Vivir de los demás, por Aglaya Kinzbruner
Twitter: @kinzbruner
Hay problemas que pareciera uno mismo está buscando, así como los hay que se presentan solos. El querer impedir la campaña de la precandidata que va delante en las encuestas es representativo del primer tipo de problemas, que a veces tiene como consecuencia algo que se llama el Efecto Streisand. Para quien no sabe qué efecto sería ese, explicamos: tal parece que un día nuestra hermosa actriz se encontraba descansando en su bellísima casa de Malibu, situada en lo alto de una roca con una impresionante vista de la playa y el Océano Pacífico. Un atrevido fotógrafo, tomaba fotos y más fotos, para producir imágenes de la mansión.
La Streisand, indignada protestó, denunció, demandó y en fin causó un zaperoco que ni la caída de la torre de Babel. ¿Qué pasó? Que los vecinos, no tan vecinos y hasta de tan lejos como Los Ángeles, San Francisco y quizás hasta la lluviosa Seattle fueron a curiosear por su casa, fotografiarla con drones, es más quizás hasta se pensó en ofrecer visitas guiadas.
Eso pasa con la bella precandidata. Cada día coge más vuelo. Y es quizás porque se la asocia con el hecho que parece tener un programa, un plan, una idea de que sin trabajo no es posible una solución económica.
Este fenómeno contrasta con el hecho de que en esta época el concepto de trabajo no se asocia con seriedad como una forma de llevar la vida. ¿Y usted qué hace? Pregunta uno cuando le presentan una persona. Cuando antes el personaje se ponía a la orden como abogado, médico o piloto, le salen a uno con que son youtubers, tiktokers, influencers y hasta producen clickbaits. La culpa de este salto cuántico lo tuvo parcialmente el covid que conllevó a que las personas trabajasen desde la casa.
Como la casa es más bien un sitio donde se come, bebe, duerme y todo lo demás, ahí se empezó a difuminar la idea del trabajo. Y alguien se preguntó, ¿Y si más bien trabajaran los demás? Y si los demás trabajan ¿para qué trabajo yo? Y así poco a poco, con más y más personas pensando lo mismo, unos se volvieron seguidores de otros, los otros de fulanito, fulanito de perencejo y así ad nauseam hasta que algunos, sintiéndose fuertes de tanto cortejo de seguidores empezó a dar consejos y hasta, odiosa palabra, a cobrar por ello. Y es así como tener millones de seguidores puede valer más que un Master o un PhD.
Todo esto sucede en una sociedad donde robar no es malo porque es casi normal. Y ahí viene el problema de que si no tengo ganas de trabajar ¿qué hay de malo si me agarro la finca del vecino? Es productiva. Si él pudo crear una finca productiva que busque otra. ¡Qué trabaje él! Este tipo de sociedad se encuentra muy bien descrito en la novela corta Rebelión en la Granja (1945) de George Orwell.
Hay una granja llena de animales. El dueño de la finca, un tal Sr. Jones tiene a los animales de cabeza sobre todo a un cerdo llamado Major molesto con las injusticias a las cuales se ven sometidos: los humanos se toman la leche de las vacas, usan sus desechos como abono, los tienen trabajando como locos y ellos no producen nada. Este cerdo funda un movimiento llamado Animalismo y convence a los demás que deben hacer una revolución.
Un día el Sr. Jones empina el codo y se le olvida alimentar a los animales. Explota la revolución y a él lo echan de la finca. Los animales, con los cerdos a la cabeza, se adueñan de todo e instalan una república. A la entrada de la finca ponen un anuncio que dice: Los animales son todos iguales pero algunos son más iguales que otros*. Sin embargo, se acaban los sueños. Los cerdos establecen una dictadura terrible donde ellos son los «intelectuales» y los demás son poco más que esclavos.
Quod erat demonstrandum.
*Esta frase de autor anónimo con leves cambios apareció en The Boston Daily Globe el 17 de abril de 1887
Aglaya Kinzbruner es narradora y cronista venezolana.
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