¡Viva la Universidad!, por Teodoro Petkoff
En un raro gesto de sensatez y de prudencia, sin excluir un punto de culillo, el Presidente vetó la Ley de Universidades, dejando completamente colgadas de la brocha a las focas que la aprobaron, sin siquiera discutirla, y a la cantidad de adulantes que hablaron de ese engendro como una cumbre del pensamiento revolucionario. No hay que engañarse, sin embargo, ese proyecto de ley salió de Miraflores, de la fábrica de leyes allí instalada y cuyos próximos productos serán los decretos-leyes que emitirá Chacumbele dentro del marco de la Ley Habilitante. Obviamente, los sondeos de opinión que continuamente ordena su Sala Situacional hicieron ver a Chávez la tempestad que se gestaba en el horizonte universitario. Sin que hubiera todavía clases, con la mayoría de los estudiantes y profesores fuera de las aulas, se produjeron, sin embargo, varias movilizaciones decembrinas, que anunciaban una disposición de lucha que lucía inquebrantable. Las universidades no estaban dispuestas a entregar la autonomía y muchísimo menos sin pelear.
La absoluta improvisación y falta de responsabilidad que caracterizan al régimen quedaron de manifiesto en las propias explicaciones que dio el Presidente para el recule que anunciaba. Que, por ejemplo, dos ex ministros de Educación Superior como Luis Acuña y Héctor Navarro (universitarios al fin) no hubieran sido consultados, habla bien claro de que los redactores del esperpento, seguramente encabezados por el energúmeno que oficia como ministro de Educación Superior, creían poder aplicar impunemente su política de tierra arrasada en las universidades. A Chacumbele tiene que haberle llegado la información de que en el propio profesorado y estudiantado vinculados al chavismo se expresaba una abierta inconformidad con la nonata ley. No había sino que leer Aporrea.
El lenguaje de Chávez respecto de las autoridades universitarias contrastó abiertamente con el estilo insultante, irrespetuoso y provocador de su ministro de Educación Superior, proveniente de los bajos fondos del mundo universitario, quien lo menos que podría hacer es abandonar su cargo, si es que en él existiera algo parecido a la dignidad, a menos que el Presidente lo saque. Algunas de las focas más estridentes, como la señora de Queipo y Carlos Escarrá le deben también una explicación a la opinión pública.
Todo esto ocurre –y es bueno apuntarlo– por el estilo autoritario y personalista que caracteriza al régimen. Chávez no estimula ningún debate con sus acólitos sino que los lleva y trae por donde le da la gana, colocándolos, como ahora, en posiciones vergonzosamente desairadas. Obligados a cargar, sin chistar, las culpas de los errores y desafueros de su jefe. Pero ninguno tiene la mínima valentía de hacérselo ver.
La Venezuela democrática, y con ella las universidades, pueden sentirse orgullosas de la determinación y voluntad de resistencia y combate que tan enérgicamente anunciaron, para oponerse a la barbarie antiuniversitaria.