Venezolanos y cubanos son víctimas del hambre “revolucionaria”
La situación alimenticia en los dos países tiene mucho en común. Bajos nutrientes, sin proteína animal, caracterizan la dieta. Sueldos pírricos que no alcanzan para la subsistencia y escasez en alza, también son comunes. La caja CLAP y la libreta de racionamiento constituyen la respuesta ineficiente de los regímenes para distribuir la miseria y en el caso venezolano, para apuntalar negocios turbios
Autor: Reyes Theis (Caracas) y Reinaldo Escobar (La Habana-Santa Clara)
“Mi marido y yo comemos solo verdura; yuca o papa, le dejamos a los carajitos lo que traiga la caja (CLAP). A veces les doy arroz con mantequilla en la mañana y otro poquito en la noche”, así se expresa Aurimar, tiene 26 años de edad pero aparenta mucho más. Está sentada en un muro de la Iglesia de San Bernardino, en Caracas, tratando de resguardarse del sol y a la espera que esté lista la sopa comunitaria que todos los sábados se entrega a las personas necesitadas.
La mujer tiene 3 hijos, la más pequeña una bebé de 5 meses, pero está rodeada de más niños. “Son mis sobrinos. Me traigo en total a 10 niños que tampoco tienen que comer”, explica.
Aurimar vive con su pareja en una casa de un sector popular de San Bernardino, él es vigilante y gana sueldo mínimo, que llega en Venezuela a Bs.5.196.000, esto es aproximadamente 1,8 dólares al mes al tipo de cambio paralelo. Un kilo de carne vale entre 4 y 5 millones de bolívares.
Señala que la caja de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP) le sirve de mucha ayuda para dar de comer a sus hijos, pero es insuficiente. “Me llega una vez al mes y no me alcanza”, lamenta.
La caja que el gobierno vende a través de una red asociada al Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), puede traer arroz, lentejas, caraotas, leche en polvo, aceite, harina de maíz y pasta. La mayoría de los productos son de origen mexicano y de calidad cuestionable, por ejemplo, una investigación periodística reveló como la leche en polvo, tiene poco de leche, y además presenta un alto contenido de sodio y bajo de proteína, lo cual puede traer complicaciones de salud a los consumidores.
Otras trabajos periodísticos y de la Asamblea Nacional han demostrado un entramado de corrupción en torno a los CLAP, incluso la fiscal general de la República en el exilio, Luisa Ortega Díaz, ha denunciado a presuntos testaferros del presidente Nicolás Maduro.
Para obtener la caja CLAP se precisa contar con el Carnet de la Patria, un instrumento de control político y social que fue ampliamente usado en las llamadas elecciones presidenciales del pasado 20 de mayo. “A mi bebé yo solo le doy solo teta”, acota Aruimar y señala que en su hogar tienen mucho tiempo sin probar proteína animal. “por eso agradezco la atención que nos dan en la Iglesia”, comenta.
Multiplicando los panes
El padre Numa Rivero es natural de Puerto Cumarebo, estado Falcón y fue asignado como párroco de San Bernardino en enero de 2017. “Un día estaba en el despacho y escuché ruidos y salí asustado a ver qué pasaba. Era gente comiendo de la basura. Me impactó mucho, porque eso yo no lo había visto nunca y eso que yo estuve en la India”, relata.
Entonces puso en marcha el proyecto de la “Olla Solidaria” mediante el cual la feligresía dona alimentos que son preparados por voluntarios. “En marzo del año pasado comenzamos dando 80 platos de sopa, actualmente damos aproximadamente 180. Lo entregamos primero a los niños, luego a los adultos mayores, si queda algo, lo enviamos a los ancianatos del sector donde también hay mucha desnutrición”, explica.
Las ollas solidarias se han multiplicado por todo el país, gracias a un conjunto de iniciativas privadas y de organizaciones religiosas. Cáritas es una Asociación de la Iglesia Católica que ha estado muy activa en esta atención humanitaria.
El propósito de Caritas de Venezuela es detectar casos de desnutrición en niños para poder atenderlos, acompañar a la familia en la recuperación y remitir al sistema de salud pública aquellos casos que así lo ameriten, señala en su portal Web.
En su informe correspondiente al último cuatrimestre de 2017, Cáritas hizo un trabajo científico que consideró a 42 parroquias de 7 estados del país y encontró que 66.6% de los niños evaluados tenían ya algún grado de déficit nutricional o estaban en riesgo de tenerlo. Según la severidad de la desnutrición, los registros indicaron que 16.2 % de los niños tenían desnutrición moderada y severa (desnutrición aguda global), 20.9% de los niños tenían desnutrición leve, 30.3% de los niños están en riesgo de desnutrición (han comenzado a deteriorarse) y apenas 32.6% no tenían déficit nutricional.
Se acabó la clase media
María Carolina es técnico superior en administración y es gerente de administración en una empresa mediana. Su sueldo asciende a Bs. 10.000.000, ( menos de 4 dólares) vive con su hijo de 12 años y su madre anciana. Cada uno ha perdido cerca del 20% de su peso en el último año. Los resultados de los exámenes de sangre revelan la condición anémica de los tres y los bajos nutrientes que están recibiendo.
“Nos llega una vez al mes la caja CLAP, pero no es suficiente. Además, el dinero no me alcanza para comprar queso, carne o pollo” se lamenta. Una pasta con salsa de tomate, o un arroz sin aliños son parte de su dieta.
Una organización privada sin fines de lucro ha estado investigando la realidad alimentaria del venezolano, se trata de la Fundación Bengoa. Marianela Herrera es médico y miembro de su directiva. Comenta algunas cifras de la tragedia humanitaria que atraviesa el país.
“Hubo un periodo muy crítico en la Unión Soviética en el que sus habitantes perdieron en promedio 6 kilogramos de peso. La primera medición de la encuesta sobre Condiciones de Vida en Venezuela (Encovi) en 2016 decía que el promedio de pérdida de peso del venezolano era de alrededor de 8 kilos, y ya vamos en 11 kilos”, apunta.
Explica que “para un adulto hombre promedio que pesaba 70 kilos, si perdió 11 kilos estamos hablando que perdió más del 10% de masa corporal en un año. Eso es grave”, señala la doctora.
En el caso de los niños, la situación es aún más crítica. En una encuesta que hizo la Fundación Bengoa en conjunto con la Universidad Católica Andrés Bello, cuando se midieron los niños entre 0 y 2 años de edad, el 33% de los niños menores de 3 años evaluados en una muestra representativa de estratos populares venezolanos, presentaban retardo de crecimiento por el índice talla-edad.
“Esto nos preocupa mucho, es un problema grave porque en los primeros mil días hay que proteger a los niños, porque es cuando se desarrolla el cerebro, es cuando se pueden hacer las intervenciones adecuadas para recuperarlos y es cuando se manifiestan problemas que después van a ser muy difíciles de solucionar, como el desarrollo cognitivo. Entonces ese niño no será escolarizable, o va abandonar la escuela, porque sentirá que no puede”, dice Herrera. Añade que ese niño tendrá en el futuro un riesgo importante de padecer de enfermedades crónicas como diabetes o cáncer.
Lo que se come
Los casos de Aurimar y María Carolina confirman los hallazgos sobre el patrón de consumo de alimentos en Venezuela. La harina de maíz precocida venezolana ha sido sustituida por la harina mexicana de las cajas CLAP, que no están enriquecidas con vitaminas y minerales y hay un incremento importante en el consumo de los tubérculos. La proteína animal prácticamente ha desaparecido de la mesa del venezolano.
“Es grave que solo se consuma, yuca, ñame, o arroz. La dieta debe ser variada para que haya un aporte de micronutrientes, nutrientes esenciales, calorías, proteínas y grasas saludables que cumplan los requerimientos del ser humano. Un patrón normal es el que teníamos antes: Entre 35 y 40 alimentos diferentes al día. Si sacas la cantidad de alimentos que había en un desayuno criollo: arepa, mantequilla, perico (huevo revuelto con cebolla y tomate), queso, café y jugo, tenemos allí al menos 10 alimentos”, explica la doctora.
La grave situación nutricional de los venezolanos es producto del desplome del poder adquisitivo. Venezuela padece actualmente la inflación más alta del mundo. Según la Asamblea Nacional en lo que va de año la tasa de inflación va por 1.995,2% Solo en mayo pasado fue de 110,1% y de mayo de 2017 a mayo pasado contabiliza 24.571%
Adicionalmente, la llamada Revolución Bolivariana quebró a punta de expropiaciones, confiscaciones y controles al aparato productivo privado venezolano.
Una inflación que hace que los precios varíen diariamente y un mercado paralelo de divisas desbocado, en un país que depende de las importaciones, ocasiona que al ciudadano no le alcance el dinero para comprar los bienes esenciales, y si le alcanza, probablemente no encuentre el producto.
Ante esta dramática situación, buscar algo que comer en la basura se ha convertido en una alternativa para un grupo de venezolanos. Una lamentable realidad, que según la doctora Herrrera, está creciendo. Ya se puede ver a gente limpia y bien vestida revisando los containers con deshechos y muchas madres dejan a sus niños en la casa, porque no pueden llevarlos al Colegio con el estómago vacío.
El ciclo de la sobrevivencia en Cuba
Gloria Peralta lleva al menos dos horas sentada en la puerta de una vieja casona con techo a dos aguas esperando que pase un vendedor de cebollas para “darle algo de sabor a los frijoles”, pero las inundaciones producidas por las lluvias de la tormenta Alberto han complicado la tarea de comprar alimentos en su natal Santa Clara, en el centro de Cuba.
Peralta y su esposo, José Antonio Rodríguez, apenas recuerdan un tiempo sin estrecheces. “A nuestra generación le tocó apretarse el cinturón en los años 70, cuando pensábamos que después todo iba a ser mejor”, recuerda esta enfermera retirada que junto a su marido gana unos 30 CUC (menos de 30 dólares) de pensión al mes.
“En aquellos años parecía que la libreta de racionamiento era algo que se acabaría pronto”, recuerda Peralta. Instaurado en 1962, el mercado racionado ha sido una de las herramientas de lo que oficialmente se llama “la Revolución Cubana”, pero otros prefieren denominar “el castrismo” o, más popularmente, “esta cosa”.
Desde hace 56 años a través de esta cartilla se distribuyen alimentos a precios subsidiados y en cantidades limitadas. El Estado gasta más de 1.000 millones de pesos cubanos (CUP) al año en subvenciones a estos alimentos que distribuye cada mes y apenas alcanzan para diez días.
Este sistema de distribución ha modificado la dieta de los cubanos, las recetas tradicionales e, incluso, la forma de hablar. En las panaderías racionadas se vende “el pan” pero cuando se oferta en locales de venta libre entonces pierde el artículo y se queda en solo “pan”.
La libreta, a la que con el paso de los años se le han ido restando productos, ha sido por décadas el blanco preferido de los humoristas, ha causado infinidad de peleas familiares y provocado numerosos infartos o desmayos a las afueras de las bodegas del racionamiento. Tres generaciones de cubanos no conocen una vida sin este documento de páginas cuadriculadas donde cada mes se anotan algunas libras de azúcar, sal, granos y algo de pollo.
Varios estudios económicos de los últimos años apuntan a que se necesita un salario de, al menos 1.200 CUP para poder cubrir las necesidades básicas de un individuo. Con menos de la cuarta parte de esa idílica suma, Peralta y su esposo hace años renunciaron al almuerzo y en el desayuno solo ingieren una tisana de hojas recogidas del patio junto a un trozo de pan.
Nadie puede sobrevivir sanamente consumiendo solo lo que se vende en ese mercado. “Si no fuera porque mi hija, que vive en Nevada, me manda cada mes un paquete con alimentos y algo de dinero estaríamos en los huesos”, reconoce la jubilada. Su esposo enfermó en los años del Periodo Especial, en la década de los 90, de polineuritis, un mal que se extendió debido a la falta de nutrientes.
“Fue en ese momento que tocamos fondo y desde entonces se nos han quedado muchas manías de ahorro”, agrega el marido. En la casa reutilizan el aceite de cocinar una y otra vez, “hasta lo colamos para quitarle la boronilla y seguir usándolo”. Los huevos en el refrigerador tienen escrita una inicial, “G” o “J” en dependencia de quien sea su destinatario.
“Cada mes nos venden diez huevos por la libreta, la mitad a precio subvencionado y la otra a un peso cada uno”, calcula Peralta. “Pero en los últimos años el suministro ha estado muy inestable y la única fuente de proteínas que nos queda es el pollo de la shopping o la carne de cerdo que podemos comprar de vez en cuando en el agromercado”, aclara.
Las tiendas en divisas están mucho mejor surtidas pero la relación entre sus precios y los salarios es desproporcionada. Su apertura, hace más de dos décadas, fue una concesión hecha por Fidel Castro tras la explosión social de agosto de 1994, conocida como el Maleconazo.
“Tuvimos que estar a punto de morirnos de hambre para que permitieran estas tiendas y también los mercados agrícolas no estatales”, recuerda Peralta. En ese momento el Gobierno también autorizó la inversión extranjera y, por primera vez en décadas, permitió el ejercicio del trabajo privado, al que rebautizó con el eufemismo de cuentapropismo.
Desde hace dos años, en la medida en que languidece el apoyo económico de Venezuela a la Isla, los estantes de las shoppings muestran grandes zonas vacías. “Antes el problema era que teníamos era conseguir el dinero para pagar por una bolsa de leche en polvo, pero ahora se pueden tener los pesos convertibles y la leche no aparece”, lamenta Rosario, de 34 años y madre de dos niños de nueve y diez años.
El mercado racionado establece una cuota de leche o yogur para los infantes pero solo se suministra hasta que estos cumplen siete años. “Mis hijos están mudando los dientes y necesitan consumir lácteos”, explica Rosario. “Mi salario completo, de unos 590 CUP, se va en comprar leche en la shopping”.
El resto de los alimentos la madre los costea con el dinero que resuelve, una manera de explicar las entradas informales tan comunes en la economía familiar. Los empleos en el sector estatal no se miden por la cantidad del sueldo sino por el acceso a productos o materias primas que puedan ser desviados y vendidos en las redes informales.
“Trabajo en una industria de detergente y jabones”, cuenta. “Tengo que arriesgarme y sacar cada semana una cierta cantidad para mantener a mi familia porque de otra forma sería imposible. Rosario se considera de esos “pocos cubanos que no tiene familia en el extranjero” y tiene que “luchar muy duro cada peso convertible”. La mayor parte de esas ganancias las gasta en la red de tiendas en divisas.
En la Plaza de Carlos III de La Habana, el mayor centro comercial de la capital, una decena de personas esperaba esta semana la llegada del suministro de pollo a la carnicería. La mayoría de los productos congelados que se comercializan en la red de locales estatales proceden del extranjero.
Para este año las autoridades calculan que importarán alimentos por un valor de 1.738 millones de dólares, 66 más que en 2017. La baja productividad agrícola y ganadera de la Isla obligan a traer desde carne de res hasta frutas para los hoteles.
El Gobierno de Raúl Castro tomó medidas para favorecer la producción en los campos nacionales como la entrega de tierras en usufructo, pero los excesivos controles estatales, la restricciones contra los intermediarios y la imposición de precios topados (máximos) siguen lastrando el sector.
A finales de 2017 el salario medio alcanzó los 740 CUP mensuales, un poco más de 29 CUC (menos de 30 dólares). No obstante, el paulatino aumento del sueldo medio no se ha traducido en una mejoría real en las condiciones de vida.
Para un profesional, el mercado racionado y los servicios subsidiados como la electricidad, el agua y el gas consumen un tercio de su salario mensual. Sin embargo, con los otros dos tercios solo puede comprar en los mercados de oferta y demanda cinco libras (2,5 kilogramos) de carne de cerdo, una botella de aceite, una bolsa de leche en polvo, dos jabones, una lata de salsa de tomate y un paquete de harina.
El secretario general del único sindicato permitido, la oficialista Central de Trabajadores de Cuba (CTC), Ulises Guilarte de Nacimiento, tuvo que reconocer recientemente que los salarios en la Isla son «insuficientes» para cubrir las necesidades del trabajador, lo que provoca «apatía», «desinterés» y una «importante migración laboral».
Rosario, la vendedora ilegal de jabones y detergente, abastece a varios clientes a los que sus salarios no alcanzan para adquirir el producto en la shopping y recurren al mercado negro.
Entre ellos está Pedro Luis un prometedor editor en el Instituto Cubano del Libro en los años 80. En aquel entonces, cuando sus recomendaciones influían en la publicación de cuentos y novelas, su salario de 350 CUP le permitía comer con variedad, vestir elegantemente y decorar con buen gusto la casa que había heredado de sus abuelos. Eran los llamados “años dorados” de la Revolución, en los que los gigantescos subsidios de la Unión Soviética (unos 5.000 millones de dólares al año) apuntalaban artificialmente la economía cubana.
“Vivíamos en un mundo irreal y con la caída del Muro de Berlín tuvimos que aterrizar en la verdadera situación del país”, opina el pensionado. “La mayoría de mis amigos que en aquel entonces vivían bastante bien hoy se dedican a revender periódicos para poder comprar comida o se han ido con sus hijos a otros países”.
Próximo a cumplir los 80 años, Pedro Luis es ahora un jubilado que intenta sobrevivir con los 200 CUP que recibe como pensión. Para comer ha tenido que vender las dos terceras partes de su extensa biblioteca y desde hace cinco años alquila la mitad de su vivienda a una familia que lo trata como un intruso.
Gracias a las buenas relaciones que mantuvo con la Iglesia católica, el jubilado ha conseguido que lo acepten, durante el día, en un asilo de ancianos bajo la custodia compartida de religiosas y el Estado. Durante las horas que pasa en el lugar deambula por los pasillos a la espera del almuerzo y la cena de la tarde.
“El martes solo había arroz y un huevo hervido” se lamenta, pero su rostro se ilumina cuando recuerda que “a veces dan un par de salchichas y los mejores días picadillo de soya, aunque las cantidades son muy reducidas”.
Pedro Luis es de esos cubanos que necesita el pequeño pan que diariamente le corresponde por el mercado racionado porque no puede aspirar a algo de más calidad en el mercado libre. Los últimos días de cada mes amanece frente a la bodega para comprar los víveres de la libreta y comparte cola con los más dependientes de esa reducida canasta básica.
Hace años que olvidó el sabor de la carne de res o el pescado, productos muy por encima de sus posibilidades económicas. Un amigo más solvente, con dos hijos emigrados, lo invitó hace poco a comer camarones y estuvo relamiéndose durante varias horas.
Ahora el antiguo editor planea vender los últimos libros que le quedan, justamente los más apreciados, después le pondrá precio a un par de camisas y a su último saco, también rematará unos zapatos. “Con el dinero que haga podré mantenerme unos meses pero después no sé qué va a pasar”.
*Este trabajo es una iniciativa de Venecuba y constituye un trabajo conjunto entre periodistas venezolanos y cubanos, con el respaldo de TalCual (Venezuela) y 14yMedio (Cuba)