Una dictadura personalista, por Gregorio Salazar
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Para algo deberían servir esas manifestaciones de repudio popular, el furor contra las estatuas, el dolor que brota de las entrañas carcelarias del régimen, la visión fantasmal de tantos presos políticos regresando como de ultratumba, la reiteración de las condenas mundiales y la siempre previsible huida a los predios de otro dictador personalista y genocida.
De nada sirvieron el poder omnímodo, las elecciones reiteradamente falseadas, tantos años de represión inmisericorde, tanta sangre inocente derramada, la opinión pública amordazada, millones de familias separadas por una diáspora desesperada e incesante, la destrucción de un país convertido en un rompecabezas del odio ni la protección en el regazo de otros déspotas.
En un tiempo el autócrata se exhibe imprescindible. Lo es todo. El jefe del poder civil y sobre todo del militar. Alterna exultante la corbata y el uniforme verde oliva. Vive entre la opulencia palaciega, tiene una flotilla de aviones y de vehículos, camina entre ristras de joyas y sacas de divisas. Presume postizamente del favor popular, chapotea en el forzado culto a la personalidad y su rostro abigotado, plasmado en plástico, metal o pintura surge al paso en cada resquicio de las ciudades.
Hoy todo es pasado. Bashir Al-Asad se desplomó desde la cima de su reino de oprobio en Siria y emprendió la huida, casi sin oponer resistencia, hacia los brazos de quienes en un momento lo sostuvieron por la fuerza de las armas en el poder. El poder, todo el poder, degradarse al máximo sólo por el poder, sin fronteras éticas ni principistas.
Las distintas facciones tribales, políticas y religiosas, otrora enfrentadas a muerte, buscan la reconstrucción de Siria en paz y libertad. Es la expectativa mundial y sobre todo el anhelo del pueblo sirio.
Al mariscal y oftalmólogo Bashir Al Asad, aquí lo tuvimos y nada menos que ponderado, sí señor, como «uno de los libertadores del mundo nuevo». Qué insólita desmesura. Y para colmo investido de todos los máximos honores: la Orden del Cordón de El Libertador en su primera clase y la simbólica réplica de la espada de Bolívar.
No fue el único, por cierto, que recibió el simbólico regalo, que en manos de Al Assad y de otros como él no pasa de representar deshonra, latón pulido y vidriosas incrustaciones. Allá, en algún rincón palaciego de Damasco, debe haber sido abandonada por el dictador, que no tuvo la previsión de cargar con los restos de su padre, el no menos despótico Háfez El Asad, como lo hizo en el caribe Ramfis Trujillo con el cadáver de su sanguinario progenitor Chapita Trujillo, para evitar la violación de su tumba. Dios, cuánta demencial criminalidad concentrada en sólo cuatro nombres.
Pero hubo más. Aquí también fueron presentados como libertadores, revolucionarios benefactores de su pueblo y de la humanidad, Fidel Castro, Muamar Kadafi, Robert Mugabe, y aunque no lo trajeron sí fueron a retratarse con él, Sadam Husein. Fueron exaltados ante el pueblo venezolano, y especialmente para su juventud, como modelos del hombre nuevo, el heroico y abnegado gobernante que sacó a su pueblo de la esclavitud y lo había conducido a destinos superiores. Cada quien recibió, cómo no, la espada libertaria, que en sus manos quedó convertida en vulgar pieza de bisutería.
La historia, ni remotamente, los ha absuelto. Todo lo contrario, los condena todos los días. Y las naciones que dirigieron hoy luchan por salir de la debacle social y económica en que las sumieron. Pero claro que sus ejemplos pueden tener una colosal utilidad en cualquier latitud en la medida que los gobernantes en ejercicio se aparten de sus ominosas ejecutorias. Nunca será tan tarde.
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Por cierto, don Edmundo González Urrutia viene anunciando su inminente regreso el 10 de enero cuando deberá asumir la presidencia de la República que le otorgó su arrasador triunfo electoral el 28 de julio. La inmensa mayoría de los venezolanos, al menos el 80 %, quieren verlo investido ese día con los símbolos del poder en Venezuela. Puede que sí, puede que no. Pero si por algún desmán de los poderosos ocurriera lo segundo lo crucial es reafirmarnos en la certeza de que el cambio en el poder en Venezuela, el rumbo hacia la libertad está sentenciado. La voluntad soberana y constitucional del pueblo siempre se impondrá. Un camino anhelado, trazado y decidido que no tiene vuelta atrás.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
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