Una de vaqueros, Nicolás; por Sebastián Boccanegra
Hugo Chávez y, por ende el chavismo, no tuvo una épica para justificar su ingreso al Panteón. No tuvo una Sierra Maestra, ni la entrada triunfal a Caracas, como sucedió con Fidel en La Habana.
Tampoco tuvimos la invasión imperial, como ese vergonzoso episodio de Bahía de Cochinos. Y de bloqueos gringos, ni hablar. Con Estados Unidos se produjeron escarceos diplomáticos, más por las ocurrencias del finado Presidente que por acciones o iniciativas de la Casa Blanca.
El petróleo endógeno ha sido siempre bien recibido en los puertos de esa nación que cobija el capitalismo. Incluso en momentos tan graves como cuando Bush hijo invadió Irak, desde Venezuela no se dejó de exportarle crudo y derivados a Washington, al punto de que el propio Chávez, en entrevista a la TV chilena, reconoció que no era descartable que algún tanque yanqui que entró en Bagdad en marzo de 2003 lo haya hecho impulsado por gasolina venezolana.
De manera que frente al imperio fue puro aguaje. Ante esta carencia de heroísmo, de épica, hay que inventarse alguna excusa aunque sea después de muerto.
No hay que olvidar que el mismo Chávez adelantó algo cuando dijo que le parecía extraño que varios mandatarios latinoamericanos hayan sido tocados por el cáncer, asomando la posibilidad de que su enfermedad pudo ser inoculada. Al poco tiempo echó para atrás la teoría, aunque no del todo.
Ahora, tras anunciar su partida, Nicolás Maduro retoma el tema y anuncia investigaciones para llegar a la «verdad». Ya la «teoría» fue rechazada por científicos de diversos países y tomada como poco seria por oncólogos reconocidos.
Pero, para que el ridículo no sea tan evidente, ahora ponen a Evo Morales a que asegure que, en vez de cáncer, Hugo Chávez fue envenenado, arrojando de paso dudas sobre el anillo de seguridad del fallecido. Lo que al parecer no pueden aceptar es que su héroe falleció como la mayoría de las personas en el mundo: en la cama y de muerte natural.
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