Vencer el desánimo y la apatía, por Griselda Reyes
En las dos últimas décadas, los venezolanos hemos sido sometidos a todo tipo de pruebas, situaciones que incluso superaron nuestras capacidades y que desde entonces nos obligan a preguntarnos, una y otra vez, si tendremos las fuerzas y la voluntad necesaria para seguir adelante. Algunos en mayor y otros en menor medida, los venezolanos hemos demostrado que somos resilientes, que no nos dejamos vencer y que podemos superar las adversidades.
Veinte años de maltratos y humillaciones han hecho mella en la sociedad: millones de familias fracturadas por razones políticas y económicas, fragmentadas por un éxodo sin precedente en nuestro país, venidas a menos por un sistema de gobierno que trabaja sin descanso para destruir e igualarnos a todos en la pobreza.
Estamos a mitad de 2020, inmersos en un caos que se ha hecho habitual desde hace siete años y que se ha profundizado en los últimos dos años y medio por la hiperinflación, el colapso de todos los servicios básicos y más recientemente por la aparición de la pandemia de coronavirus Covid19, que ha provocado en nuestra población un estado de desánimo y apatía, porque no es lo mismo guardar una cuarentena con recursos económicos para sobrellevarla, que acatarla sin tener un solo bolívar en el bolsillo.
Todos los venezolanos desean superar este desastre para volver a la normalidad, esa que añoramos quienes la conocimos y vivimos, esa nueva normalidad que aspiramos construir cuando esta pesadilla socialista se termine y sobre la cual venimos trabajando muchos de quienes seguimos en esta maravillosa tierra que se nos cedió.
Quien diga que el venezolano tiró la toalla y colgó los guantes, no ha recorrido cada rincón de este país ni palpado la necesidad sentida de su gente. Quien diga que el venezolano bajó los brazos para entregarse a la ignominiosa voluntad del desgobierno, no se ha puesto jamás en los zapatos de ese hombre o de esa mujer de a pie que, obligados por la necesidad, tienen que aguantar humillaciones para recibir una limosna social, pero que en el fondo de su ser desean romper las cadenas que lo atan.
En lugar de criticarlos tenemos, como ciudadanos, la obligación moral de brindarles las herramientas necesarias para lograr que muchos de ellos salgan de la pobreza. No estoy hablando de entregarles dinero, no, estoy hablando de llegar a este enorme porcentaje de la población que hoy se encuentra en una situación de vulnerabilidad absoluta y a la que hay que orientar para que retorne al camino correcto de la participación en los asuntos propios de nuestro país, y a la cual hay que ofrecerle una esperanza cierta, una razón para seguir adelante. Nuestra sociedad hoy se estremece por tratar de lograr el fiel de la balanza entre verdad y mentira, amor y odio, aceptación e intolerancia, porque no se trata de ver quién tiene la razón sino cómo nos ponemos de acuerdo.
Vencer el desánimo y la apatía es una titánica labor que nos corresponde a todos. Los valores, los principios que hoy brillan por su ausencia en la sociedad venezolana, deben ser rescatados a través de un formidable esfuerzo comunicacional para llegar a cada rincón del país. El comportamiento humano necesita de ellos para regirse. Pero también necesitamos que cada venezolano entienda que cambiar este penoso panorama depende de los casi 30 millones de habitantes y no de tres o cuatro grupos políticos ni de un mega partido político único.
Después que todo esto pase, los venezolanos seremos más sabios, poseeremos más asertividad, entenderemos que tenemos derechos que podemos reclamar sin afectar los derechos de los demás, pero también deberes, que debemos ejecutar y poner en práctica. Seremos ciudadanos.
Los venezolanos somos resilientes, porque a lo largo de estos 20 años hemos luchado como pocos pueblos en la historia. Antonio Guzmán Blanco ya decía en el siglo XIX que “Venezuela es un como un cuero seco, si lo pisas por un lado por el otro se levanta”, lo que demuestra el carácter rebelde de este pueblo, bendita mezcla de tantas razas: de indios bravíos, de negros indómitos, de blancos decididos.
Lamentablemente muchos no han podido superar las presiones físicas y emocionales, pero la gran mayoría lo está haciendo de manera silenciosa. Mire a su alrededor y reconozca en cada ser humano que se topa con usted, a un individuo que se levantó y le ganó ese día, la batalla a la apatía y al desánimo. Muy a lo interior, Venezuela se está transformando.