Un recuerdo de Aníbal, por Simón Boccanegra
Este minicronista recuerda que para 1949-50, cuando el director comenzaba su militancia en la Juventud Comunista, le tocó un día la misión de lanzar dos bombas Molotov sobre la pantalla de un cine donde pasaban una película antisoviética, «La cortina de hierro». A última hora, cuando su acompañante y él ya compraban las entradas, llegó, con la lengua afuera, un camarada. «El Buró Político dice que eso es terrorismo y que hay que suspender el acto». El otro miembro del team, encargado de algo así como la seguridad, acompañó al director en un largo suspiro de alivio y bajaron, silbandito y livianitos, desde el cine Granada frente al Panteón. ¿Saben quién era ese Rambo? Pues Aníbal Nazoa. Aníbal, el gran Matías Carrasco, entonces tan flaquito, pequeñito y frágil como ahora, que se fue a juntar con Aquiles. Siempre que se veía con el director recordaba con alguna gracejada aquel episodio, en el cual, y lo decía muerto de risa, el director hubiera tenido que ocuparse de las bombas y de él. Murió en su ley. Para María Lucía, su compañera, mi respeto y solidaridad.