Unidad de carne y espíritu, por Américo Martín
A una semana escasa estamos de la consulta electoral elaborada a trompicones por el gobierno y los acontecimientos se arrastran conforme a una lógica ilógica. En lugar de despejarse a la luz de la cercana decisión, la turbulencia, la confusión y una pesada incertidumbre los ocultan en la sombra.
Se ha dicho -personalmente lo he repetido hasta el agotamiento- que la unidad es la premisa del acierto. Pero eso supone la existencia de una dirección unida en el propósito, en el lenguaje y sobre todo reconocida su autoridad por la amplia mayoría del país.
Lleva en su corazón esa mayoría un inmenso potencial de cambio democrático que sería desastroso dejar morir en la desesperanza y la más estéril suspicacia.
Con vocación suicida hay quienes siembran la pasión infatigable del derrotismo que abomina de razones y descansa en el silogismo del todo o nada. ¿Estamos condenados a que la cercanía del momento no ilumine la verdad sino que la oscurezca?
Afortunadamente los hechos son tercos, según reza el conocido apotegma inglés. Si el gobierno ofreciera al menos una más o menos creíble esperanza de recuperación, sacaría ventaja de la confusión de lenguas que reina en la oposición.
El caso es que no, no ofrece lo que no puede y para peor no es solo Venezuela la que lo siente en su piel, en su estómago, en su paciencia, sino que se ha extendido una convicción universal acerca de la responsabilidad del gobierno de Maduro en la tragedia en que yace una nación tenida hasta hace poco por la más pujante y porvenirista de América Latina.
Esos pronósticos de excelencia se han ensombrecido por la inexplicable caída que lo ha colocado en los niveles más bajos, en medio de variables de inflación, recesión, desempleo y deuda que literalmente lo arrastran a la hambruna.
La diáspora de venezolanos dejó en pañales a los balseros cubanos. Venezuela no es una isla. Sus fronteras son terrestres salvo la norteña. Los países receptores de este oleaje se benefician en parte por la incorporación del talento de los inmigrantes, pero la magnitud del problema es tan considerable que ha generado en los generosos vecinos problemas de difícil manejo.
No obstante la solidaridad se ha revestido de una voluntad de acero contra el régimen que maltrata de forma tan bestial a sus propios compatriotas.
Se dice que la economía no cambia gobiernos. El punto es que en situaciones extremas vinculadas a otros síntomas de la tormenta puede ser un factor decisivo. Nunca, pero nunca, había sido Venezuela objeto central y moral de tanta solidaridad mundial.
Estamos en presencia de una presión que crece con energía volcánica. Algunos países han puesto al día sanciones contra el bolsillo de los epítomes de la corrupción y los violadores de DDHH.
Si en lugar de rechazar el acuerdo presentado por el presidente Danilo Medina y los cancilleres facilitadores, el gobierno de Maduro lo hubiese firmado, se habría producido ya un cambio limpio y amparado constitucionalmente, no signado por la venganza sino por la justicia.
Que la oposición, en cambio, sí aceptara firmarlo fundió su relación con la comunidad internacional. Hoy en día al disparatado gobierno se le exige elecciones de verdad con base en lo discutido en SD. Por eso, el presidente Danilo Medina descartó el diálogo prometido por Maduro para ¡después del 20 de mayo! ¿Discutir lo que ya discutimos y tú no aprobaste? El diálogo siempre es necesario pero para superar dramas no para repetir películas ya vistas.
Pero no tenemos todavía unidad de carne y espíritu como la del 23 de enero de 1958. Es la asignatura pendiente. Unidad de carne o suma de toda la disidencia democrática del pentagrama político. Unidad de espíritu es la que agrupó a los pueblos en las trincheras de la Segunda Guerra y que en Venezuela llamaba hermano y no traidor al compañero en la lucha común contra la dictadura de Pérez Jiménez.
Arúspices eran los sacerdotes etruscos que adivinaban el futuro en las entrañas de los animales. Aquí, obviamente, ya no los hay. ¡Hombre! que el precio de las entrañas junto con el de la carne desapareció en el fondo del infinito.