Venezuela va al psicólogo, por Laureano Márquez
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—Cuéntame, ¿qué te trae por aquí? —inició el terapeuta.
—Uff, ¿por dónde comienzo? Bueno, lo primero que me gustaría decir es que mi vida está llena de contradicciones: lo tengo todo para ser feliz, pero estoy deprimida, triste, ansiosa. Tengo tierras fértiles para agricultura y ganadería, pero no hay ganado ni agricultura; tengo las reservas petroleras más grandes del planeta, pero vivo sin combustible; represas hidroeléctricas increíbles, pero no hay electricidad; tengo lugares espectaculares para el turismo, pero no viene ni un alma.
—¿Y por qué crees que te sucede todo eso que me cuentas?
—No lo sé. Creo que todo es producto de muchos desórdenes que se han acumulado a lo largo de años.
—Háblame un poco de tu infancia.
—Bueno, los primeros 300 años los pasé con mi madre, España.
—¿Cómo fue tu relación con ella?
—Una relación complicada de amor y odio. De ella heredé muchas cosas, algunas buenas, otras malas. Mi cultura, mi lengua, mi administración, mis instituciones, pero también recibí maltratos que me impedían desarrollarme con libertad; su providencialismo, su improvisación, su individualismo y su astucia, que yo transformé en viveza criolla. Por eso decidí separarme de ella y me fui a vivir independiente.
—¿Y te fue mejor cuando te separaste de tu mamá?
—Bueno, las cosas no sucedieron como las había soñado. Fue una separación traumática, violenta. Me casé con los militares para librarme de ella, pero después ya no era mi mamá sino los militares los que me maltrataban, y no había forma ni manera de sacármelos de encima. A cuenta de que yo no estaba preparada para ser libre hicieron conmigo lo que quisieron. Cada vez que aparecía un caudillo, yo volvía a tener nuevas esperanzas, pero que va.
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—¿No te fue bien con ninguno?
—Bueno, con alguno que otro mejoré un poco. Es verdad que poco a poco fui cambiando. Algunas cosas marcharon mejor, pero eso no justifica. Hasta que un día, cansada de tanto maltrato, me dije: «No aguanto más, aquí hay que poner orden y leyes».
—¿Y eso cuándo fue?
—En 1958. Logré librarme de los militares y me dejé llevar por gente civil, algunos estudiantes, otros doctores. Gente que me conocía bien y quería para mí un destino mejor. Y lo tuve: mejoró mi sanidad, mi cultura, mi nivel de vida. Me volví moderna, me adueñé de mis riquezas, eduqué a mi gente, tuve nuevas ciudades, represas, siderúrgicas, líneas aéreas y mucha gente que venía de todos partes a vivir conmigo a progresar conmigo. Yo avancé y tuve un florecimiento como nunca en la historia.
—¿Y qué pasó entonces?
—Pues la relación se fue deteriorando, yo me fui cansando. Muchas cosas ya no funcionaban bien, Hubo falta de equidad, de justicia, Una mezcla de muchas cosas motivó ese cansancio: corrupción, irrespeto a las leyes, abusos, mala administración.
—Ajá, ¿y qué hiciste?
—Bueno, tonta de mí, apareció un nuevo caudillo militar, de esos con los que tantos malos ratos había pasado, pero pensé que este era distinto: hablaba bonito, parecía tener buenas intenciones, preocupación por los más pobres y sin pensarlo dos veces, como pensé que estábamos tocando fondo, me fui con él.
—¿Qué tal te fue?
–Como decimos en criollo: fue peor el remedio que la enfermedad, los países no tienen fondo. Él vino ofreciéndome más democracia y acabó con ella. Aseguró que traería justicia y la sometió a sus caprichos. Dijo que habría libertad progreso y honestidad y terminamos presos, arruinados y siendo una de las naciones corruptas del mundo. Bueno y aquí estoy, atrapada sin saber cómo librarme de esta situación. He acudido a varios especialistas, pero la verdad ninguna terapia me funciona. ¿Qué hago?
El psicólogo miró el reloj y dijo:
—Bueno, por hoy es suficiente, ya se nos terminó el tiempo. Seguimos en una próxima sesión.
Laureano Márquez P. es humorista y politólogo, egresado de la UCV.