Un mundo todavía terrible, por Fernando Rodríguez
Si el mundo en que vivimos es mejor o peor que el de hace, digamos, algo más de medio siglo es una polémica interminable. Unos citan el crecimiento ciertamente grande de la expectativa de vida o el aumento de la productividad mundial o el relativo descenso de la pobreza o, sin duda, la revolución tecnológica, básicamente electrónica o el crecimiento de los países democráticos o más o menos democráticos, etc. Bien, gol. Los contrincantes se refieren al cambio climático que está devorando el planeta, las bombas atómicas que siguen guindando de las nubes, los ultraderechistas que crecen al ritmo de las migraciones y amenazan con nuevos racismos, el crecimiento de la desigualdad aun y sobre todo en los países desarrollados, la posverdad en las comunicaciones, los enfrentamientos religiosos a lo Huntington, un individualismo según algunos inéditos y que conspira contra la idea misma de humanidad, etc. Empatados diría, para no aventurarnos.
Sea lo que fuese por allí sucede cada cosa que uno piensa, seguramente equivocadamente, que antes no acaecían. Por ejemplo el acuchillado candidato brasileño Bolsonaro, que aun en el rocambolesco ambiente brasileño actual es una desmesura sin nombre. Me explico, para los que no han seguido la truculenta y a lo mejor trágica aventura, que el candidato en cuestión es el que tiene en las encuestas la mayor opción de triunfo en las inmediatas presidenciales, excepción hecha de la imposible candidatura del encanado Lula, que es otra tragicomedia ejemplar. Y el caballero se caracteriza por hablar mal de los negros, los gays, las mujeres, sobre todo contra los izquierdistas, piensa armar la población… mientras alaba la espantosa última dictadura brasileña y lamenta que no haya asesinado más “comunistas”, que él piensa exterminar.
Algo que llaman populismo y que puede albergar las cosas más heteróclitas pudiese ser el mal mayor que decida la controversia con que comenzábamos, la muerte de la razón y la verdad política
Si Lula como ya es casi una certeza no puede ir a elecciones, a pesar de ser el político más popular de la historia brasileña, y su reemplazante del PT cuenta con un escuálido 4 % del electorado, pues es posible que tengamos un nazi tropical en el gran país de la región. Si a todo esto le sumamos el tsunami de corrupción que acabó con buena parte de la elite política brasileña, y se expandió a otros países, entre ellos Venezuela, pues es difícil pensar el fenómeno.
Pero a mí me despierta especial interés el hecho que necesariamente parte de los votos de Lula, que a pesar de sus pecados es un hombre progresista, van a terminar parando en las fauces de este monstruo, cuyo único mérito es no ser «político» y hablar como el último patán fascista.
Algo que llaman populismo y que puede albergar las cosas más heteróclitas pudiese ser el mal mayor que decida la controversia con que comenzábamos, la muerte de la razón y la verdad política. Bolsanaro pudiese ser uno de sus emblemas y lo tenemos aquí al lado en la potencia latinoamericana. Es para asustarse, de paso.
Y dejemos de lado lo que pasa en algunos países del Este y, por supuesto a los inigualables Trump y Putin que son para un grueso volumen
Y si uno sigue aunque sea someramente la prensa, por cierto la nuestra muy desconectada del universo, vería que la migración del África negra hacia Europa ha reactivado todos los demonios de la raza aria. Incluso la hasta ahora ejemplar democracia de la señora Merkel se estremece con los últimos sucesos que no solo implican a las bandas esotéricas de residuos hitlerianos, cabezas rapadas y huecas, si no parece inclinar toda la política germana hacia una derecha que, en su caso, evoca fantasmas muy de carne y hueso, zombis. Hasta su ministro del interior, un socialcristiano de mala cepa, anda saboteando su muy digna labor. Y dejemos de lado lo que pasa en algunos países del Este y, por supuesto a los inigualables Trump y Putin que son para un grueso volumen.
Es cierto que no ha habido guerras mundiales en tres cuartos de siglo pero entre las Torres Gemelas, el Estado islámico y ad lateres, Siria y las guerras inacabables de África o las secuelas sin fin de Afganistán e Irak, Maduro y Ortega, tenemos que concluir que seguimos siendo tan fanáticos, tan destructores, como nos pensó Freud. Y la especie sapiente sigue muy lejos de serlo. Olvidemos la polémica comparación inicial por ahora, la certeza de que seguimos siendo bestiales.