos, pasiones y preferencias.
La compra de conciencias y de voluntades políticas no es nueva. De ella se ha dicho mucho, como por ejemplo que cada uno de nosotros tiene un precio y que aquel que lo encuentra puede adueñarse de nuestra voluntad. La compra de conciencias tiene muchos modos y maneras de producirse, la mayor parte de ellas son sutiles, porque a la conciencia le resulta muy feo eso de sentir que se está vendiendo, puesto que su naturaleza es ser coherente con los principios a toda costa. Por ello, los entendidos en este tipo de negociaciones la realizan con la mayor delicadeza, tratando de que la susodicha no se entere de que tiene precio y ha sido vendida por su dueño.
En Venezuela no nos andamos con miramientos: los compradores de conciencias tienen hasta tarifas cambiantes en función de la dimensión de los principios que haya que negociar. Asumen como principio de vida el viejo refrán de que “cree el ladrón que todos son de su condición”, dejan a un lado las sutilezas y te lo dicen abiertamente: “te compro tu conciencia”, dando por descontado que todo el mundo anda en lo mismo.
La conciencia de un diputado, por ejemplo, para el régimen tiene el valor de un millón de dólares.
Que las conciencias resistan, siempre nos produce confianza y esperanza en el alma humana. Es de esas actitudes que se esperan de la gente, pero cuya constatación emociona igualmente y nos estimula a emular la entereza y la dignidad. Ahora bien, cuando a una conciencia se le pide que escoja entre un millón de dolares, por un lado y cárcel, tortura, persecución, maltrato, por otro y escoge lo segundo, muestra con ello una dignidad de espíritu que merece nuestro profundo respeto y admiración. Son este tipo de conciencias la que a lo largo de la historia han salvado a la humanidad.
Nos recuerdan que Sócrates no ha muerto y que tomar el camino de la justicia y los principios, hacer lo correcto aun a riesgo de la propia seguridad es también un camino de santidad.
Una de las definiciones que el diccionario de la Real Academia ofrece de “gracia” es: “En la doctrina católica, favor sobrenatural y gratuito que Dios concede al hombre para ponerlo en el camino de la salvación”
A esas conciencias que resisten en estas duras circunstancias, un millón de gracias.