Venezuela, ¿tragedia o comedia?, por Federico Vegas
Desde hace un cuarto de siglo me pregunto cada vez con más desasosiego: “¿Venezuela es y será una tragedia o una comedia?”. Utilizo la conjugación presente y futura para incluir el el día en que me retire para siempre del escenario.
Tres siglos y medio antes de Cristo, Aristóteles escribió un pequeño libro, La Poética, donde nos describe cómo se ha de concebir una tragedia “para que la composición resulte bella”. En uno de los capítulos describe seis elementos esenciales: trama, carácter, dicción, expresión, espectáculo y música.
Creo que los venezolanos somos unos actores trágicos, dispersos y sin libreto, dominados por un gobierno de comediantes muy bien pagados. Para analizar nuestra situación creo que los elementos de la tragedia, y algunos de la comedia, nos resultarán reveladores e inquietantes.
La trama es el argumento o disposición de las acciones. La traducción inglesa, “plot”, nos asoma a una serie de puntos cuya concatenación va conformando una sucesión de eventos a través de una secuencia de causas y efectos. La frase de Marx: «La necesidad solo es ciega en la medida que no es entendida» describe bien la esencia de un héroe trágico, quien sufre en su aventura los misterios feroces, el puro destino indiferente a la justicia, la furia inhumana y la presencia de dioses malignos. La tragedia acepta y hasta promueve esta ceguera, esta imposibilidad de ver las causas y los efectos, el absurdo, el “complot”, e incluso la populariza con el Edipo de Sófocles, el más ciego de los héroes clásicos.
La comedia plantea otro estilo, otras conexiones, pues ciertamente permite al protagonista aprender la lección y buscar un compromiso entre lo necesario y lo posible, alejándose tanto como pueda de la fatalidad. Marx también la definió: “La comedia es una tragedia que sucede dos veces”. Y tiene razón, tanta que se queda corto; ha debido decir “cientos de veces”. Creo que esa es la tragedia a la que nos someten los comediantes que continúan dominándonos, el tener que vivir y digerir, una y otra vez, la impudicia de sus representaciones y reincidencias.
El carácter se pone de manifiesto en las decisiones de los personajes y en su habilidad para reflejar que están dominados por una opción precisa, un rumbo definido. Para Nietzsche la tragedia es pesimista: “la existencia es horrible, y el insensato ser humano no lucha contra el destino, sino que se precipita a su desgracia ciego y con la cabeza tapada».
En la comedia, continúa Nietzsche, el sabio es un pícaro que “esgrime como arma una dialéctica optimista, cree en la causa y el efecto, en la relación de la culpa y el castigo”.
La dicción es la manera en que un pensamiento se convierte en algo que los actores nos permiten descubrir mediante sus palabras. En Las Bacantes de Eurípides el coro plantea una versión más cercana a la comedia: «Lo que el vulgo más sencillo estima y práctica, esto es lo que debo aceptar».
La expresión es la capacidad de decir lo que cada cosa es. En una de las comedias de Aristófanes, el fantasma de Eurípides aparece como un personaje que regresa del infierno y, apenas está de vuelta en Atenas, proclama: «Yo me he entregado a vuestro juicio, pues cada uno de ustedes, conocedor de estas cosas, ha podido juzgar mi arte». Una vez más lo cotidiano, incluso lo ordinario, comenzaba a colarse en lo trágico.
El espectáculo incluye la escenografía y los efectos especiales. Leo que al principio no tenía un peso tan importante en la tragedia griega, aunque Aristóteles describe la máscara de los actores como un «rostro feo y torcido, que, sin causar dolor al que la lleva, resulta ridícula». En tiempos de Roma el espectáculo terminó por prevalecer. Quince siglos después, en Venecia, Daniele Barbaro le explicaría a Palladio: “La escena cómica requiere menos conocimientos de arquitectura que la escena trágica ya que los edificios son de privados y estos se las arreglan como mejor pueden”.
La música, por último, era un arte que parecía estimular el arrebato y el delirio, pero en realidad domesticaba con el ritmo, las secuencias y los silencios. La frase de Goethe, «La arquitectura es música congelada», puede invertirse: «El teatro es música descongelada».
Creo que en la tragedia los héroes aceptan el destino tanto como desean que el destino los acepte a ellos. La comedia en cambio utiliza el atajo, la treta de quien debe vencer la inercia, lo preestablecido. Un género intenta mantener, el otro cambiar, inventar sobre la marcha. Nietzsche propone que “cuando el placer por la dialéctica hubo disuelto la tragedia, surgió la nueva comedia con el triunfo constante de la astucia y el ardid”.
Eurípides trató de hacer tan comprensibles y humanos los resortes de la tragedia que se acercó a la comedia. Seguía una norma: «No se sabe nada que no se pueda expresar y de lo que no se pueda convencer a otro». La frase parece de Sócrates, quien iba al teatro solamente a las obras de Eurípides. Fueron muy buenos amigos. Para Nietzsche, con Eurípides «el espejo de lo grande y audaz se hizo más fiel y, con ello, más vulgar”.
Umberto Eco escribió una maravillosa novela: El nombre de la rosa. Se centra en una serie de asesinatos perpetrados por un monje quien intenta evitar que se descubra y popularice una supuesta segunda parte de La Poética de Aristóteles dedicada exclusivamente a la comedia.
En el último capítulo, el monje español, Jorge de Burgos, quien oculta el manuscrito sobre la comedia y envenena a los posibles lectores, predice que, si el común de los mortales llegara a leerlo, «lo que está en el margen saltaría al centro y el centro desaparecería por completo».
Umberto Eco nos ofrece una genial versión del texto sobre la comedia que Aristóteles habría podido escribir:
En el primer libro tratamos de la tragedia y de cómo, suscitando piedad y miedo produce la purificación de esos sentimientos. Ahora trataremos de la comedia y de cómo, suscitando el placer de lo ridículo, logra la purificación de esa pasión…
A continuación, lo que podría ser el manual de nuestros políticos comediantes. Para que lean con adecuadas pausas separo las frases. Leanlas en voz muy alta para que lo oiga la familia y hasta el vecino:
Mostraremos cómo en la comedia el ridículo de los hechos nace
de la asimilación de lo mejor a lo peor, y viceversa,
de sorprender a través del engaño,
de lo imposible y de la violación de las leyes de la naturaleza,
de lo inoportuno y lo inconsecuente,
de la desvalorización de los personajes,
del uso de las pantomimas grotescas y vulgares,
de lo inarmónico,
de la selección de las cosas menos dignas…
¿No ven en este listado la comedia que tiene montada quienes nos gobiernan? Vuelvan a leer cada una de las frases y luego cierren los ojos. ¿No surgen ejemplos por entre sus memorias remotas e incluso en las más cercanas y recientes? Pensemos, por ejemplo, para hablar de pantomimas grotescas y vulgares y actuales, en la subita aparición de Saab y la misteriosa desparición y reaparición de El Aissami, a quien ahora dicen que lo han detenido, después que estuvo por más de un año en Fuerte Tiuna. ¿Allí qué estaba? ¿hospedado en un semi confinamiento residencial? Parecen episodios de Las mil y una noche sobre personajes con las riquezas de los cuarenta ladrones.
Veamos ahora este cierre dedicado al lenguaje propio de la comedia:
Mostraremos cómo el ridículo de la elocución nace
de los equívocos entre palabras similares para cosas distintas y distintas para cosas similares,
de la locuacidad y la reiteración,
de los juegos de palabras,
de los diminutivos,
de los errores de pronunciación y barbarismos.
Alguien debería hacer un diccionario de los slogans gobierneros y los significados subyacentes con que hemos sido mareados durante un cuarto de siglo, como una “Furia bolivariana” que equivale a “Bolivarianos furiosos”.
Al final de El mombre de la rosa, en la biblioteca del monasterio se van a enfrentar Guillermo de Baskerville, el monje “detective”, humanista y renacentista, y Jorge de Burgos, el monje gótico, medieval y asesino, quien proclama con fanatismo su odio hacia ese perverso y peligroso libro sobre la comedia:
Este libro que presenta como una milagrosa medicina a la comedia, a la sátira y al mimo, afirmando que pueden producir la purificación de las pasiones a través de la representación del defecto, del vicio, de la debilidad, induciría a los falsos sabios a tratar de redimir lo alto a través de la aceptación de lo bajo.
Si algún día la palabra del Filósofo justificase los juegos marginales de la imaginación desordenada, ¡oh, entonces sí que lo que está en el margen saltaría al centro, y el centro desaparecería por completo!
Dicho esto, Jorge arroja una lámpara de aceite contra un montón de manuscritos iniciando un fuego que acabará con la biblioteca y luego con toda la Abadía.
¿Cuál es la posible conclusión de este ensayo? ¿Lo que está en el margen saltará al centro, y el centro desaparecera por completo?
Usualmente los ciudadanos vivimos en una comedia, en la cual, tal como decía Daniel Barbaro, nos la arreglamos lo mejor que como podamos. Los gobernantes, mientras tanto, suelen vivir entre el esplendor y la tragedia. Hemos tenido héroes muy trágicos, como Bolívar, Miranda, Sucre. O, para citar casos del siglo XX, menos románticos y hasta ramplones, recordemos a Isaías Medina, a Carlos Andrés y su frase “Hubiera preferido otra muerte”, y, por supuesto, a Hugo Chávez y su crónica de una muerte anunciada.
Aristóteles propone que el héroe trágico recibe una desgracia inmerecida, un cambio de fortuna que «no debe ser de lo malo a lo bueno sino a la inversa: de lo bueno a lo malo», «no por vicio o depravación sino por algún error de juicio».
No sé si a los actuales gobernantes les aguarda una tragedia bien ganada con su cruel, destructiva e interminable comedia de enredos, lo cierto es que los venezolanos estamos viviendo plenamente ese tránsito de lo malo a lo pésimo. Y bien conocemos nuestros sempiternos errores de juicio. Ciertamente nuestra existencia es horrible e insensata, y ya no luchamos contra el destino, sino que nos precipitamos a nuestra desgracia, ciegos y con la cabeza tapada.
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Federico Vegas es arquitecto y escritor venezolano. Cuentista, ensayista y narrador. Tiene ocho novelas publicadas de un total que supera las 20 obras literarias creadas
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