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Víctimas de la Matemática Moderna, por Carolina Espada



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Víctimas de la Matemática Moderna
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Opinión TalCual | junio 20, 2020

@carolinaespada


A los niños de los años 60

 y a los profesores Maritza Quilarque

 y Héctor Omaña Silva

Abro llave pollito + iguana + acure cierro llave no es igual a abro llave berenjena + remolacha + nabo cierro llave.

Otro ejemplo:

Abro llave zapato + guante + toronto cierro llave es igual a abro llave el otro zapato + el otro guante + otro toronto cierro llave.

Si usted entendió eso clarito, entonces usted estudió Matemática Moderna y, por lo tanto, usted no sabe nada, pero nada, de matemática. ¿Pero de qué se trató esa novelería que tanto daño hizo? “Matemática Moderna fue un cambio breve y dramático en la forma en la que se enseñaba matemática en las escuelas primarias de los Estados Unidos durante la década de los 60” (la debacle no fue tan grave en los países europeos que adoptaron la moda y la faramalla sin tanto frenesí). Pero claro, si usted tenía el infortunio de estudiar en un colegio de avanzada sideral en Venezuela, en vez de ponerlo a escribir 2 + 2 = 4 en el pizarrón, lo fajaban a dibujar león + jirafa + elefante + rinoceronte + cazador = safari. Esta práctica de enseñanza se planteó tras la crisis del Sputnik con el fin de impulsar la educación científica gracias a la implantación de la teoría de conjuntos y los elementos de álgebra abstracta en las clases escolares. ¿Alguien sabía algo del Sputnik? Y si sabía, ¿acaso le importaba? La novedad psicodélica era: abro llave espacio en blanco cierro llave… un conjunto vacío. Y nadie supo explicar por qué un caimán en la ribera del Arauca vibrador no era lo mismo que el logo de la Chemise Lacoste.

Hasta segundo grado íbamos bien. Ya habíamos aprendido a sumar divinamente y restábamos con bastante soltura. Pero llegó tercer grado y, con él, la novedad de que un conjunto de tres naranjas es muy diferente a un conjunto de un quesito de cabra, un pan francés y una morcilla.

La lógica se imponía. ¡Por supuesto que un huevo de avestruz no es semejante a una zanahoria picada en trocitos! ¿Pero para dónde íbamos con todo esto?… Para ningún lado. Tras un año de dibujar pelotas, trompos y yoyos, que eran más o menos la misma cosa que yaquis, perinolas y gurrufíos, pero que no tenían nada que ver con Los Monkeys, Los Beatles y Los Rolling Stones; o hacer bellísimas ilustraciones en el cuaderno en donde quedaba súper asentado que una blusa de bacterias, una minifalda y unas boticas de la marca “Mary Quant”, no tenían nada que ver con un fantasma, un drácula y un frankenstein, tuvimos que asumir la realidad: todavía podíamos sumar con los dedos, pero ya pistoneábamos en la resta.

*Lea también: El eterno debate: ¿cuándo es el mejor momento?, por David Somoza Mosquera

La multiplicación no fue tan grave, pues, a fin de cuentas, fue cuestión de caletre y recitadera. Siempre salía algún papá, en el momento menos esperado, que preguntaba: “¿¡4 x 8!?” y uno, sobresaltado, gritaba: “¡¡¡32!!!”. ¡Pero la división! ¡Ay, la división! Con eso sí es verdad que no se pudo. Intentaron con el método tradicional y, en vista de que no había forma ni manera, a alguien se le ocurrió enseñarnos la versión anglosajona en donde como que se suma por un lado y como que se resta por el otro y nunca termina por averiguar cuánto es veinte entre dos. Es imposible. En serio. Pruebe para que vea.

Los de inteligencia más conspicua lograron entender y aplicar algo profundísimo llamado “la regla de tres”, pero eso era demasiado pedir para una masa de alumnos con la cabeza llena de patos y cisnes que no eran iguales a rabanitos y lechugas, pero que sí tenían mucho que ver con estanques los unos y aderezo para ensalada los otros. En algún momento aparecieron las calculadoras de pilita y ésa fue la tablita salvación para los que nos reconocíamos públicamente ignorantes. “¡Yo sí! ¡Yo no entiendo! ¿Y qué?”.

Con el transcurso de los años los profesores se apiadaron de esta Generación Moderna y fueron pasandito a los lesionados. Una hipotenusa arrastrada por aquí; un seno y un coseno de sonoridad tan erótica, pero totalmente incomprensibles; una raíz cuadrada que no crecía bajo tierra; unos quebrados enyesados; las ecuaciones… ¿qué eran las ecuaciones?; y unas fórmulas que ni Einstein: M = 3p/b x Z o (34 – xy) = E a la ene. Pero nunca, nada, como en cuarto grado cuando se entendía clarito a Pepito el Chigüi + chupeta + el Llanero Solitario + Fruna de pera + BatiBati de uva + comiquitas del Súper Ratón + Toddy + suplemento de Supermán + galleta Carlton + parque + bicicleta + perrito – tarea – almuerzo obligado – sopa para la cena = premiado día domingo, porque uno había sacado 20 en el examen del asunto ese moderno de la matemática. En realidad, no le ponían 20. La máxima calificación era un redondel rojo con escarcha escarlata (vaya usted a saber…).

Lo cierto es que, en bachillerato, a punta de 9.5 logramos pasar y graduarnos. La mayoría de nosotros se dedicó a las artes, a las letras, al deporte, a la psicología, al periodismo, a la publicidad, al mundo de la moda y del espectáculo y, por supuesto, a la zoología y a la botánica. No obstante, cada vez que se cae un puente y sale reseñado en el periódico, corremos a revisar quien fue el ingeniero-constructor no vaya a ser uno de nuestros compañeritos. Uno que no sabe que andamiaje + obreros + cemento aguado – tuercas – tornillos + inclinación del terreno + ley de gravedad = desastre seguro.

Conclusión: los números son duros de entender y absolutamente relativos, puede ser que 1 + 1 no sean 2. Doy fe de ello. La única certeza es que un nabo no es un pollito.

Escritora

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