Una pequeña historia con moraleja, por Teodoro Petkoff
El caso de la señora Massiel Pacheco que tiene un puesto de perros calientes en el Parque del Este es digno de un comentario. La joven, desde hace varios años, recibió un permiso para instalar un puesto de venta de ese alimento popular por excelencia en el parque con que engalanó a Caracas Rómulo Betancourt. Lo había regentado hasta ahora, sin mayores problemas. Pero hete aquí que recientemente vio una bolsa en las vecindades del parque, y al abrirla se dio cuenta de que el contenido se parecía mucho a unas bombas o granadas.
Pues bien, tomó el paquete y lo llevó al puesto de la Guardia Nacional que funciona en el parque. Para su sorpresa el guardia que la atendió le dijo que él no podía recibir eso, dándole una excusa cualquiera. Pues, la señora, entonces, dejó la bolsa en el sitio donde la había encontrado. Pero allí no terminó la curiosa y siniestra aventura. Hizo un segundo intento de deshacerse del indeseable paquete con un miliciano, pero éste también le sacó el bulto.
Al rato llegó una comisión de la Guardia, tomó posesión de la bolsa y, encima, detuvo a la señora, en medio de las más terribles acusaciones e improperios. Y en la actualidad está presa y acusada de terrorismo. Para hacer más paradójica la cuestión la pequeñísima empresaria es una adepta al chavismo de muy larga data. Por increíble que parezca, así ocurrió. Se diría que una raya más para un tigre no es nada del otro mundo pero es que son tan seguiditos estos abusos, mayores y menores, que ya parecen formar parte de nuestra cotidianidad.
Uno se pregunta por lo que habrá pasado con esos más de dos mil detenidos en estos meses turbulentos. Arrestados por fuerzas del orden llenas de odio, en parte inducido, en parte multiplicado por los avatares del oficio de andar atropellando ciudadanos. La de transeúntes distraídos que han debido caer en ese cuantioso número. Pero sobre todo los cuentos de terror que hemos oído sobre torturas, esas que quiso esconder con su tartamudeo verbal justamente la defensora del pueblo, y «tratos crueles, inhumanos o degradantes» contra los detenidos. Por azar, hay sin duda vesanias peores, por ejemplo perdigones a quemarropa que han sesgado vidas, esa guardia nacional dándole en la cara con su casco a una joven indefensa en el suelo ha pasado a ser casi un símbolo de la barbarie vivida por el país.
Una herida tan grave, tan sangrienta, en el cuerpo de la nación no puede dejar de ser castigada para que algo así como una posibilidad de reconciliación asome en nuestro oscuro porvenir. Al parecer el gobierno no quiere caer en cuenta, para iniciar el tan anunciado y voceado diálogo, de que éste es un prerrequisito sanador para hacerlo posible, como son los presos de conciencia o el desarme de sus escuadrones de la muerte.
Valdría la pena que le preguntaran a la amable vendedora de perros calientes del parque por sus sentimientos y resentimientos actuales para medir la temperatura del sentir popular.