Vivir, por Gisela Ortega
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El mundo en que vivimos no nos es dado elegirlo y la vida de cualquier instante consiste en afrontar, queriéndolo o no, ese conjunto de cosas que nos afectan y que constituyen lo que el filósofo español, José Ortega y Gasset (1883.1955) acuño en su libro, en 1914, Meditaciones del Quijote, una frase que generó un largo debate filosófico: «Yo soy yo y mis circunstancias, y si no la salvo a ella no me salvo yo». Esta frase, puede dar significado a muchas cosas, siempre, por supuesto, en función del punto de vista de cada cual. Sin embargo, esto de la circunstancia y la esencia de la persona puede ser algo extenso o mal interpretado.
Pero, si bien la vida nos ha sido impuesta, lo cierto es que no nos ha sido dada hecha y por ello vivir es la exigencia permanente y perentoria de realizar una tarea, de hacer algo —material o mentalmente— para asegurar nuestra existencia y para definir el horizonte dentro del cual tenemos que actuar y movernos.
La vida expresa la acción inmanente que comienza en uno y termina en uno; la palabra vida tiene un alcance amplísimo, pues se usa de mil modos diferentes, referidos a la vida material, a la vida espiritual, a la vida fácil, a la vida sofisticada, a la «otra vida». La existencia, dejando a un lado su sentido filosófico e incluso metafísico, es sinónimo de vida, en un plan más modesto, dentro del lenguaje común. A vida o muerte, se aplica a la decisión tomada o acto con pocas esperanzas de que el resultado sea bueno. Buscarse la vida, usar medios conducentes para ganarse el sustento. Calidad de vida, conjunto de factores o condiciones que caracterizan el bien general, en una sociedad. Con la vida pendiente de un hilo, estar en mucho peligro. Darse uno buena vida, o la gran vida, entregarse a los gustos y pasatiempos y disfrutar de comodidades. De por vida, por todo el tiempo de la vida. Enterrarse alguien en vida, apartarse del mundo. Entre la vida y la muerte, en peligro inminente de muerte. Esperanza de vida, años de vida para las personas comprendidas en un grupo de edad. Ganarse la vida, trabajar. Pasar a mejor vida, morir. Vida de perros, la que se pasa con trabajos, molestias y desazones. Vida eterna, felicidad permanente de los elegidos. Otra vida, existencia del alma después de la muerte. Vida privada, la de la familia de alguien, ajena a su actividad profesional o publica.
De ahí que la vida normal sea pesadumbre; nos pesa porque tenemos que hacerla, llevarla y sostenerla a base de voluntad y esfuerzo. Saber vivir es conocer las normas o costumbres que son la base de las relaciones humanas.
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Ante la realidad del mundo que le ha tocado y la obligación ineludible de hacerse la vida, el hombre adopta varias actitudes. La primera, la más corriente, es la evasión. Evadirse es hacer desaparecer la pesadumbre, perder peso nuestra existencia, dejar que sea ella quien nos lleve, sentirnos ligeros de cargas y responsabilidades: es la fuga del hombre ante sí mismo, la huida.
Cuando la persona no es capaz de manejar los sentimientos ontológicos básicos de angustia y tristeza que le son propios al tener que lidiar con los aspectos penosos de su existencia, se refugia en soluciones fáciles y de escape. Por miedo o por dolor no se enfrenta a sus responsabilidades, prefiere no inmiscuirse en ellas, decide ignorar la realidad exterior, se retira del contacto humano, se exilia del mundo hasta caer en el aislamiento, que es la evasión hacia adentro. Queda el hombre aislado, en sí mismo, absorto en sí mismo, abierto solo a sí mismo, cerrado a los demás, vegetando en su aislamiento.
Entretanto, mientras unos hombres descansan de los otros y se arrancan enteros de su existencia habitual, la vida continua y los asuntos que nos plantea —por ser inexorables realidades—, no toleran ser desatendidos sino que antes por el contrario, exigen ser afrontados como compromisos inaplazables. Se impone, entonces, otra actitud: la de actuar, la de hacer frente al reto que supone encarar la realidad y el mundo que se nos ha dado.
La madurez del hombre consiste en asimilar su mundo, en aceptar con resignación las limitaciones de ese mundo, las negaciones de su destino y en aprender —como ha dicho el filósofo británico, Bertrand Russell (1872.1970), a vivir contento a pesar de los desagrados de la vida. Pero la madurez supone algo más que esa conformidad, algo que es más bien anticonformismo: la búsqueda de la individualidad, de lo personal, que se oponga a la disolución de la persona en la masa y lo integre en rebaño; el esfuerzo para encontrarse a sí mismo y lograr su identidad, su autenticidad; el afán de realizarse, luchando por moldear su contorno y configurar su circunstancia, haciendo frente a sus responsabilidades, defendiendo sus derechos, imponiendo sus ideas. No delegando en nadie la toma de decisiones y la adopción de posiciones, exigiendo a otros que hagan, impidiendo evasiones, reclamando actuaciones.
El problema reside en una contraposición entre la cobardía y la valentía, entre la irresponsabilidad y la conciencia, entre el evadir y el estar, entre el vivir y vegetar, El mundo, hoy necesita de hombres actuantes porque, rodeados de evadidos, podemos sentirnos abandonados e inmensamente solos.
Gisela Ortega es periodista.
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