La gerencia del terror, por Vladimiro Mujica
Vladimiro Mujica | @notiexpress2016
La criminal y artera ejecución de Oscar Pérez y sus compañeros, muertos en el curso de una abominable operación combinada entre fuerzas de seguridad del Estado y bandas armadas del chavismo ha marcado un antes y un después en un país que parecía inmune a la sorpresa que generan las malas noticias, tal es el grado y profundidad de la crisis política, económica y social que abate a Venezuela.
A la reacción de la opinión pública nacional e internacional, ha contribuido en buena medida el hecho de que el ajusticiamiento extrajudicial, ocurrido luego de que los asediados se habían rendido, acaeció literalmente en vivo, ante centenares de vecinos que se agolparon en El Junquito y, mucho más importante, en las redes sociales que fueron literalmente inundadas de los mensajes, vídeos y fotografías que Pérez y sus compañeros enviaron durante horas.
Tan estremecedor y terrible como el propio crimen, es el hecho que el gobierno, por boca de Freddy Bernal, justifique y aplauda una acción inconstitucional y violatoria de los derechos humanos, como si se tratara de una noble victoria revolucionaria. Para todos los efectos, el régimen venezolano gerencia el terror y el miedo como mecanismos de control de la población. El mensaje es hoy tan claro como lo fue en la represión a las manifestaciones de 2017 que dejaron un saldo de más de 120 muertos: de aquí no nos saca nadie. Somos invencibles. La aniquilación, legal o ilegal le espera a quien se nos oponga.
Un aspecto muy importante de toda esta tragedia es que a la percepción de invencibilidad del régimen contribuyen de manera decisiva los errores, desaciertos y carencias de la oposición, algo que, sin dejar de reconocer el valor y sacrificio de muchos de los líderes y activistas de la resistencia es demasiado de bulto como para desconocerlo.
El resultado de la estrategia del miedo del gobierno y los desaciertos del liderazgo opositor ha sido un estado de desánimo y desesperanza que compite en la mente y las acciones de la gente con la desesperación y la inevitable sensación de indefensión que experimenta la población ante la terrible crisis del país.
Un ángulo especialmente delétereo de toda esta situación de agobio y desesperanza ha sido la aparición de una línea de pensamiento que gira alrededor de la pregunta ¿Cuántas patadas por el culo hay que darles a los venezolanos para que reaccionen? Se argumenta que estamos en presencia de una población bobalicona, cobardona, capaz de aceptar las mayores humillaciones sin dar una respuesta del calibre que exigen estos tiempos de heroísmo y tragedia.
Se retransmiten las imágenes de Óscar Pérez pidiéndole a sus compatriotas en términos conmovedores que actúen, que salgan a la calle a enfrentar a sus opresores. Los mismos textos de autoflagelación concluyen que el espíritu de lucha ya no vive en Venezuela, que los venezolanos somos incapaces de reaccionar, que, en definitiva nos merecemos todo lo que nos está pasando por cobardes, porque no nos duele ni la patria ni nuestras miserias.
En otra línea de reacción a nuestra tragedia, están las innumerables cadenas religiosas que se mueven en dos direcciones. Una donde se sostiene que todo lo que nos ocurre es un castigo de la providencia a nuestro pueblo por nuestra vida mundana, por vivir como hemos vivido, dando todo por sentado. Otra, donde se nos recomienda orar y pedir a Dios y se nos adelanta el consuelo de anunciarnos que pronto saldremos de esto, que los traidores y opresores del pueblo pronto encontrarán su castigo.
Yo confieso que tengo un enorme respeto por la religiosidad, pero que en esta materia prefiero la posición de la Conferencia Episcopal, que señala sin ambages que la nuestra es una tragedia causada por los hombres y que debe ser enmendada, en buena medida, por la acción humana de quienes nos oponemos a la ignominia. La Iglesia reconoce el valor de la lucha ciudadana, del activismo político sin que eso entre en contradicción con encomendarnos a Dios.
Hay otro ángulo de análisis, sobre el que es necesario meditar, y que nos lo brinda la disciplina de la psicología social. En particular, quiero dirigir la atención de mis lectores hacia un magnífico y breve trabajo aparecido en Mind, una sección de Scientific American (https://www.scientificamerican.com/article/fear-death-and-politics/) sobre Terror management theory (TMT) (Teoría del manejo o gerencia del terror), un grupo de conceptos que se derivan del trabajo del antropólogo Ernest Becker para explicar los fundamentos motivacionales subyacentes al comportamiento humano. En esencia la TMT sostiene que los humanos, inconscientemente, resolvemos nuestro dilema existencial desarrollando visiones y construcciones culturales compartidas del mundo y la realidad que nos permiten manejar el terror potencialmente paralizante que resulta de nuestra conciencia de la muerte.
Dos consecuencias muy importantes para el análisis de los hechos políticos e históricos se derivan del TMT. Por un lado, que muchos estudios indican que las sociedades se inclinan hacia las personalidades carismáticas frente a situaciones que son percibidas como generadoras de peligro de muerte. Por el otro, que existen organizaciones y líderes políticos que manejan el terror y el miedo como una forma de inducir reacciones en la población.
Frente al auto-flagelamiento que nos decreta cobardes, y la desesperanza y las visiones religiosas sobre nuestra tragedia, es necesario contemplar tanto las conductas inducidas en la población por el miedo y el terror, ambas manejadas implacablemente por el régimen, como el hecho de que existe otro mecanismo modificador de la historia que es la política, la formación ciudadana y las decisiones racionales de la gente que surgen del análisis de realidades y no de la construcción de verdades a la medida en los medios sociales. Ni el hambre ni la miseria son capaces por sí mismo de producir transiciones políticas ordenadas como lo ilustran fehacientemente Cuba, Corea del Norte y buena parte de África. Solamente cuando se conjugan el liderazgo político, con el activismo ciudadano, la presión internacional y la fractura de las fuerzas armadas, se producen los cambios evolutivos, no el retroceso que implica una salida caótica.
Reducir el análisis sobre una complejísima situación de enfrentamiento a una dictadura inmoral y violenta, a una letanía interminable sobre la inmovilidad del pueblo frente a la represión, el hambre y la miseria es desconocer las complejidades del poder, de la política y los mecanismos de sobrevivencia que habitan nuestros inconscientes. No hay alternativa racional a la construcción de un liderazgo que sea reconocido por la gente y que adelante un mensaje coherente, valiente y de compromiso. Y en la construcción de ese liderazgo, aunque hoy parezca imposible, son necesarios todos quienes hoy se oponen al chavismo y también la convergencia con el chavismo descontento para producir una narrativa y una acción política clara y firme donde los instrumentos de la desobediencia constitucional son válidos. Será la hora de todos o la hora de nadie.
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