Vamos a ver, por Teodoro Petkoff
Juan Manuel Santos asumió la presidencia de Colombia ratificando lo que ha venido sosteniendo desde su campaña electoral: la intención de recomponer las relaciones con el gobierno de Chávez. Éste, por su parte, a pesar de las tonterías que habló de Santos durante la campaña electoral, se declara dispuesto a salir al encuentro de esa disposición del nuevo presidente colombiano. Si esto marcha conforme a lo expresado por ambos, es posible que en un plazo no muy largo se normalicen las relaciones y ojalá que el restablecimiento de ellas sea prolongado y profundo y no una mera «tregua» entre éste y algún próximo conflicto.
Es obvio que la ruptura de relaciones de todo tipo ha sido altamente perjudicial para ambos países. Los colombianos lo entendieron desde siempre, no así Chávez, quien ha necesitado tropezar de narices con el grave daño que ha significado para nuestra economía, en particular para el sector estatal de ésta, su estúpida decisión de suspender el comercio binacional.
Sin hablar, desde luego, de lo que ha perjudicado a las familias venezolanas la desaparición de los productos colombianos de consumo masivo, que, por supuesto, Pudreval no ha alcanzado a sustituir. Pero, en fin, no podemos menos que desear que los propósitos de ambos presidentes se concreten lo más rápidamente que se pueda. Desde luego, no será cosa de coser y cantar.
Está el tema de la presencia de faracos, elenos y otros delincuentes en nuestro territorio, del cual Santos por supuesto que no se enteró a raíz del regalo envenenado que le dejara Uribe con su reciente denuncia ante la OEA. Pero una cosa es tratar ese asunto, de vieja data, por lo demás, como parte de una agenda global, y otra distinta es abordarlo como si fuera una novedad y dentro del contexto prioritario que le da el eco continental que tuvo el planteamiento de Uribe, quien, ahora, para ponérsela más difícil a su sucesor, anuncia ese extraño recurso ante la Corte Internacional de Justicia y ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, del cual no se sabe si es a título personal o involucra al Estado colombiano, pero que, sin duda, le hace la cuesta más empinada al nuevo inquilino de la Casa de Nariño, en las tratativas que aspira a emprender con su vecino.
Del otro lado, sin embargo, las dos recientes declaraciones de Chávez, instando a las FARC a abandonar la lucha armada, no deben ser desestimadas. Si con ellas le ha restado legitimidad y pertinencia a la acción armada de FARC y ELN, no es difícil percibir que implícitamente está desconociendo también la legitimidad y pertinencia de la presencia de esos grupos armados en nuestro territorio. A estas alturas, y dada la envergadura que ha tomado tal presencia, es dable imaginar que esta se ha tornado disfuncional para el propio Chávez.
No sólo Colombia le reclama esa alcahuetería sino Venezuela también. Ya es imposible que continúe haciéndose el loco ante una situación tan absolutamente irregular e inaceptable, contraria a los intereses de ambas naciones. Ojalá, pues, que esas declaraciones, con sus consecuencias, allanen el camino para el éxito de las conversaciones entre ambos presidentes.