Venezuela ¿Estado fallido o sociedad en colapso?
Autor: armando J. Pernía
Este no es un problema cosmético, sobre todo desde la perspectiva de las relaciones internacionales, porque la enorme confusión que ha generado la contradicción entre un discurso legal-institucional democrático y una práctica política hegemónica y muchas veces arbitraria, ocasiona que las instituciones que regulan la convivencia entre países no puedan actuar sobre una realidad que no encaja dentro de los supuestos del Derecho Internacional.
Sencillamente, aplicar la Carta Democrática de la Organización de Estados Americanos (OEA) ante decisiones como declarar un estado de emergencia económica y de excepción sin demostrar razones ciertas que lo justifiquen ni implantar políticas que resuelvan la emergencia, así como inhabilitar por vía judicial a un Poder Legislativo legal y legítimamente electo, implica un arduo debate sobre si se aplican o no a Venezuela todos los supuestos necesarios para que este mecanismo sancionatorio sea activado.
El gobierno que comenzó como una democracia «participativa y protagónica» se ha convertido en un poder que no admite oposición eficaz, no acepta la alternancia en el ejercicio del poder, desconoce a las instituciones y organizaciones sociales que no controla políticamente, no admite un diálogo político abierto que conduzca a acuerdos saludables para el interés colectivo, no tolera críticas o denuncias sin intentar ejercer coacción sobre quienes las formulan, y utiliza el poder militar como mecanismo de sujeción social, más que el imperio de la Ley.
Sin embargo, también es cierto que todos los gobiernos de la «era chavista» han sido productos de procesos electorales universales, directos y secretos que hayan sido limpios es otra discusión, se han mantenido operativas las instituciones del Estado, y se han respetado en apariencia los derechos políticos y civiles, aunque con limitaciones.
Con la crisis económica que se desató a partir de la caída dramática de los precios del petróleo desde mediados de 2014, varios especialistas han advertido que, por las consecuencias muy graves de la disminución de ingresos en divisas, el descontrol de la inflación, el crítico desabastecimiento de bienes esenciales incluyendo alimentos y medicinas y el incremento de la pobreza por ingresos, entre otros factores, Venezuela muestra síntomas de convertirse en un «Estado fallido».
Para varios economistas consulta dos, esta percepción es abiertamente errónea. Una cosa es que la economía venezolana haya caído en una depresión tres años seguidos de recesión y alta inflación, sin posibilidades reales de control- y otra, muy distinta, es que el Estado venezolano corra el riesgo de desdibujarse al extremo de la extinción.
Si bien es cierto que el gobierno venezolano evidencia graves carencias de gestión, e incluso de pérdida de control sobre áreas del territorio, cuyo manejo ha caído en manos de bandas delictivas que controlan hasta la movilización de personas, no es cierto que el conjunto institucional esté dando muestras de una crisis irrecuperable.
dos, esta percepción es abiertamente errónea. Una cosa es que la economía venezolana haya caído en una depresión tres años seguidos de recesión y alta inflación, sin posibilidades reales de control- y otra, muy distinta, es que el Estado venezolano corra el riesgo de desdibujarse al extremo de la extinción.
Si bien es cierto que el gobierno venezolano evidencia graves carencias de gestión, e incluso de pérdida de control sobre áreas del territorio, cuyo manejo ha caído en manos de bandas delictivas que controlan hasta la movilización de personas, no es cierto que el conjunto institucional esté dando muestras de una crisis irrecuperable.
El debate sobre lo fallido que puede ser el Estado venezolano fue reactivado por un editorial de «The Washington Post», donde el periodista Matt O´ Brien usa este calificativo para describir la situación actual del país.
El editorial aporta pocos elementos novedosos al análisis de lo que pasa en Venezuela, pero destaca que otras naciones, también víctimas de la caída de los precios de las materias primas, no han pasado por esta situación de colapso, lo que deja en claro que el gobierno de Nicolás Maduro ha socavado las bases de la economía, posiblemente de forma estructural.
¿QUÉ ES UN ESTADO FALLIDO?
La definición de «estado fallido» es algo brumosa. Sin embargo, existe un «Think Tank» internacional, que trabaja en más de 50 países, llamado «Fund for Peace» (FFP, por sus siglas en inglés) cuya misión es promover «una seguridad sostenible y la habilitación de los estados para que resuelvan sus propios problemas pacíficamente y sin intervención externa, ni militar ni administrativa».
Esta institución, con sede en Estados Unidos, desarrolla un índice anual de «estados frágiles». El ranking más reciente, correspondiente a 2015, es encabezado Sudán del Sur, Somalia, República Centro Africana, Sudán y la República del Congo.
Sin embargo, Ucrania y Libia aparecen como las naciones que elevaron más sus indicadores de inestabilidad.
Como dato relevante, el Estado que se hizo «menos frágil o fallido» entre 2014 y 2015 fue Cuba.
La clasificación del FFP divide a un total de 178 países en varias categorías: «Alerta Extrema», «Alerta Elevada», y «Alerta», para las naciones con peores indicadores de estabilidad. Después aparecen los estados en «Precaución» alta, media y baja. Más atrás, los países menos estables y, por último, los estables y sostenibles.
El debate sobre lo fallido que puede ser el Estado venezolano fue reactivado por un editorial de «The Washington Post», donde el periodista Matt O´ Brien usa este calificativo para describir la situación actual del país.
El editorial aporta pocos elementos novedosos al análisis de lo que pasa en Venezuela, pero destaca que otras naciones, también víctimas de la caída de los precios de las materias primas, no han pasado por esta situación de colapso, lo que deja en claro que el gobierno de Nicolás Maduro ha socavado las bases de la economía, posiblemente de forma estructural.
¿QUÉ ES UN ESTADO FALLIDO?
La definición de «estado fallido» es algo brumosa. Sin embargo, existe un «Think Tank» internacional, que trabaja en más de 50 países, llamado «Fund for Peace» (FFP, por sus siglas en inglés) cuya misión es promover «una seguridad sostenible y la habilitación de los estados para que resuelvan sus propios problemas pacíficamente y sin intervención externa, ni militar ni administrativa».
Esta institución, con sede en Estados Unidos, desarrolla un índice anual de «estados frágiles». El ranking más reciente, correspondiente a 2015, es encabezado Sudán del Sur, Somalia, República Centro Africana, Sudán y la República del Congo.
Sin embargo, Ucrania y Libia aparecen como las naciones que elevaron más sus indicadores de inestabilidad.
Como dato relevante, el Estado que se hizo «menos frágil o fallido» entre 2014 y 2015 fue Cuba.
La clasificación del FFP divide a un total de 178 países en varias categorías: «Alerta Extrema», «Alerta Elevada», y «Alerta», para las naciones con peores indicadores de estabilidad. Después aparecen los estados en «Precaución» alta, media y baja. Más atrás, los países menos estables y, por último, los estables y sostenibles.
ASÍ ESTÁ VENEZUELA
Venezuela apareció en el ranking 2015 entre los estados en «precaución», en el lugar 76 entre 178 países. Básicamente, el país obtuvo sus peores calificaciones en áreas como legitimidad institucional, combate a la pobreza y desarrollo económico, respeto a los derechos humanos, prestación de servicios públicos, y funcionamiento del aparato de seguridad.
El caso venezolano viene arrastrando un deterioro, según los parámetros del FFP, desde 2006, pero en los últimos años los retrocesos más marcados se han dado en el plano socioeconómico e institucional. Las expectativas de la organización no son las mejores acerca de las posibilidades de corrección de estos factores en el país.
Ahora bien, con cuáles parámetros el FFP realiza su ranking anual de «estados frágiles». Pueden ser muchos, pero los más importantes son: La pérdida del control físico del territorio, o del monopolio del uso legítimo de la fuerza.
La erosión de la autoridad legítima para la toma de decisiones.
La incapacidad para suministrar servicios básicos.
La incapacidad para interactuar con otros estados, como miembro pleno de la comunidad internacional.
En resumen, un estado «frágil» o «fallido» que no necesariamente deberían ser sinónimos, en este caso- es aquel que pierde su autoridad legítima, y por lo tanto cae en situación de caos económico y social.
Dicen los analistas de «Found For Peace» que la primera gran característica que define la fragilidad de un Estado es la violencia política interna, que es el principal síntoma que presenta la mayoría de los países que conforman la parte más alta de su ranking, como Libia, Siria, Yemen, Gambia e Iraq.
Sorprende la presencia de países como Rusia e India, pero el análisis del «Think Tank» estadounidense explica que en la potencia de Europa del Este existe una enorme «distorsión institucional y un precario respeto a los Derechos Humanos», mientras que en el gigante del sur de Asia, a pesar de sus avances económicos y en educación, la pobreza sigue siendo un poderoso factor de desarticulación nacional.
El debate entre politólogos es intenso y parte de una definición del filósofo alemán, Max Weber, quien estableció que el «éxito» de un Estado nacional depende exclusivamente de tener una autoridad con la capacidad de controlar monopólicamente el uso de la fuerza legítima. En consecuencia, cuando no se da esta circunstancia, se puede hablar de un Estado «fallido».
Actualmente, esa definición tiene matices y ampliaciones, por lo que factores como la pobreza crónica, la elevada criminalidad social, el caos económico persistente, la incapacidad de prestar servicios básicos o de garantizar el suministro de bienes de manera regular, así como la pérdida de legitimidad de un sistema político que no es igual a un gobierno en específico- y la imposibilidad de restituir por vías constitucionales tal legitimidad, dan pie a hablar, también, de estados fracasados.
Para analistas como Brian Fincheltub, fundador de la ONG «Voto Joven», es claro que Venezuela entra en la clasificación de «Estado fallido», por cuanto la autoridad del Estado se ha mermado gravemente en amplios sectores del territorio nacional. Pone como ejemplos, la actividad de grupos irregulares en la frontera con Colombia, que cobran «vacuna» a los productores agropecuarios, y la presencia de bandas armadas y «colectivos» que controlan sectores urbanos del país.
Efectivamente, en zonas como la parroquia «23 de Enero» de Caracas, estos «colectivos» prestan servicios, distribuyen productos y «gestionan» la seguridad, sin que los organismos legalmente habilitados del Estado puedan entrar a instaurar un orden apegado a las normas legales.
Lo mismo ocurre en zonas del Tuy Medio del estado Miranda, y la situación llega a extremos graves en otras regiones del país, donde existen enclaves hamponiles que controlan extensiones territoriales.
Una posición distinta es la del politólogo Aníbal Romero, quien en un artículo titulado «¿Estado Fallido o Sociedad Fallida?» señala que «el Estado ´bolivariano´ cumple el objetivo de aplicar con éxito un sistema de dominación y control, que no solamente no protege a un amplio sector de la población, sino que de manera activa procura dejarle desprotegido y en lo posible paralizado, echando por tierra la prescripción hobbesiana (el Estado debe proteger a sus ciudadanos a cambio de su obediencia, Thomas Hobbes), pero a la vez consolidando un modelo de sujeción política que está lejos de ser ´fallido´».
Más adelante, recalca: «No estamos hablando, con relación a la actual Venezuela, de un Estado fallido como podrían ser los casos de Libia, Iraq o Siria. Por el contrario, el Estado ´bolivariano´ es una instancia de mando político que ejerce sin controles ni límites constitucionales el poder, convirtiendo la prueba de la soberanía (la definición de la situación de excepción de Carl Schmitt), en una vivencia permanente dentro de la sociedad venezolana».
En consecuencia, si se toma en cuenta el criterio de Weber, la revolución bolivariana controla -con legitimidad constitucional cuestionable, es ciertotodos los resortes del Estado y lo mantiene articulado, unificado y con cierto orden político, aunque con síntomas crecientes de inestabilidad.
Pero, Romero introduce una reflexión que conviene destacar, pues en su criterio aunque el Estado venezolano actual no puede ser considerado «fallido», la sociedad sí muestra síntomas evidentes de fracaso, de acuerdo con los estándares de desarrollo más avanzados en el planeta.
Se trata de una sociedad que está retrocediendo, a pasos agigantados, en materias claves como reducción de la pobreza, prosperidad y competitividad económica, calidad del capital humano, expansión de las clases medias, calidad de vida, seguridad pública, acceso a bienes y servicios, entre otros temas fundamentales.
Según la data oficial del Instituto Nacional de Estadística, 1.338.709 venezolanos cayeron en pobreza extrema entre 2006 y el cierre de 2015. En el mismo lapso la población por debajo de la línea de pobreza subió en 1.146.188 personas.
Y la situación se agrava si, tomando como base el costo de la canasta básica anualizado a abril pasado, presentado por el Centro de Divulgación y Análisis de los Trabajadores (Cenda), se puede establecer que más de 85% de la población no está en capacidad de cubrir ni la mitad del consumo básico familiar.
«La sociedad venezolana (la sociedad, no el Estado) sí es una sociedad fallida, que se autoengaña sobre su realidad, se hunde cada día más en el atraso en todos los órdenes de la existencia nacional», establece sin ambages Aníbal Romero.
Deja un comentario