Un sistema judicial hitleriano, por Simón Boccanegra
Al general Baduel lo acusan de actos de corrupción; al ex gobernador Eduardo Manuitt lo acusan de actos de corrupción; al ex gobernador Ramón Martínez lo acusan de actos de corrupción; a Manuel Rosales lo acusan de actos de corrupción; al gobernador Capriles Radonski le lanzan una acusación de corrupción; al ex gobernador Acosta Carlez lo acusan de actos de corrupción; al ex gobernador Carlos Jiménez lo acusan de actos de corrupción. Al general Víctor Cruz Weffer se le abrió juicio por corrupción después que peleó con el déspota. Lo curioso es que todos los acusados o son adversarios políticos del déspota de Miraflores o son personas que rompieron con él. Por mera ley de probabilidades es imposible que los únicos corruptos de Venezuela sean precisamente adversarios políticos del déspota o gente que rompió con él. Eso es estadísticamente imposible. De lo cual es forzoso inferir que la supuesta lucha contra la corrupción es una modalidad refinada, muy sofísticada y muy perversa, de la corrupción misma. Se ha hecho de ella un instrumento de represión y retaliación contra la disidencia política. Tal vez algunos de los acusados, hasta hace poco compañeritos del proceso, estén en efecto incursos en actos delictivos, en particular gente como Acosta Carlez o Carlos Jiménez, pero, es obvio que en este régimen de ladrones y asaltantes de caminos no son los únicos. Prácticamente ningún gobernador o alcalde chavista, con raras excepciones, resiste una investigación, pero el déspota cree asegurar su lealtad mostrándoles lo que les ocurre a quienes rompen políticamente con él o desobedecen sus órdenes. Puedes robar mientras me seas leal, es el mensaje. Y para los adversarios políticos, el mensaje tiene una variante: cualquier cosa te voy a inventar, pero no esperes de mí, razona el déspota, una normal controversia democrática. No se presume la inocencia sino la culpabilidad. Tal como hacia Adolfo Hitler. El mero hecho de haber tenido el atrevimiento de ganarle una elección al déspota o a alguno de sus mezquinos y mediocres secuaces tipo Diosdado, de una vez hace culpable al osado. El delito se le inventará después.