Un paso, ¿hacia dónde?, por Simón García
Twitter: @garciasim
Para muchos, la no participación de Capriles estuvo cantada. Una de sus exigencias se refería a posponer las elecciones. Punto en el cual Maduro no cedería. En primer lugar porque le concedía chance a la oposición para recomponerse. Luego, porque permitiría la observación internacional al proporcionar los meses requeridos por el Manual de Observación de la Unión Europea (UE). Y, sobre todo, porque el gobierno reservaría esa carta para jugarla, si le resultara inevitable, después de la elección presidencial de los EEUU.
Desde mi observación, el retiro de la Fuerza del Cambio, tarjeta atribuida a Capriles, fue un error. Se le quitó a la torre del dominó, una pieza importante para sostener la vía electoral y el voto como medios para realizar la democracia, aún antes que ella haya sido restablecida completamente en el país. Reforzó las dos tesis que en Venezuela se usan para justificar una salida militar y violenta: es imposible participar en un proceso electoral con Maduro en el poder y si se hace no va a cambiar nada.
La decisión puso fin a una esperanza concreta de sectores que no se sentían identificados con las fórmulas opositoras inscritas y oxigenó la cruzada de los abstencionistas que inmediatamente tomaron teclados y micrófonos para clamar por la intervención militar extranjera y apuestas ciegas sea a un golpe, sea a un levantamiento popular detonado por sanciones que castigan más a la gente que a la autocracia.
En términos de defensa de la democracia como valor, principio institucional y regla de vida, hubo un retroceso. Se le abrió un vacío a la nueva referencia política centrada en la gente y la reconstrucción del país mediante una combinación de organización, conciencia, movilización y entendimiento directo con el gobierno o sectores del campo dominante.
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Es probable que la decisión de Capriles esté fundamentada en esquivar una derrota. Si se toma en cuenta la foto de las encuestas en este momento, habrá un final desolador para la oposición. Más catastrófico mientras menor sea la participación de los demócratas y se carezca de una oposición menos fragmentada y sin posibilidad de atraer a una población indiferente a la pompa política.
Los pasos inmediatos de Capriles, que emprendió todo esta operación sin el apoyo de un partido, indicarán si hay queso en la tostada. Si su razón es asegurarse que la alternativa surja con vientos más favorables, no debe alentar la abstención.
El quedarse en casa aumenta el riesgo de iniciar el 2021 con un país más abajo en nuestro barranco, con una ola de frustración ahogando la resistencia tanto partidista como social y una mayor influencia de los sectores que en el poder quieren una transición, pero no hacia la democracia sino hacia alguna forma de totalitarismo.
En el contexto hay que situar, al menos, cuatro elementos más: 1) La disminución de la capacidad de negociación interna y la presión por imponer en la política internacional, una línea conservadora diferente a la de Borrell, 2) La conexión de las protestas con el descontento del pueblo chavista y el malestar en torno a las candidaturas que puede detonar un voto castigo, 3) El reacomodo en actores institucionales no partidistas, como la Conferencia Episcopal y Fedecámaras, que ahora tropiezan con disidencias que buscan modificar las propuestas de lucha por los cambios en paz y con entendimientos más vigorosos que la solución del lado político del conflicto. La ilusión del 7 de caballería irrumpiendo en nuestro territorio y el caramelo de un capitalismo sin normas son los dos carnadas para los núcleos de empresarios que quieren engordar con la crisis. 4) La apuesta a un pronunciamiento de la FANB.
Levantar una alternativa democrática casi desde cero, construir una esperanza creíble de cambio pacífico, estar al lado de la gente y renovar las élites con miras a unirlas con sentido de país, puede obligar a Capriles a dar otro paso vaivén. Si la pista no es una recta, tal vez haya que bailar mucho merengue.
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